Los Pinos

los pinos

Acabo de visitar la que fue la residencia oficial de Los Pinos y que hoy se encuentra abierta al público en espera de que se transforme en un escenario cultural. El público que asiste a este lugar seguramente lo hace entre un sentimiento de acceso a un lugar prohibido, o con cierto morbo por lo que pudo haber sucedido en esos espacios en distintos momentos de la historia contemporánea de nuestro país, sea en esas salas con mesas inmensas o en los privados, hasta donde llega el canto de las aves que pululan en el entorno.

Así, recorrer la calzada Molino del Rey entre la gran cantidad de árboles donde curiosamente los grandes ausentes son las coníferas —que provoca una suerte de desengaño en el imaginario colectivo que siempre percibió un lugar donde proliferan este tipo de árboles—, y transitar por los largos pasillos que llevan a los espacios interiores, es un viaje íntimo por el rincón más importante de la política mexicana durante décadas.

No olvidemos que la residencia de nuestros últimos catorce presidentes y sus familias estuvo sometida a los caprichos de quienes la han habitado. Desde la austeridad republicana de Ruiz Cortínez hasta la frivolidad de Miguel Alemán y Peña Nieto, pasando por la estética nacionalista de Luis Echeverría, el neoliberalismo de Miguel de la Madrid y el autoritarismo de Carlos Salinas de Gortari.

El primer capricho sin duda alguna fue la de su primer residente que le puso el nombre de Los Pinos, no como homenaje a un árbol inexistente, sino como una expresión de nostalgia por el terruño. Vea si no: el general Lázaro Cárdenas conoció a su esposa Amalia Solorzano en el pueblo michoacano de La Huerta de Los Pinos, y dicen sus biógrafos que para congraciarse con ella que padecía la ausencia de los humores nicolaítas, decidió poner ese nombre a la residencia que antes se conocía como La Hormiga, y dicho de paso así se llamaba porque era la propiedad más pequeña que tenía un español adinerado, y con esa decisión tranquilizó a Doña Amalia y vivieron ahí felices todo el sexenio.

Pero hay algo más de Don Lázaro Cárdenas. Antes de que él fuera presidente estuvo el sonorense Abelardo Rodríguez, pero éste como sus antecesores, vivió en el Castillo de Chapultepec. Sin embargo, se dice que el general michoacano que tenía sus fijaciones, le preocupaba compartir la morada con los fantasmas de Maximiliano de Habsburgo y Porfirio Díaz, así que desistió y declaró al Castillo, Museo Nacional de Historia.

Esta decisión del michoacano algunos le han encontrado similitud con la de López Obrador, quien decidió no vivir en Los Pinos, sino en un “lugar cercano” a Palacio Nacional, y convertir a Los Pinos en un complejo cultural de su gobierno. ¿Será que como Cárdenas le inquieta dormir en lo que fue la morada de sus antecesores, sus enemigos, la mafia del poder, sea Salinas, Fox, Calderón o Peña? Algo de esto hay seguramente en esa decisión y por ello prefiere un departamento modesto que le evite convivir con esos fantasmas de la vida pública.

Quizá por eso está en su tarea de desmitificación el poder imperial. Reducirlo a su mínima expresión magnificente. Para hacerlo cercano a la gente. Pero también no hay que pecar de ingenuos, de permanecer en el poder como idea transformadora y por eso es una perspectiva de futuro.

La apertura de Los Pinos a todos sus visitantes entonces es un eslabón de una serie de medidas destinadas a lograr un cambio de régimen, donde lo mayúsculo fue su rasgo distintivo. Y eso es el puente con un pueblo agraviado, que seguramente lo estará apoyando mientras no se separe de la línea trazada en su larga carrera política.

Y para empezar ahí están las reformas que viene planteando el lopezobradorismo, tope contra lo que tope. Ayer los expresidentes y hoy los ministros de la Corte y la élite burocrática o los poderes locales que están en capilla. Mañana quien sabe, pero está claro que no termina ahí y que viene más. Y qué bueno después de tantos agravios.

Quizá, por eso, cuando abandoné Los Pinos sentí que algo quedaba atrás, no el espacio físico de mil secretos, sino una forma de hacer política y modelar el país, que aun con todo se resiste a lo mismo.

Artículo de opinión publicado el 16 de diciembre de 2018 en la edición 829 del semanario Ríodoce.

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