La muerte selectiva en México

FOTO: RASHIDE FRIAS

Miriam desapareció el último martes de marzo. La familia denunció que se trasladó en un servicio de transporte de alquiler y ya no supieron más de ella. Casi dos semanas después, el lunes 9 de abril, apareció asesinada. Irónicamente muy cerca de la sede de la Fiscalía de Sinaloa, donde la familia exigía una investigación rápida unos días antes, y desde donde debía encabezarse la búsqueda.

Desaparecer en México es una condena de muerte. Eventualmente algunos se salvan del asesinato. Otros quedan días, meses, años, o por siempre, en la categoría de desaparecidos.

El desenlace de lo que ocurrió con Miriam, a pesar de la movilización de la familia y de la difusión inmediata, justo en los días en que se hablaba de los casos de Dayana y Jeovana —desaparecidas y asesinadas en 2017 en Navolato—, forman parte de una realidad aplastante en México: la muerte es selectiva.

Las estadísticas revelan que los rangos de edad entre 15 y 19 años y entre 20 y 25, son justamente donde se concentran una cuarta parte de los asesinatos en el país. Pero todavía peor, cuando en lugar de revisar números totales se revisan las tasas de homicidios por cada 100 mil habitantes en esos rangos de edad de la población, son escandalosamente alarmantes —justificando los adjetivos—.

La muerte es selectiva en México porque contrario a los dichos de que la muerte puede alcanzar a cualquiera por igual, termina por ser mucho más peligrosa para alguien joven, de baja instrucción académica, y habitante de algunos de estos focos peligrosos dentro del peligro en México.

Si a la juventud y a la baja instrucción académica se le suma las condiciones sociales de las víctimas, se convierte en una agravante más. Y una última circunstancia, el género de las víctimas. Las mujeres jóvenes son el sector de la población donde todos los indicadores señalan un patrón de incremento en cualquier área de análisis. Si se revisan los porcentajes de homicidios entre mujeres con respecto al total de casos, si se revisan las tasas de asesinatos por género, si se revisan solo los rangos de edad entre 15 y 25 años. En todos los casos hay un sostenido incremento cuando se trata del sexo femenino, de mujeres jóvenes, de bajo nivel de instrucción y de condiciones sociales de marginación.

No significa que se trate de todos los casos, sino de los que representan la mayoría. Cada uno de los crímenes de mujeres es una historia pendiente de contar, por separado, con sus características y particularidades. La niña Dayana y la jovencita Jeovanna, tendrían condiciones comunes de explicación. Pero el asesinato de Miriam, hasta lo que se conoce al momento, se explicaría de una manera distinta.

Al final concurren en una constante en este país. Los casos y la tasa de violencia contra mujeres, especialmente contra jovencitas, mantienen una constante de crecimiento en las últimas dos generaciones. Ese incremento es leve pero sostenido, y en ningún año ha mostrado siquiera estancarse. Menos todavía con el acelere de la última década, a partir de 2007, cuando todos los indicadores de homicidios —entre ellos los de jovencitas— aumentaron.

Margen de error
(No es igual) En ciudades como Acapulco y Chilpancingo, en Guerrero; Colima, Colima; Tijuana, Baja California; Ciudad Victoria, Tamaulipas; las tasas de asesinatos de la población en general (ya de por sí altas porque son las más altas de México y del mundo), se duplican y hasta cuadruplican cuando se revisan los rangos de edad entre 19 y 25 años. Culiacán o Navolato, en Sinaloa, aunque por debajo de aquellas primeras mantienen tasas altas en relación al país.

Acapulco es una de las ciudades más violentas de México, y en el top 10 de ciudades violentas del mundo. Su tasa de asesinatos por cada 100 mil habitantes se ubicó en 132 casos en 2015. Pero cuando solo se revisa el rango de edad entre 15 y 29 años alcanza los 427 casos por cada 100 mil habitantes, eso es casi cuatro veces más que la tasa general. El peligro se oculta en los engañosos promedios.

Es aquí cuando queda claro que no es igual vivir en Mérida, Yucatán, uno de los remansos en México, que en Ciudad Victoria, Tamaulipas, o Colima. No es igual ser joven y mujer en Culiacán, que en Escuinapa.

Mirilla
(La recompensa) Ser algo en la vida pasa primero por parecer. El gobierno de Estados Unidos multiplicó por cuatro la recompensa para quien brinde informes que lleven a la captura de Rafael Caro Quintero. Eran 5 millones de dólares y ahora ofrece 20, convertidos a pesos serían equivalentes al costo del programa de uniformes escolares gratuitos a todos los estudiantes de educación básica en Sinaloa, más o menos.

Si los estadounidenses querían mandar el mensaje de que son implacables contra quien atente contra uno de los suyos, hay que reconocer que han sido consistentes por más de 30 años. Desde el asesinato de Enrique Camarena, agente activo de la DEA en México hasta los años de prófugo que lleva Caro Quintero cuando un juez mexicano lo liberó.

Aun así, la medida de los americanos mantiene dos ingredientes básicos para una acción de gobierno: Mezclar realidad y ficción. Está en su cultura la dificultad de separar el show de la realidad. Para ser, primero es parecer (PUNTO)

Columna publicada el 15 de abril de 2018 en la edición 794 del semanario Ríodoce.

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