El helicóptero

 

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En la cima del cerro instalaron la exposición: un helicóptero grande, armas de fuego de mucho uso, uniformes, fornituras, equipo aéreo y militar, fotografías enormes, cascos y otros telebrejos. Todo inservible, usado y alguna vez nuevo y de vanguardia, y ahora en una suerte de museo con el que el gobierno y los ciudadanos quieren homenajear al ejército y a la fuerza aérea.

Seguridad, lealtad, honor, servir a México. Se lee en los escritos pequeños y grandes dejados en las paredes de ese improvisado salón. Fueron los altos mandos del ejército, de la fuerza aérea, del gobierno, párvulos y alumnos de primaria y secundaria, empresarios y dirigentes de organismos. Era la inauguración: crema y nata reunida ahí para reconocer el esfuerzo de los militares en sus planes de rescate ante lluvias e inundaciones, el combate al narcotráfico y al armamentismo, la defensa de la soberanía nacional.

Cuando terminaron los discursos, fue hora de cortar el listón. Luego hubo un recorrido y todo mundo guau: qué bárbaro, qué buenas fotos, impresionante, ve estas armas, impactante, qué buen trabajo el del ejército, es lo mejor que tiene el pueblo de México.

Concluyó la ceremonia y el recorrido. Todos se fueron a sus trabajos, escuela, cuartel y oficina. Y aquello quedó desierto. El gobierno ordenó vigilancia policiaca. Agentes de la estatal preventiva estarían ahí permanentemente, en una patrulla y a pie. Había que cuidar el cerro, el helicóptero, la instalación, el equipo, el manto sudario del ejército y su honor. Todos los días, todo el día. Iban y venían estudiantes, grupos de secundaria, jóvenes en rehabilitación, a recorrer la exposición.

Algo pasó entre los polis. Ya traían el tiro arriba y el veneno en el dedo índice. Discutieron y se agarraron a balazos. Hubo al menos dos bandos protagonizando la disputa. Pum pum pum. El saldo fue un de poli muerto. Nadie fue y nadie supo. Todavía están investigando. Pero desde entonces se acabó la vigilancia en ese santuario verde olivo y la ausencia dio espacio a la vagancia: llegaron vándalos de las colonias aledañas, plebes inquietos y grafiteros, morros de la secu con el cel como rocola y el porro de yerba como lienzo e inspiración. Y con ellos las chavas que les seguían el rollo, que bailaban pegaditos entre la maleza y ésta se movía y se movía, silente y con suculencia. La tibia semilla entre el monte y las paredes.

Y el helicóptero, imponente, en lo alto del cerro, inmóvil: parece vigilante, encendido en la cima del cerro, con las hélices dispuestas al tiro, es rentado por los chavos para quienes quieren encerrarse, tenerse, encenderse, acariciarse a oscuras y a solas, para esparcir hijos ardientes entre botones y palancas, como vil motel.

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