Exhibe el ‘Tololoche’ las extravagancias y lujos del ‘Chapo’

A partir de los '90s, Guzmán Loera tenía cuatro jets que utilizaba para asuntos varios. Entre ellos, recibía entre 8 y 10 millones de dólares al mes, que después introducía en los bancos para realizar pagos.

El juicio contra Joaquín el Chapo Guzmán Loera ha traído una mezcla ecléctica de personajes al banquillo de los testigos, desde agentes de la DEA, pasando por expertos en cocaína y lavado de dinero, hasta narcotraficantes cercanos al acusado. Todos están inevitablemente unidos por el entramado internacional del tráfico de droga y su persecución. Pero ningún testigo había hablado con tanto detalle sobre las extravagancias y los lujos al interior del Cártel de Sinaloa en los principios de los 90 como lo hizo Miguel Ángel Martínez Martínez, el Tololoche.

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“Se hacían muchísimos pagos, señor Robotti”, respondió Martínez Martínez al joven alto vestido con traje gris que lo interrogaba. La conversación, sobre viajes de negocios alrededor del mundo, ranchos en múltiples estados, regalos millonarios y compensaciones salariales, podría haber sucedido entre dos empresarios en una oficina dentro de un corporativo en otro lugar. Pero esta conversación estaba sucediendo en la corte federal de Nueva York en el caso contra el Chapo Guzmán entre el fiscal Michael Robotti y su testigo, un piloto retirado y hombre de confianza del acusado que trabajó en el Cártel de Sinaloa entre 1986 y 1998.

 

Narcotráfico, guerra y asesinatos

El negocio del Cártel de Sinaloa era “el mejor del mundo, porque se agarró el boom cocainero”, explicó Martínez Matínez con una semblanza casi nostálgica en su testimonio el 27 de noviembre.

El primer testigo de la fiscalía, Carlos Salazar, agente retirado de aduanas, contó hace tres semanas su versión del hallazgo del túnel que conectaba Agua Prieta, Sonora con Douglas, Arizona. La propiedad en Sonora pertenecía a Francisco Camarena y según el agente, alguien en México había alertado a Camarena antes de la redada en su casa en mayo de 1990. “Encontramos los platos con comida todavía tibia”, recordó Salazar cuando describió la llegada de las fuerzas del orden a la propiedad de Agua Prieta.

Fue Guillermo González Calderoni, el jefe de la PGR y amigo cercano de Guzmán Loera, quien les avisó que habían encontrado el túnel, relató Martínez Martínez en su testimonio. Un túnel con un sistema hidráulico que levantaba el piso y una mesa de billar construido por el Arquitecto Felipe Corona, quien también construyó compartimentos secretos que se abrían con enchufes falsos en las paredes de las casas del Cártel de Sinaloa, levantando bases de las camas de habitaciones donde llegaron a almacenar hasta 20 millones.

El descubrimiento del túnel en Agua Prieta orilló al cártel a buscar otros métodos de trasiego de cocaína. Ahí fue cuando empezaron a utilizar la empresa de chiles jalapeños “La Comadre” para transportar un kilogramo de coca por lata, rodeada de arena fina para que “diera el peso” y se sintiera como el líquido de los chiles al moverla. “La Comadre”, explicó Martínez Martínez mientras sostenía una de las latas de chiles utilizada como evidencia entre sus manos, era una empresa legal a la que le clonaron los logos, las cajas y las latas para evitar darse de alta con agencias gubernamentales estadounidenses.

En Los Ángeles, California, el Doctor Enrique Ávalos recibía los envíos. Años después, el Chapo mandaría matar a este hombre, preso en una cárcel de California. El camión en que trasladaban las latas de chiles rellenas de cocaína tenía placas “777”. Martínez Martínez habría elegido ese número por una película “muy famosa que había en México” con Cantinflas. “Cuando saqué el camión le puse esas placas y le llamaba el patrullero”, recordó el testigo.

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La ruta de envío con los chiles falló en 1993, cuando el gobierno mexicano incautó 7 toneladas de cocaína en un envío inusualmente grande, que el Chapo ordenó después del incidente en la discoteca Christine —cuando intentó, sin éxito, asesinar a los hermanos Arellano Félix— y el asesinato del Cardenal Posadas.

El testigo no sólo coordinaba el trato con los proveedores de cocaína del Cártel de Sinaloa, también la consumía. Martínez Martínez, quien se definió como cocainómano, confesó consumir entre uno y cuatro gramos diarios de cocaína en botellitas de cristal con cucharas de plástico o botellitas de oro con cuchara de oro que se mandaba hacer. Su consumo continuo de droga le ocasionó perforarse el tabique, por lo cual necesitó un implante de cartílago, dijo señalándose la nariz teniendo 20 años de sobriedad.

 

Lujos, regalos, bancos, viajes y narcocorridos

En el banco nunca tuvieron problemas para depositar, explicó el testigo de la fiscalía. Martínez Martínez llevaba el dinero “en maletas Samsonite” y lo depositaba, no sin antes hacerle un pago a los empleados del banco. Una vez en el sistema bancario, el empleado del Chapo coordinaba pagos que incluían la manutención de cuatro o cinco esposas de Guzmán Loera.

