Maquiavelo, hombre de letras

Lahoradellobo571
Para E.F.C.,
compañero de viaje
No se concebía a sí mismo como un filósofo o como un científico o un intelectual. Maquiavelo prefería que lo consideraran un “hombre de letras”. Y desde ahí, desde la humildad de quien solo se sabe un artesano de la palabra, escribió uno de los ensayos más perdurables sobre la naturaleza humana y el poder: El Príncipe.
Desde esa hazaña de la imaginación literaria a la fecha han transcurrido quinientos años. Más que un manual de “consejos al Príncipe” o un tratado sobre el “arte de gobernar”, El Príncipe constituye una visión lúcida sobre el comportamiento de los seres humanos cuando la peste del poder los invade, los enloquece y los envilece.
Quien ha tocado fondo en la dilucidación del pensamiento maquiaveliano es la escritora italiana Annunziata Rossi. Dice la maestra calabrese que si algo predomina en el discurso de Maquiavelo es la convicción de que los seres humanos son malas personas. Maquiavelo atenúa el adjetivo y prefiere usar la palabra malvados.
“Hay que partir de la noción de que los hombre no son buenos”, dice el escritor florentino, el hombre de letras. Principio de realidad o, mejor dicho, principio del poder: premisa, punto de partida para entender la psicopatología del poder, la reflexión de Maquiavelo incluye por primera vez en la filosofía política el concepto de Estado, que él en otros párrafos llama principado.
Es falso que Maquiavelo haya propuesto que no importan los medios sino el fin, tan falso como atribuirle la socorrida coartada de la “razón de Estado” para justificar cualquier fechoría. Nada de eso: Maquiavelo estaba por la consideración de la plebe, la gente, los ciudadanos, el hombre de la calle, para el buen ejercicio del poder. Es justo y necesario que el Príncipe actúe con el consenso de los ciudadanos.
El poder es algo vivo, no una entelequia. Tan vivo como si tuviera la bioquímica y la biofísica de un organismo humano. El poder es esencialmente de naturaleza humana, de ahí su imperfección y su fragilidad. No dura toda la vida.
No es que el poder y la moral se excluyan recíprocamente. Digamos que el poder tiene sus propias reglas, pero quien priva de la vida a otro sigue siendo, en cualquier hipótesis un asesino, sea gobernador o secretario de Estado. El policía que tortura no ejerce la fuerza legítima del Estado: es un criminal.
El poder ha de ejercerse de manera impersonal. Si el hijo de un gobernador viola a una muchacha tiene que ir a la cárcel, aunque su papá sea el jefe del procurador y le dé órdenes.
Pero en general lo que sucede es que los animales humanos son unos cabrones: “De los hombres se puede decir que son ingratos, volubles, simuladores, dados a esquivar los peligros, ávidos de dinero, y cuando tú los favoreces, son completamente tuyos, te ofrecen su sangre, su patrimonio y sus hijos; esto, cuando la necesidad está lejos, pero cuando se acerca, cambian en tu contra”.
Son traidores, hipócritas, detrás de su rostro aparece una máscara. Trabajan poco y ganan mucho.
Pero Niccoló Machiavelli no es un científico ni un filósofo. Es un escritor: un hombre de letras, como Marshall McLuhan que escribió La galaxia Gutenberg siendo un profesor de literatura inglesa en la Universidad de Toronto. ¿Por qué será que los libros más trascendentes como El Príncipe, Para la comprensión de los medios, y Elogio de la locura, de Erasmo, emanan del tintero de un hombre de letras?

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