Incredulidad y dolor por el asesinato del médico Carlos Flores

 

CARLOS. De casaca blanca, con el equipo guinda.

 

Alto, desgarbado y con ojeras prominentes. Siempre llegaba muy de mañana a su consultorio, ubicado en el 806 oriente sobre la avenida Francisco Zarco, casi a un lado del Centro de Salud. Ahí Carlos Silvano Flores Leyva ayudaba a personas a aliviar sus dolores físicos.

La espalda y lesiones deportivas eran las que más trataba. Muchos de sus pacientes eran prominentes deportistas. Peloteros y futbolistas profesionales y hasta boxeadores. Llevaba ya más de 40 años dedicados a la medicina y a la vida altruista que truncaron dos disparos.

La mañana del lunes 11 de diciembre, a Carlos Flores lo asesinaron al interior de su consultorio. Ya con 65 años, consagraba su vida a su familia. Hijos y nietos su prioridad, luego el trabajo como activista al interior de Alcohólicos Anónimos (AA). A veces también la música.

Así se lo inculcó su padre, Manuel el Chino Flores, quien en 2005 recibiera la medalla “Coltzin” por su labor como músico: fundó la primera orquesta en Sinaloa.

Algunas fuentes señalan que previo a abrir su consultorio había estado en un banco, donde retiró una fuerte cantidad de efectivo. O al menos no existe otra sospecha por parte de vecinos del sector, familiares y conocidos.

Carlos no era un hijo de vecino. Además de su profesión en la medicina y de salvar vidas a través de AA, laboró durante 10 años al interior del Club Tomateros de Culiacán, donde logró verlos Campeón en dos ocasiones. La más significativa en Venezuela, aquella donde les cantaban “la del moño colorado”.

En la fotografía del recuerdo, la del segundo Campeonato del Club Guinda en la justa invernal, aparece con su casaca color blanco. En la foto aparecen también Juan Manuel Ley, dueño de Tomateros y Renato Vega Alvarado, ex gobernador del Estado y entonces presidente de la Liga Mexicana del Pacífico.

También Francisco Paquín Estrada, manejador del equipo y los jugadores emblemas Darrell Sherman, Kit Pellow y Rodrigo López, quien lanzara juego completo para coronar monarca por segunda ocasión a Tomateros de Culiacán en una Serie del Caribe.

Carlos Flores cursó sus estudios profesionales en la Secretaría de la Defensa Nacional y laboró para el Instituto Mexicano del Seguro Social por 30 años. Esas eran sus credenciales. Al asesino no le importaron.

CONSULTORIO.

Las malas noticias tienen alas

Hijo de tigre, pintito. Ramón Alejandro tiene más de 15 años laborando en instituciones de socorro. Desde sus inicios como apagafuegos en Bomberos de Culiacán a socorrista profesional en Cruz Roja, ha logrado consagrar su vida al servicio humanitario.

El llamado del lunes 11 fue diferente a todos los que ha recibido como socorrista. Tuvo que pasar entre los dos casquillos de calibre 45. No quiso que nadie viera a su padre tendido en el suelo. Lo cuidó. Tuvo que atender el llamado, aun cuando no estaba en horas de labor. La incredulidad.

En el lugar de los hechos una llamada telefónica. “Carnal, mataron a mi tío Carlos”. Después un silencio, luego otra vez la incredulidad. Fue alrededor del mediodía. Uno de sus sobrinos daba aviso a otros familiares. La noticia se esparció.

“Mi compadre siempre tenía la puerta abierta, yo hasta le decía que se pusiera trucha porque capaz que lo asaltaban un día, y mira, me lo mataron. Estas son chingaderas”, reclama uno de los deudos.

Reporteros de la nota roja parecían no comprender la relevancia del caso: a Carlos Flores lo mataron en su consultorio en la colonia Rosales, el mismo barrio donde creció al lado de sus siete hermanos, todos bajo el techo de una familia de músicos.

Carlos sesión AA,

A la mañana siguiente, en la funeraria, la cantidad de coronas no alcanzaban a contarse. Deudos iban y venían. Algunos en silla de ruedas o bastón, ex pacientes de Carlos. También había socorristas, bomberos, médicos. Otros músicos. Otros compañeros de doble A. Todos eran su familia. Así lo expresó su hijo Ramón Alejandro en un discurso celebrado en el lugar.

Posteriormente la misa de cuerpo presente. En la iglesia de Santa Lima de Rosa, en la colonia Antonio Rosales, el órgano recitaba los acordes de “cuando un amigo se va” del cantautor Alberto Cortez, interpretada por su hermano Jaime.

La celebración de la misa entre asombro y sollozos. La mera incredulidad. Al final el órgano suena otra vez, ahora con las notas de “a mi manera”. Más asombro, más lágrimas y más incredulidad. Aquel que dedicó una vida a sanar el dolor fue asesinado de dos disparos.

Luego al panteón civil. Incredulidad y dolor. Atrás quedó el cuartito en el 806 oriente. Permanece con su letrero de terapia física y rehabilitación donde resalta a los costados “10 años con los Tomateros”. Y se suma a la estadística de más de mil 400 homicidios dolosos en Sinaloa.

 

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