Alfredo Arnold Morales, el único gerente de Redacción que he conocido en mi vida, me llamó la tarde del miércoles 14 de junio de 1986. Entonces yo tenía la encomienda de hacer La Página, suplemento cultural que se publicaba todos los domingos en El Sol del Pacífico.
—Pepe, se murió Borges —me dijo como si yo no lo supiera.
—Sí, en Ginebra, lo leí en el Unomásuno.
—Dedícale La Página de esta semana —eran tiempos en que ni soñar con el Internet—, ahí te va lo que dice el cable de la AP. Te dejo para que chambees.
—Sale, cuenta con eso.
De ahí resultó un texto del que rescato algunos párrafos:
“Aunque ya cargaba a cuestas la pesada losa de 87 (no 85, como dice el cable) largos y productivos años. Borges, con su humor e ironía a toda prueba (una muestra es su definición de la Guerra de las Malvinas: ‘es un pleito de dos calvos por un peine’), su creatividad inagotable, nos hizo pensar que era eterno. Y aun hoy que lo sabemos muerto, tenemos por fuerza que referirnos a él como El Argentino Eterno.
“El niño Borges nació prácticamente en medio de una biblioteca en la que los pacientes libros esperaron a que aprendiera a leer para ser pasto de sus incendiadas ansias de saber.
Cuando le confesó su vocación a su padre, éste solo le dijo:
—Lee mucho y escribe cuando sientas esa necesidad y no lo publiques, al menos hazlo lo más tarde posible.
“Poeta y cuentista, polémico, hábil en la ironía, insaciable devorador de conocimiento (antes de morir se encontraba perfeccionando su alemán y su japonés), hombre capaz de ser un niño perpetuo (al enterarse de la cibernética se volvió loquito y durante buen tiempo no hizo otra cosa que jugar con su descubrimiento), el sabio ciego de la visión enternecedora y azul. El genio. El hombre. El más grande escritor de lengua castellana al que, al igual que Kafka y Proust, le fue negado el derecho a obtener el Premio Nobel. El Borges cerebral, el Borges memorioso, el Borges de la respuesta exacta, ha muerto”.
Tomado del texto Con Borges en la memoria.
