Marcha contra la maldad pura

CULIACÁN. “Nuestra es también su digna rabia”.
CULIACÁN. “Nuestra es también su digna rabia”.

Para dejar de banalizar la intransigencia, la inmundicia, la corrupción, la impunidad, la locura…
La marcha en Culiacán es más pequeña que su consigna. La sola frase lanzada al aire contiene esa verdad precisa que estruja el corazón: “¡Por qué, por qué, por qué nos asesinas, si somos la esperanza, de América Latina!”
Alrededor de 250 personas, la mayoría estudiantes, parten de la escalinata de la Lomita y caminan sobre la avenida Obregón, hacia la Catedral. Bajo el quemante sol de las cinco de la tarde, entre banderas rojas, los jóvenes gritan su solidaridad a los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero.
Hace 15 días que policías municipales de Iguala, Guerrero, masacraron a seis estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa y desaparecieron a 43 más. A uno de los estudiantes le sacaron los ojos y le desollaron la cara. Dicen que los municipales recibieron órdenes de un narcotraficante para matarlos. Pero los familiares, compañeros, amigos, simpatizantes y hasta la comunidad internacional, califican el hecho como un crimen de estado. Hasta hoy nada se sabe de los normalistas. Y aquí, son los jóvenes los que levantan la voz y exigen, a gritos, que aparezcan:
¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Adrenalina en las venas. Blanden banderas rojas y visten, muchos, camisetas negras con un tiro al blanco en el pecho. Otros cubren sus caras con paliacates y máscaras de Anonymous. Expresan en carteles una realidad que choca: “¡los únicos culpables del mal gobierno y todo lo que pasa somos el pueblo, por indiferentes, conformistas, pasivos y agachones, no seas cobarde!”
¡Alto a los gobiernos, que asesinan estudiantes y protegen asesinos, justicia para Ayotzinapa!
La invitación se multiplicó un día antes por las redes sociales. Pero no todos los que la vieron están ahí. Parece que el Ayuntamiento tampoco se enteró, porque ninguna patrulla de tránsito escolta a los manifestantes. Cuadras adelante, en el cruce de la calle Juan José Ríos, se integran al contingente dos motociclistas de la Unidad de Vialidad. Y más adelante se une una patrulla de la Policía Municipal.
Los gritos hacen voltear a los automovilistas que circulan de norte a sur, en sentido contrario. Asienten callados, bajan los vidrios de sus carros para recibir el volante que se distribuye. Algunos levantan el puño y lanzan un ¡Bien muchachos, adelante!, que se pierde entre el barullo del tráfico de la principal avenida de la ciudad. Testigos forzados por las circunstancias. Al igual que aquellos que esperan en el cruce de calles, o que se asoman por las ventanas de los comercios para observar al grupo que pasa.
¡Gobierno farsante, que matas estudiantes!
Caminan estudiantes de la Facultad de Estudios Internacionales y Políticas Públicas de la UAS, jóvenes miembros del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), no más de cinco asociaciones civiles… Ningún funcionario de gobierno, ni siquiera de la oficial Comisión de Derechos Humanos. Ninguna declaración oficial de indignación por la tragedia. Pareciera que la clase política goza de un pacto de impunidad y tienen miedo de opinar, de señalar, de perder sus privilegios.
Frente a la catedral, unos se sientan y otros se acuestan sobre el pavimento. Algunos más levantan las pancartas para que puedan ser vistas por los testigos mudos que sin querer, están.
¡El que secuestra es Peña ¿cuántas víctimas más? Somos FEIyPP!
A través del megáfono se informa del posicionamiento del movimiento de apoyo a los normalistas de Ayotzinapa. Gritos similares se lanzan ese día por las calles de la ciudad de México y al menos 20 estados de la República.
Concentraciones, mantas y plegarias se realizan también en otros países del mundo: Canadá, Argentina, Bolivia, Inglaterra, Alemania, España y Bélgica, y las ciudades estadunidenses de San Francisco, Los Ángeles, Nueva York y Chicago.
La demanda es unánime: que el gobierno mexicano presente con vida a los 43 normalistas desaparecidos, que se identifiquen los 28 cuerpos hallados en fosas clandestinas de Iguala, que se esclarezca estos asesinatos y se juzgue a todos los responsables. “¡Estos crímenes no pueden quedar impunes!”, se escucha por el altavoz.
DEMANDA UNÁNIME: Que el gobierno presente con vida a los 43 normalistas desaparecidos.
DEMANDA UNÁNIME: Que el gobierno presente con vida a los 43 normalistas desaparecidos.

“Pueblo disculpa no queremos molestar, pero esta injusticia no se puede perdonar”
Seis de la tarde. Para entonces, en los alrededores se vive un caos vial. Los camioneros se salen de la ruta, aceleran, serpentean entre las calles, le tocan el claxon al de enfrente, cuando el de enfrente, más alterado que el mismo chofer, vocifera, pásate por arriba wey y tamborilea los dedos sobre el volante.
El garbanzo hace su chamba y se asoma entre calle y calle. Y advierte: en la madre, ahí también es un cagadero… Risas divertidas, acelere.
Enfrente, los danzoneros se preparan. La música brota ya de la plazuela. Las voces de protesta se funden con Nereidas. En el quiosco, el animador, micrófono en mano, invita a bailar. Las voces se enredan. La protesta por un lado y el beneplácito por el otro. Dos estados de ánimo generalizados en menos de 20 metros.
La rueda humana se va adelgazando hasta que se diluye. Se marchan los medios. Se apagan las voces, una por una, para dejar el espacio a los bailadores de danzón y al trajinar de costumbre.
Culiacán recupera su ritmo, frente a la promesa de los jóvenes de que no pararán hasta que los normalistas aparezcan y se castigue a los culpables de los crímenes. De nuevo convocarán, en la era de la comunicación digital, a que más dejen la apatía y se sumen a la protesta. A que exijan como colectividad, en una época que sólo atiende soledades.

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