Muere Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel

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(NOTE TO EDITORS: This handout photo may only be used in for editorial reporting purposes for the contemporaneous illustration of events, things or the people in the image or facts mentioned in the caption. Reuse of the picture may require further permission from the copyright holder.) In this undated handout issued by Buckingham Palace of a painting by Australian born artist Ralph Heimans, A painting of Prince Philip, Duke of Edinburgh is photographed in the year of his retirement from public engagements set in The Grand Corridor at Windsor Castle with him depicted wearing the sash of the Order of the Elephant, Denmark's highest-ranking honourin 2017 in England. (Photo by Ralph Heimans/Buckingham Palace/PA Wire via Getty Images) Getty Images provides access to this publicly distributed image for editorial purposes and is not the copyright owner. Additional permissions may be required and are the sole responsibility of the end user.

Felipe de Edimburgo, marido de Isabel II, falleció este viernes a los 99 años en el palacio de Windsor, según anunció la familia real británica.

“Es con gran pesar que su majestad la reina anuncia la muerte de su amado marido, su alteza real el príncipe Felipe, duque de Edimburgo”, señaló el Palacio de Buckingham en un comunicado, publicó el diario español El País.

Felipe de Edimburgo abandonó el hospital el pasado 16 de marzo tras ser intervenido con éxito de una dolencia cardiaca preexistente.

“Su Alteza Real murió pacíficamente esta mañana en el castillo de Windsor. Se harán nuevos anuncios a su debido momento”, agregó la nota.

El primer ministro británico, Boris Johnson, leyó un comunicado oficial de pésame a las puertas de Downing Street: “Ayudó a dirigir la familia real y la Monarquía para que permanecieran como una institución indisputablemente vital para el equilibrio y la felicidad de nuestra vida nacional”, dijo Johnson.

Ninguno de los intentos por escribir una biografía de Felipe de Edimburgo que desentrañara su personalidad triunfó en el empeño. El marido de Isabel II y príncipe consorte del Reino Unido se mantuvo hasta el último momento como un enigma y un comodín que sirvió a partidarios y detractores de la Monarquía para representar a una institución eterna o deplorar la altanería y arrogancia de una casta alejada de la realidad.

“Damas y caballeros, se presenta ante ustedes la persona con más experiencia en el mundo en descubrir placas conmemorativas”, solía decir en sus últimos actos públicos, antes de retirarse finalmente de la escena oficial en 2017.

El sentido del humor, tan cáustico como autocrítico, fue uno de sus pocos refugios.
Coleccionaba viñetas de los humoristas gráficos británicos más célebres, como Matt. Llegó a tener casi doscientos dibujos originales que repartió por los cuartos de baño de todos los palacios y castillos de la Casa de los Windsor. Fue el modo de asegurarse, en la intimidad, de que la última sonrisa fuera la suya.

El alférez de navío de la Marina Real buscó en el mar su último cobijo. O en el aire, donde llegó a sumar 5 mil 986 horas de vuelo en 59 tipos diferentes de aeronaves. Su último trayecto fue de Carlisle [noroeste de Inglaterra] a Islay [en Escocia], en agosto de 1997, con 76 años. O en la fe, que comenzó como una costumbre incorporada con naturalidad a su educación y condición social, y se convirtió durante los últimos años en un empeño introspectivo.

Ayudó a Robin Woods, decano de Windsor y capellán doméstico de la reina, a poner en marcha St. George’s House, un centro de retiro, conferencias y estudios donde los sacerdotes anglicanos se reunían para debatir asuntos eclesiásticos.

Felipe de Edimburgo fue el aristócrata apátrida que renunció a su historia y su apellido para consolidar la Casa de los Windsor. El príncipe irreverente y bocazas que irritó con sus salidas de tono a la izquierda política y mediática británica.

El duque de Edimburgo fue el pararrayos, el escudo y el reverso negativo de Isabel II. El ancla de una familia y de una institución que nunca albergó la menor duda, a diferencia de sus hijos y de sus nietos, de que la magia que aseguraba su estabilidad se construía con distancia y liturgia.

