Atractivo, jovial y sencillo. Un ícono del romanticismo. Un ángel con voz temblorosa pero que pegaba, les había caído en octubre de 1973 a las mujeres culichis: Julio Iglesias, en concierto.
Era la época floreciente del narco y el apogeo de las balaceras. Lo mismo en los funerales que en zonas residenciales. Un cabrán en aquel verano. Y Julio, esbelto y de buen humor, prefirió refugiarse en el hotel San Luis.
Hasta ahí acudió Pepe Ávila, dueño de la cantina El Trovador, para tomarse las fotos con el español. Pero no pudo. Así que tuvo que alcanzarlo en el parque Revolución, minutos antes del concierto….
Fragmento de la columna publicada el 10 de diciembre de 2017 en la edición 776 del semanario Ríodoce, ya en circulación.