La falta de planeación que está costando vidas

hospital civil

Estaba en el Hospital Civil de Culiacán cuando ingresó el primer caso de coronavirus. Mi esposa estaba siendo operada de la vesícula cuando pasaron con el hombre aquel en la camilla a medio recostar, todo cubierto de plásticos para evitar contagios. Los médicos y enfermeros vestidos hasta donde podían y con lo que tenían, para protegerse. Minutos antes se notaba el nerviosismo, personal de todo tipo para arriba y para abajo, como hormiguitas desorientadas.

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“Es que parece que va a llegar un enfermo de coronavirus”, dijo el familiar de otro paciente. “Algo escuché a las enfermeras”. Sería el primero, le dije. Y lo fue. Minutos después llegaron con él por el lado de urgencias. Le dieron las atenciones de rigor cuando no se tiene nada claro sobre qué se le deben suministrar a los enfermos de Covid-19, porque los cuadros que presentan los pacientes son muy diversos. El señor, dirigente de los locatarios del mercado Garmendia, tenía diabetes, por lo menos. Cuando el virus entró a su cuerpo hizo shock. Sus defensas estaban ocupadas en otra cosa y lo invadió. Murió dos o tres días después. Tenía 42 años y había asistido al festival Vive Latino, diez días antes, en Ciudad de México.

Por más que diga en su defensa, el sector Salud debe aceptar que no estaba preparado para esta pandemia. Pudo hacerlo, ganarle al tiempo y prepararse para lo que era previsible ante los expertos, sobre todo en capacitación del personal de hospitales; no solo los médicos, también los paramédicos, los camilleros, los almacenistas, los despachadores en las farmacias y el personal administrativo que comúnmente tiene contacto con la familia de los pacientes.

Si el virus había surgido en China y era altamente contagioso, era de esperarse que se esparciera por todo el mundo debido a la conexión comercial, turística, cultural, académica, de negocios, que tiene ese país con el resto del planeta. Pero no se hizo y entonces la “primera línea” (se le ha llamado así como si fuera una guerra o un partido de futbol americano) quedó expuesta a contagios casi inmediatos.

Es verdad que nuestro sistema de salud ya era infame desde hace lustros, pero pudieron atenderse cuestiones básicas. No hubo capacitación ni una reingeniería de las funciones de cada quién en los hospitales para reducir los riesgos, de tal forma que los propios nosocomios se convirtieron en focos de infección.

Los hay en casi todos los centros de salud, públicos y privados, grandes y pequeños, que estén recibiendo pacientes por coronavirus. Se han detectado en muchas partes del país, con casos muy lamentables como el del hospital del IMSS en Monclova, Coahuila –donde nació mi hijo Guillermo–, y que se convirtió en el epicentro de la negligencia en medio de esta crisis sanitaria. El Covid-19 ha cobrado la vida de media docena de médicos, entre ellos el director del hospital.

En Culiacán los focos infecciosos han surgido en hospitales públicos y privados, donde médicos y enfermeras, anestesiólogos y camilleros han resultado positivos después de presentar síntomas, y aislados para evitar más contagios. En este recuento, varios de ellas y ellos han perdido la vida. De un día para otro, al menos una decena de empleados del Hospital General del IMSS resultaron positivos y fueron aislados, la mayoría en sus casas. También en el Hospital Civil, donde al menos cuatro médicos, entre ellos el director, convalecen con la enfermedad, todos ellos superando el problema en sus casas. En la Clínica Culiacán surgió otro brote entre médicos y enfermeras, uno de ellos el director. Aquí había, hasta el viernes, al menos 25 pacientes con coronavirus y al decir de una fuente interna, todos los días están llegando casos y ya no encuentran dónde atenderlos.

No ha llegado lo peor y esto será cuando no haya una sola cama vacía y los contagiados se empiecen a amontonar en las banquetas de los hospitales si recibir atención. Aquí y en otras partes del país. Ya lo vimos en lugares como Guayaquil, donde los enfermos caían en la misma calle, fulminados.

Y a la saturación de clínicas privadas y hospitales, tendremos que agregarle el problema de los muertos, qué hacer con ellos; en Italia, España y en los Estados Unidos, les significó problemas de logística. Lo más reciente, es que en Nueva York, la ciudad más golpeada por la pandemia, ahora van a congelar los cuerpos porque los hornos crematorios y los cementerios no se dan abasto para darles la despedida.

Es, tal vez, una forma muy cruda de narrar lo que ocurre y lo que está a la vuelta de la esquina. Pero no veo otra realidad. Desgraciadamente.

Bola y cadena

LAS HISTORIAS SE IRÁN HILVANANDO, las trágicas, pero también las de éxito; personas de más de 80 años que han superado la infección exitosamente, enfermeras que son aplaudidas con júbilo al estar haciendo compras en un centro comercial; o casos tan impresionantes como el bebé que se salva mientras su madre contagiada muere. Estruja la historia del hombre que fue rescatado de un intento de suicidio porque tenía coronavirus y que finalmente murió del mal cuando lo atendían.

Sentido contrario

UNA MALA NOTA EN ESTA CRISIS SANITARIA es que mucha gente duda de que el virus realmente exista, por eso no se cuida y menos cuida a los demás. Como si los contagiados, los encamados y los muertos fueran un invento. Viven en otro mundo, en otro reino, quién sabe en cuál.

Humo negro

LA OTRA NOTA PREOCUPANTE ES QUE, en esta crisis, todos son epidemiólogos, médicos, expertos… No hay una cura contra el mal y se han estado aplicando medicamentos distintos en diversos países, unos con éxito y otros no tanto. El virus no termina de conocerse todavía y son más las confusiones que las certezas. Pero ya hay quienes te recetan una cosa u otra u otra, como si tuvieran la evidencia científica. Y como si estuvieran salvando al mundo.

Columna publicada el 26 de abril de 2020 en la edición 900 del semanario Ríodoce.

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