Cuando el destino derrumba el privilegio y la grandeza de un manotazo, algunas figuras defienden con mayor tenacidad y convicción su pretendido lugar en el mundo. Felipe de Grecia y Dinamarca nació en la isla de Corfú, en el palacio familiar de Mon Repos, el 10 de julio de 1921. Sobrino del rey Constantino I de Grecia, obligado a abdicar después las derrotas infligidas por el ejército turco de Kemal Ataturk. Hijo del príncipe Andrés, hermano del rey, y de la princesa Alicia de Battenberg. Su padre arrastró al exilio a toda la familia para huir del pelotón de fusilamiento. Y hasta los nueve años, junto a sus cuatro hermanas, pasó el tiempo entre París y Londres.

Dio tumbos por diversas instituciones educativas. Primero el internado Cheam School, en Inglaterra; un año en el elitista Schule Schloss Salem, en Alemania, cuando la ideología totalitaria y racista de Adolf Hitler comenzaba a impregnar ese país.

Padre de cuatro hijos, Carlos, Ana, Andrés y Eduardo, no pudo dar a ninguno de ellos su apellidos, porque la resistencia del entonces primer ministro, Winston Churchill, hizo que prevaleciera inalterable la marca Windsor.

Fue Felipe quien anunció a su esposa la muerte de Jorge VI, durante una visita a Kenia. “Por primera vez en la historia, una joven mujer subió como princesa hasta un árbol, y después de una estremecedora experiencia, bajó ya como Reina de ese mismo árbol al día siguiente”.

Era el 6 de febrero de 1952, y desde entonces el príncipe consorte llegó a participar en más de 22 mil actos oficiales, realizó 637 visitas oficiales al extranjero -solo, o acompañando a la Reina- y dio casi 5 mil 500 discursos oficiales.

Fue el primer miembro de la Familia Real que concedió una entrevista televisiva. A la BBC, por supuesto. Intentó como pudo dotar de aires de modernidad a una institución forzosamente anquilosada.

Gracias a él, los habitantes del Palacio de Buckingham pudieron comunicarse por línea telefónica interna en vez de enviarse mensajes a través del personal de palacio. Gracias a él, llegó la calefacción a ese edificio descomunal.

A Felipe se atribuye la desafortunada idea de permitir que las cámaras rodaran un documental con el día a día de la Familia Real, que contribuyó a erosionar esa “misión de emocionar y preservar la reverencia del pueblo” con la que Walter Bagehot, el autor de La Constitución Inglesa, definió el papel de la Monarquía.

Fue su propio carácter, poco complaciente con las actitudes sentimentales y desabrido cuando le venía en gana, el que acabó propiciando la leyenda de una sombra excesivamente autoritaria e influyente sobre su primogénito, el príncipe Carlos de Inglaterra.

La leyenda -el único modo de contar las interioridades de la Familia Real británica- asegura que fue su propio empeño el que aceleró el matrimonio de Carlos con Diana Spencer. Y sobre sus hombros recae la acritud que Buckingham tuvo con Lady Di en sus últimos años. Hasta el punto de que el millonario egipcio Mohamed Al Fayed llegó al delirio de acusar al príncipe de haber ordenado el asesinato de la “princesa del pueblo” y de su hijo, Dodi, aquella fatídica noche de 1997 en París.

Desde que el 2 de agosto de 2017 presidió un desfile militar en el Palacio de Buckingham y puso así fin a su agenda pública, Felipe de Edimburgo se recluyó en el Palacio de Sandringham.

Rodeado de sus libros -teología y poesía, la mayoría de ellos-, cedió con gusto a hijos y nietos un protagonismo del que nunca disfrutó. Sus relaciones con la prensa, salvo aquellas ocasiones en las que pudo impulsar su pasión por el conservacionismo de la naturaleza, fueron tormentosas durante décadas. “He llegado a la conclusión de que he hecho algo bien cuando no salgo en los medios, porque sé que cualquier aparición mía va a recibir críticas”, reflexionaba con resignación a los 85 años.

El pasado abril interrumpió su retiro voluntario para dar las gracias al personal sanitario que luchaban en primera línea contra la pandemia, “y a todos esos trabajadores clave para que la infraestructura de nuestras vidas siga adelante”.

Felipe de Edimburgo dedicó la mayor parte de la suya, desde el incomprendido papel de consorte, a mantener la etérea infraestructura de la Monarquía.

“No es de los que acepta con facilidad los cumplidos, pero ha sido, simplemente, mi fuerza y mi soporte durante todos estos años”, dijo de su esposo Isabel II cuando el 20 de noviembre de 1997 celebraron sus Bodas de Oro.

Felipe de Edimburgo continuó siéndolo casi un cuarto de siglo después.

 

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