La memoria de Borges

Italy, Sicily, Palermo: The argentin poet Jorge Luis BORGES

Para Juan Gelman, compañero de viaje

Muchas veces uno, en otra parte del mundo, se pone a imaginar y a escribir cosas que otros seres humanos en otros lugares ya han pensado o escrito en forma de libro. Al autor de estas líneas siempre le ha llamado la atención que las sutiles observaciones de Jorge Luis Borges sobre el funcionamiento de la memoria y la función del olvido coincidan tanto con los hallazgos de la neurobiología contemporánea. Pero sucede que no ha sido el único en reparar en esas coincidencias. Ya en 2011 se dio a conocer el ensayo de Rodrigo Quian Quiroga (Buenos Aires, 1967) que lleva por título Borges y la memoria. Un viaje por el cerebro humano; de Funes el memorioso a la neurona de Jennifer Aniston (editorial Sudamericana).

  Borges expresa lo suyo con el lenguaje de la poesía, las metáforas, los juegos de palabras, la ironía, la sabia insinuación de las palabras. Tiene debilidad por los espejos, los laberintos, las peleas a cuchillo, el infinito. Y nos navega por los insondables senderos de la metafísica. En su famoso cuento “Funes el memorioso” ya anotaba que para que la mente pueda elaborar una abstracción es necesario el olvido. Para pensar hay que hacer espacio: hay que olvidar. Dos pensamientos no pueden de manera simultánea ocupar el mismo lugar en la memoria. Parece axioma de física, y tal vez lo sea.
Si tuviéramos una capacidad de memoria infinita no podríamos pensar. Tan perturbador es recordarlo todo como olvidarlo todo. La memoria es especialista en generalidades, recordamos lo esencial del asunto, no los detalles.
Rodrigo Quian Quiroga es argentino y psiquiatra de oficio. Trabaja como profesor de bioingeniería en la Universidad de Leicester, en Inglaterra, donde vive. En un momento de su vida le dio por escribirle a María Kodama y preguntarle qué libros científicos tenía Borges en su biblioteca. Entre muchos otros, hubo uno que le llamó la atención: The mind men, de Gustav Spiller, editado en 1902. Spiller calculaba el número de recuerdos que una persona podría tener en la vida; su apreciación era que unos 10 mil en 35 años. Es fácil imaginar que de su lectura surgió Funes el memorioso.
“Sin hacer experimentos de neurociencias, ni tener formación científica, simplemente por su mente brillante, Borges pudo llegar a conclusiones que para mí al día de hoy son geniales”, dice Quian Quiroga. Lo explica después en términos quizá demasiado técnicos, como los que subrayan la importancia del hipocampo, asiento de la memoria.
Quian Quiroga asocia esta reflexión con una de las ansiedades de nuestro tiempo: el bombardeo informativo bajo el que vivimos, que nos dispersa en múltiples tareas y que a veces nos impide pensar, por excesivo y prepotente.
La metáfora del insomnio, amenaza actual y masiva, a Borges le resultaba muy cara.
“Preocupado por el bombardeo informativo que impone un mundo de pantallas omnipresentes, y que podría convertirnos en los desdichados y masivos Funes del siglo XXI, Quian Quiroga llega al presente. Un presente con preguntas filosóficas y científicas a las que la literatura no es ajena. Un presente en el que la tecnología amenaza con una vigilia sin fin”, según explica el periodista rioplatense Horacio Bilbao en Clarín.

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