Si soltáramos la trivia de que nos dieran el nombre del escritor mazatleco nacido el 11 de junio de 1912, autor de 15 libros de cuentos, 7 de ensayos y 11 novelas, sin consulta gloogleriana, ni artilugio alguno de Internet, seguramente no se daría con su nombre. Así de olvidado tenemos a Ramón Rubín, un personaje que le puso reflectores al nombre de Mazatlán en el mundo de la literatura.
Fallecido en Cuyutlán, Jalisco (25 de mayo de 2000), recuerdo que, como en los viejos tiempos, como en las páginas de una de sus novelas, la noticia de su deceso tardó tres días en llegar desde Cuyutlán, Jalisco, hasta Mazatlán, su ciudad natal. Me imagino, y no puedo entenderlo de otra manera, que de Cuyutlán mandaron un propio a caballo hasta Manzanillo para que ahí tomara un vapor y tras días de travesía entregara a los medios locales un pergamino con la fatal información. No puedo justificar de otra manera la tardanza.
Por supuesto que los altoparlantes de los voceadores motorizados, esos tormentos matinales, no arengaban a sus compradores con mensajes tipo: ¡Y se murió Ramón Rubín! ¡El escritor mazatleco autor de El dolor de los Tzotziles y El Seno de la esperanza, entre otras obras, se murió todito en el pueblo de Cuyutlán, Jalisco! ¡Vea las fotografías! Tampoco le dieron las primeras planas, como hubiera sido el caso de un político de segundo o tercer nivel. Hasta uno de cuarto hubiera tenido una cobertura más relevante que una nota escondida en las páginas de espectáculos o una línea en una columna de sociales.
Tomado del texto “Considerado el Hemingway mexicano
Ramón Rubín, un mazatleco para recordar”
