La boda de mi mejor amigo

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Tal parece que la falta de creatividad está de moda. Aunque no es nuevo que se hagan otras versiones de películas clásicas del cine mexicano o de algunas que tuvieron mucho éxito en otros países, en los últimos años se observa una tendencia a rehacer innecesariamente esas historias que, buenas o malas, forman parte importante de la memoria colectiva.

La lista es larga, pero como ejemplo: Hasta el viento tiene miedo (Moheno, 2007) se basa en la cinta homónima de Taboada de 1968; Más negro que la noche (Bedwell/2014) es idéntica a la de Taboada de 1975; Nosotros lo nobles (Alazraki/2013) es copia de El gran calavera (Buñuel/1949); y Cuando los hijos regresan (Lara/2017) se inspira en Cuándo los hijos se van (Bustillo Oro/1941; Soler/1968) y Cuando los padres se quedan solos (Bustillo Oro/1949).

Las mexicanas Mi pequeño gran hombre (Ramírez Suárez/2018) y Eres mi pasión (Safa/2018) se importaron de Argentina, país en el que se llaman Corazón de León (Carnevale/2013) y El fútbol o yo (Carnevale/2017), respectivamente; Qué pena tu vida (Reyes/2016) y Una mujer sin filtro (Reyes/2018) se trajeron de Chile, donde se titulan Qué pena tu vida (López/2010) y Sin filtro (López/2016); y Perfectos desconocidos (Caro/2018) es un calca de la italiana Perfetti sconosciuti (Genovese/2016), la cual tiene versiones en varios países más.

Este intercambio de historias no es exclusivo de ningún país, de hecho la mexicana No se aceptan devoluciones (Derbez /2013) tiene su versión francesa Dos son familia (Gélin/2016); la uruguaya La casa muda (Hernández/2010) se hizo en Estados Unidos como La casa silenciosa (Kentis; Lau/2012); y en un mes se estrena la gringa Miss bala: Sin piedad (Hardwicke/2019), remake de la también mexicana Miss Bala (Naranjo/2011).

Con la finalidad de atrapar a las nuevas generaciones se estrena La boda de mi mejor amigo (México/2019), dirigida por Celso R. García, con guion de Gabriel Ripstein, (sumamente) “inspirado” en la película estadounidense de 1997, interpretada por Julia Roberts, Dermot Mulroney, Cameron Diaz y Rupert Everett, realizada por P.J. Hogan y escrita por Ronald Bass, filme del que, además, hay una versión china a cargo de Feihong Chen, en 2016.

En la trama, la amistad entre Julia (Ana Serradilla) y Manuel (Carlos Ferro) es tan fuerte, que hacen el pacto de casarse a los 35 años, si para entonces ninguno encuentra alguien más. Después de un largo periodo de no contactarse, un día el chico la llama para decirle que pronto se casa con Renata (Natasha Dupeyrón) y necesita que lo acompañe. Aun así, Julia no se da por vencida y con la ayuda de su amigo Jorge (Miguel Ángel Silvestre) arma un plan para que Manuel la elija a ella y deje a Renata.

La “gracia” de La boda… de 2019 es haber cambiado las canciones y la edad que los mejores amigos establecieron como límite para casarse si no encontraban otra pareja: todo lo demás es lo mismo, y este no es el mayor problema, sino que se trata de una copia mal hecha y de muy mal gusto.

Las interpretaciones no logran empatizar con el espectador —Silvestre es el único que sobresale—, las escenas carecen de la emotividad necesaria, además de que se perciben absurdas. Si ya no hubo suficiente creatividad para inventar una historia, se debe tener la capacidad para imitar con dignidad. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 24 de febrero de 2019 en la edición 839 del semanario Ríodoce.

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