Iba con su esposa y ya era tarde. Tenía que dejarla en la escuela donde trabajaba y el minutero, que se había disfrazado de enemigo, se acercaba con una velocidad atípica al número 12. Chingada madre, no vamos a llegar a tiempo.
En ese angosto bulevar apenas caben dos automóviles y un carril está ocupado por los estacionados; y el que iba adelante, conduciendo una camioneta blanca, avanzaba a paso de tractor, por eso se vio obligado a usar el claxon: dos toques y uno sostenido.
Fragmento de la columna publicada el 14 de enero de 2018 en la edición 781 del semanario Ríodoce.