La triple desgracia de Dora

 
Doraluz 3
Viuda, desempleada, y madre sin hogar
De los 177 graduados en talleres de capacitación para el trabajo promovidos por el Sistema Desarrollo Integral de la Familia del Municipio de Ahome, la humanidad de Dora Luz Burgos Campos apenas es perceptible: es pequeña, delgada, morena, recatada y de mirada triste.
A la distancia, parece que se oculta de la gente, que le huye, que le teme. Y da muestra de ese temor, pues concluida la clausura por el alcalde Arturo Duarte García, ella se desplaza silenciosa por el patio, llega a la sala de costura y recoge una blusa lila y un vestido azul que aprendió a confeccionar a la carrera, pues su día de aprendizaje lo divide en buscar casas que asear, levantar bastillas o pegar un cierre, y enviar a su hija adolescente a la secundaria, en el ejido 9 de Diciembre. Para ella, 50 pesos es tener una fortuna, porque le alcanzaría para enviar a su pequeña a la escuela, mal cuidar a su madre y a su segunda hija.
Por esa tragedia que ella llama ser desempleada y no tener educación, su vida se cae a pedazos, e intenta pegarla, estudiado corte y confección en esos talleres que el Sistema DIF ofrece en forma gratuita.
Los talleres, pregona desde el estrado la presidenta del Sistema DIF Ahome, Michel Balderrama, sirven para desarrollar habilidades para el trabajo independiente de las personas que se encuentra vulnerables, ocultas o escondidas.
Dora Luz recuerda que su primera desgracia fue producto de la desesperación, y el de buscar cualquier puerta que le ayudara a mejorar su vida, junto a su entonces esposo, Gerardo Calvillo Cervantes. Corría el año 2012, y entonces cayeron en manos de un charlatán que los adentró en una secta gnóstica, en donde les hicieron creer que su vida sería para misterio de Dios. Los obligaron a vender pan en las calles y a emigrar de la ciudad, y les quitaron todo contacto con sus familias.
Su familia fue enviada a Culiacán, y allá, su esposo enganchaba a personas con los mismos problemas de pobreza que ellos padecían. Comenzaron las sesiones, y a ellas llegó una muchacha. Era hija de un narco, que amenazó a su esposo. Los adoctrinadores les impidieron ver el peligro, y durante una sesión espiritual, un encapuchado irrumpió en el salón, sacó una arma y a quemarropa mató a su marido, Gerardo. En el trance de duelo nadie la ayudo. Sólo unos mormones se aparecieron y le aclararon que estaba atrapada en una secta. Le recomendaron huir.
Y ella, habiendo sepultado a su esposo, tomó a sus hijas y retornó a su casa, sólo para enfrentar su segunda tragedia. Estar en la calle, sin dinero, y desempleada.
Durante casi un año encontró trabajos ocasionales, pero en realidad nadie la apoyó.
Buscó inscribirse en Progresa y nadie la ayudó. La ignoraron. Buscó en Didesol, y tuvo un trato déspota. Toco muchas puertas, pero ninguna se abrió. Se entrevistó con el gobernador Mario López Valdez, y él sólo la palmeó, la abrazó y la reenvió con su segundo, y su caso pasó  al olvido. Desolada, llegó al DIF y allí comenzó lo que para ella sería su salvavidas, o así lo pensó. Se inscribió en el curso de confección y ahora lo terminaba.
En esos talleres, el DIF ha capacitado a más de mil 500 personas en talleres desarrollados en el puerto de Topolobampo, el estero de Juan José Ríos y en las colonias marginales Siglo XXI, Santa Alicia y Ferrusquilla. Dora Luz es una de ellas.
Esta allí, sentada. Escucha al alcalde decir que no se dejen amilanar por la desesperanza, que hay motivo para emprender un negocio, que hay presupuesto, y lo mejor, políticas públicas que los respaldarán. Por eso, el sistema DIF ha logrado dos reconocimientos nacionales. Y ella sigue emocionada con esas palabras. Se toma la foto del grupo recién graduado, y espera salir de su pobreza extrema.
Dora Luz sabe que esa es su tercera desgracia: el discurso oficial que en nada aterriza. “Los políticos hablan bonito, pero nada más”, acepta mientras se encoge de hombros y come, con rapidez, un trozo de pastel, su refresco y guarda una torta para su hija.
Ahora está sentada en una banca, y frente a ella, el alcalde Duarte García abraza a su esposa Michel y ella lo guía en la exhibición de productos elaborados en los talleres. Y en esa exhibición están los vestidos que Dora Luz confeccionó.
“Si aquí te enseñan muy bien, aprendes, pero…”.
Ella se ha quedado muda, y voltea hacia arriba. Hay una razón para ese silencio involuntario: el presidente municipal se acerca, con pasos largos. Ella quiere estirar sus brazos, alcanzarlo, pero él no la ve. Sigue de largo.
“Le iba a pedir una máquina de coser, no nueva, sino usada. Con eso y más capacitación vivo. Y poder hacer de mis hijas mejores personas. Levantar bastillas, coser cierres, a ganar 20 ó 50 pesos. Una máquina, una máquina, sólo una máquina, no nueva, sino usada. Y mis desgracias se van, y recomenzar mi vida”.
 
 
 

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