INGA PAUWELLS ROE La dama del teatro

Inga 6

El teatro es una ventana al mundo y la sabiduría.

Inga.

 

Hacía tiempo que me había prometido hacer una visita a mi entrañable amiga. Me recibió Leo Pancho, así nombra ella a su hijo; un joven que se ha hecho hombre destacando como artista, su trayectoria como pintor va en ascenso; su hábitat ha sido el arte.

 

Al entrar a la casa de Inga, los recuerdos me invadieron; ahí estaba la amplia sala que se sigue con el comedor y la cocina; a un lado hay un pasillo que conduce al extenso patio donde se aprecia un intenso verdor. Mientras Leo avisaba de mi inesperada visita, admiré los cuadros, las esculturas, los libreros y una cantidad de objetos que confirman la entrega de sus habitantes por el arte en sus diversas manifestaciones.

 

El olor a maderas, libros y aromático café me envolvió y me llevaron a recordar las tertulias que solíamos disfrutar  los viernes por la noche, para charlar sobre nuestras incursiones teatrales. En eso estaba cuando de pronto, su voz inconfundible me hizo voltear; allí estaba ella con su franca sonrisa y el brillo de sus ojos manifestando la alegría del encuentro.

Después del cálido saludo, Leo se disculpó y quedamos Inga y yo: frente a frente.

 

—Me da gusto que estés aquí.

 

—Me debía este encuentro, y quiero aprovecharlo para que charlemos. Y es posible que de esto salga una entrevista, ¿te parece?

—Adelante, me dijo con su voz de garbo, y esa mirada acostumbrada a dar énfasis a su expresión escénica.

 

—¿Cómo fue que te aficionaste al teatro?

—Desde muy niña tuve esa curiosidad, mi hermano Leo me acercó, me llevaba a ver teatro; un día, ya de joven, él, con mucho entusiasmo me invitó para que hiciera teatro. Me llevó con el maestro Roberto Hernández; Él dirigía un grupo que se llamó “La Escalera”. De inmediato acepté y empecé a ensayar. Sentí que entraba a un mundo fascinante, la impresión provocó un vuelco en mi corazón. Aquella obra se llama El Zoológico de Cristal de Tennessee Williams. Y ahí estaba él.

 

—¿Él, a quién te refieres?

—A Pancho.

 

—¿Francisco Salgado Favela?

—Sí. Nos enamoramos en ese mismo instante, —dice mientras un velo de nostalgia cubre su rostro.

 

—¿Recuerdas aquella primera vez que apareciste en escena?

—¡Por Dios! ¿Cómo voy a olvidarlo? Salí al escenario con una tasa de café, de pronto empecé a escuchar un ruidito, era un tintineo que distrajo mi parlamento, no sabía que era, me molestaba, me quedé muda y descubrí. ¡Era mi tasa! —soltó la carcajada—, de inmediato la coloqué sobre una mesa, y pude recuperar mi aplomo. Fue un instante de horror, cómo cuando se te pone la mente en blanco, sientes que te quieres morir y hasta maldices estar allí. Pero todo eso hace que el teatro sea una gran aventura.

 

—En esa obra actúan otra mujer y dos varones, ¿recuerdas quiénes eran?

—Ella era Calita, uno de ellos era el Shubber, Ronaldo González Sr. y Pancho, quien poco después sería mi esposo. Don Roberto puso La culta dama de Salvador Novo. Pancho hizo el galán y yo la dama. Con el auspicio de la Universidad de Sinaloa y el teatro del IMSS, bajo la dirección de Poncho de la Vega, actuamos en Las palabras cruzadas, de Emilio Carballido, también nos acompañaron Marcia Guerrero y Jorge Macías. Con todos ellos aprendí y disfruté; cada obra una enseñanza, por la historia misma y sus personajes.

 

“Poco después, Pancho y yo nos casamos y nos fuimos a la ciudad de México, llevábamos un mundo de ilusiones, nuestra meta era estudiar teatro. La realidad solo nos permitió que Pancho se inscribiera en la academia del señor Seky Sano, mientras yo tuve que emplearme. Mi preparación como contadora me permitió ser cajera en una tienda que se llamaba Las Guajolotas. Pancho logró actuar de extra en televisión donde también hizo pequeños papeles como actor. Me embaracé de Inguita, nació, pero como no me animé a dejarla al cuidado de gente extraña, acepté la invitación de mi madre, y nos regresamos a Culiacán. El señor Manuel Ferreiro y Ferreiro apoyó a Pancho y lo acomodó como director de teatro en el IMSS. Yo encontré trabajo en La comercial del hogar. Era el año de 1960, entonces nació Leo y en 1961 Ana”.

 

—¿Y el teatro?

—Me integré al grupo de Pancho. Iniciamos una bella etapa. Pusimos obras en el teatro Benito Juárez del PRI, el IMSS y el ágora del Centro Cívico Constitución; por cierto, en la inauguración de este centro, estuve en los coros de la obra Edipo Rey, comedia Griega de Sófocles, en la que actuó don Ignacio López Tarso.

 

—Te tocó pisar escenario con ese señorón.

—Pues sí. Pero te cuento sobre aquel grupo, en el que junto con Pancho pusimos obras mexicanas, españolas, inglesas, francesas y americanas.

 

—De esa etapa, ¿a quienes recuerdas?

—Fueron muchos amigos y amigas, imposible nombrar a todos, pero recuerdo a la Chety Ayala, Cesar Leal, Salvador Echegaray, Poncho de la Vega… En 1968 nació la Gilde y empezamos con el Seminario de actores, por cierto. La última obra que presentamos fue Usted puede ser un asesino de Alfonso Paso, donde tú fuiste parte del elenco.

 

—Sí, lo recuerdo bien, allí nació nuestra amistad. Pero ¿después que siguió?

—Yo entré al Taller de Teatro Universitario —TATUAS—, Óscar Liera me dio la bienvenida en mi soltería, me había divorciado. Conocí más personas, inolvidables amigas como Rosa María Peraza, Marta Salazar, Fito Arriaga, Georgina Martínez, Itzel Navidad, Fernando González, Ruth Franco, Jesús Ramón Ibarra…

 

—Me gustaría me contaras más del Seminario de Actores, y luego de tu experiencia en el TATUAS y DIFOCUR.

—Será otro día, amigo. Tengo un compromiso, disculpa.

 

—Sí, claro.

 

Me despedí de Inga Pauwells, la primera dama del teatro de nuestra ciudad, una señora que aún promete mucho; por eso, esta charla continuará.

 

leonidasalfarobedolla.com

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