La vida del acusado cambió sustancialmente de finales de los 80 a principios de los 90, narró Martínez Martínez. El acusado empezó con 20 a 25 hombres a su cargo y llegó a tener 200 en empleados en los 90, para entonces Guzmán Loera tenía casas en todas las playas, ranchos en todos los estados y cuatro jets: dos Lear 25, un Grumman 4 y un Turbo Commander que utilizaba para arreglar asuntos con la policía, mover a sus familias y viajar con sus escoltas que eran entre 25 y 30 hombres. Una de las casas, en Acapulco, estaba valuada en 10 millones y tenía un yate llamado “Chapito”.

En cuanto a su salario, el testigo contó que “a partir de los 90, el Señor Guzmán me da la oportunidad y cada diciembre me paga 1 millón”. Además de su salario, el piloto retirado recibió un Rolex de brillantes como regalo de parte de Guzmán Loera. Otros empleados recibían coches. Martínez Martínez llegó a comprar 50 vehículos de entre 30 y 40 mil dólares un diciembre para que los hombres de Guzmán Loera eligieran entre Buicks, Cougars y Thunderbirds.

El camión en que trasladaban las latas de chiles rellenas de cocaína tenía placas “777”. Martínez Martínez habría elegido ese número por una película de Cantinflas, donde le decían el patrullero.

“Viajamos por todo el mundo”, recordó el testigo enlistando lugares que incluían Brasil, Perú, Panamá, Argentina, Colombia, Aruba y Cuba, Tailandia, Japón, Hong Kong, Macao y “todo Europa”. Incluso, contó Martínez Martínez, el Chapo se fue a Suiza para someterse a un tratamiento que utilizaba células para mantenerse joven.

Además de los viajes por todo el mundo, el acusado tenía un zoológico en Guadalajara. Era un rancho con una casa, albercas, canchas de tenis, tigres, leones, panteras y venados. Al interior, la gente se movía en trenecitos.

 

Comunicaciones interceptadas, roces con la ley y arrestos

“(El Señor Guzmán ) me dijo que lo más importante en este medio es saber lo que pensaban todos de ti: tus amigos, enemigos, compadres, novias… todos”, recordó Martínez Martínez. Por eso el acusado tenía un sistema de grabación e intercepción de llamadas, clonación de números telefónicos y scramblers para teléfonos.

Los enemigos de Guzmán Loera en ese entonces incluían a los hermanos Arellano Félix, líderes del Cártel de Tijuana, contra los que el Chapo librara una guerra.

En una de las ocasiones en que fueron a ver a Juan José Esparragoza el Azul en la cárcel, el Chapo iba escuchando un corrido sobre Felipe Retromosa el Lobo en el coche. “Iba llorando”, mientras recordaba a su compadre asesinado en la guerra contra el Cártel de Tijuana, explicó Martínez Martínez. Cada corrido costaba entre 200 y 500 mil. En la misma guerra, Armando López el Rayo, otro amigo cercano del Chapo, había muerto también supuestamente a manos de los hermanos Arellano Félix.

Una vez en la prisión, a donde habían ido para solicitar permiso del Azul para vengar los asesinatos, los guardias les permitieron llegar hasta el dormitorio de Esparragoza. Adentro, “los mismos reclusos actuaban como personal de la prisión. Trabajaban para el Azul” cocinando y limpiando. En su visita había música, alcohol —coñac, whisky y cerveza— y “lo que quisieras comer” —langosta, sirloin o codorniz.

Cuando el Cártel de Sinaloa quiso incursionar en el negocio de la heroína blanca, Martínez Martínez viajó con Martín Moreno, otro hombre cercano del Chapo, a Tailandia para reunirse con potenciales proveedores. En el avión de regreso estuvieron hablando con otros pasajeros, pero “no sabíamos que eran de la DEA”, recordó el testigo. Al aterrizar, los arrestaron unos agentes de la PGR, pero los soltaron después de explicar para quién trabajaban.

La suerte para el Chapo terminó en 1993, cuando lo arrestaron en Guatemala y lo mandaron al penal del Altiplano, entonces Almoloya de Juárez, donde mantuvo contacto con Martínez Martínez. El testigo dijo que, desde la cárcel, el acusado le pedía teléfonos celulares, zapatos y chamarras especiales y sostener relaciones íntimas con todas sus esposas.

Para el testigo, la suerte se acabó en 1998, cuando lo arrestaron después de sufrir al menos un atentado de muerte mientras trabajaba para Jesús Héctor el Güero Palma y se encargaba de que no le faltara nada a una de las familias de Guzmán Loera, la de su esposa Griselda, a quien cuidó durante años.

Martínez Martínez, extraditado en 2001, dijo no tener el carácter para ser el líder de un cártel de droga. Nunca portó una pistola y el único día que lo intentó, desistió tras un regaño de Guzmán Loera. Trató de razonar con el acusado para desistir del uso de violencia y encontró la guerra contra el Cártel de Tijuana como un asunto muy contraproducente. Llegó a amenazar gente, no por algo relacionado con el tráfico de droga, sino por enojarse en incidentes de tráfico de la Ciudad de México. El testigo originario de Celaya, Guanajuato, se refirió en todo momento al Chapo como Señor Guzmán y reconoció en varias ocasiones, hasta con deferencia, que el hombre sentado en la mesa de la defensa había sido “su patrón”.

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