Ejecución y sepelio al estilo narco en Los Mochis

ASESINADO. El comandante Medina.

El recientemente ascendido a oficial de la Policía Municipal de Ahome y comisionado como coordinador operativo, Joel Medina Gastélum fue prácticamente cazado en una emboscada al estilo del narco, y también tuvo funeral similar, con corrido norteño, borrachera y balacera incluida.. y la complicidad del gobierno local para justificar los excesos antes que sancionarlos.

Conocido como el “comandante Medina” o el “Metro”, el coordinador operativo, cargo inexistente en el organigrama de la corporación, fue asesinado alrededor de las 8:00 horas del sábado 24 de febrero cuando aparcaba su camioneta Chevrolet, línea Silverado, doble cabina, placas UF-72194 de Sinaloa, en el estacionamiento de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), en donde cursaba el cuarto año de Leyes.

Medina murió en el interior de la camioneta, sin oportunidad de defenderse, emboscado. No llevaba escoltas, como los que utilizaba en funciones. Andaba solo porque estaba de vacaciones.

Cuando estuvo a la vista, dos hombres le vaciaron a quemarropa ráfagas de dos fusiles automáticos: un AK-47 y un AR-15. Las armas dejaron sobre el hormigón unos 40 cascajos percutidos.

Consumado el crimen, la patrulla criminal emprendió la fuga. Buscaron salir hacia el sur del estado en cuando menos cuatro vehículos hacia el municipio de Guasave y zona conurbana, terreno dominado por el Cártel de Guasave que fundó Fausto el Chapo Isidro Meza Flores cuando el Cártel de los hermanos Beltrán Leyva entró en decadencia. La huida fue observada en la video vigilancia y transmitida a policías, quienes comenzaron la cacería trasladándose desde Guasave y puntos intermedios, a cerrar la pinza sobre Los Mochis.

En Juan José Ríos descubrieron dos autos abandonados. En el crucero de calle Uno y Japaraqui fue localizado un Volkswagen, línea Jetta, de color blanco. Adentro estaban dos AR-15, pistolas y una subametralladora, cargadores y equipo táctico. En otro crucero se encontró otro Jetta de color gris, con más armas.

Uno de los frentes de persecución culminó en el poblado Utateve o Mautillos, Guasave, en donde los policías se trenzaron a balazos con los ocupantes de un vehículo Nissan, línea Áltima, color blanco y placas USP-1371 de Sinaloa, en cuyo asientos posteriores se observaron dos rifles de asalto AK-47 abastecidos con cargadores de disco.

Tras el tiroteo, José “N”, de 45 años, residente de Hermosillo Sonora, quedó muerto entre el suelo y el asiento del copiloto. A unos 50 metros del auto, falleció Rubén “H”, de 41 años, residente de la entidad, quien llevaba una pechera con cargadores adherida al torso. Y metros adelante, Ignacio “N”, de 53 años, velador, murió en el fuego cruzado. Él habría sido el único testigo del supuesto tiroteo.

EMBOSCADA. En el campus Mochis.

En la escena del tiroteo, policías de Ahome agredieron a los reporteros Juan Francisco Ponce de El Debate y Ararak Salomón Cuadras, de Línea Directa, despojándolos de los equipos con que transmitían en vivo. Por la fuerza, los policías sacaron a los periodistas del lugar. Ellos denunciaron el caso en la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Sinaloa.

En el ejido La Entrada, Guasave, en el cruce de calle Uno y San Francisco, la policía encontró un auto Kia, de color blanco, también con armas.

En el tiroteo ningún policía fue baleado, y al cierre de la redacción no había indicios de que alguna patrulla hubiese recibido al menos una abolladura por bala.

Un investigador que tuvo acceso al teatro de operaciones comentó que entre las armas incautadas se encontraban fusiles con silenciador, otra arma larga con lanzagranadas, granadas ofensivas y de fragmentación.

Cerca de ahí, en un retén colocado por policías en calle 19 y carretera 300 desapareció el joven motociclista Bruno Valdez, de 28 años, según denuncia de la familia.

La Fiscalía General de Justicia del Estado emitió un comunicado en el que estableció que por el crimen del jefe policiaco Joel Medina había iniciado la carpeta de investigación 661/2018; por el enfrentamiento a balazos que derivó en la muerte de dos civiles la carpeta 362/2018, y por el fallecimiento del velador comenzó la carpeta 363/2018. La dependencia no ahondó en mayores datos.

En una funeraria, durante el velorio del coordinador policiaco, un desconocido descargó su pistola en el patio, generando alarma entre los deudos y amigos del finando. Incluso, algunas mujeres fueron atendidas por paramédicos. Y aunque el sitio estaba bajo resguardo policial, los agentes se hicieron de la vista gorda y pretendieron disimular que nada había pasado, al afirmar que las detonaciones fueron en realidad estallidos de cohetes. La explicación sonó burda, mentirosa, cómplice.

Al día siguiente, y ya en la misa de cuerpo presente en la iglesia San José, el párroco Luis Alfonso Leyva López sermoneó que el asesinato de Medina fue injusto porque le privaron de la vida, y pidió a Dios que brinde resignación a la familia, amigos y “compadres”. “Porque él tenía muchos compadres en la corporación”, dijo.

“Ojalá Dios los proteja de la gente mala a todos ustedes, y que no les gane la impotencia”, refirió.

Minutos después, tras las exequias de honor policial que incluyó salva, pase de lista, demostración de fuerza, guardia de honor y entrega de la bandera a la viuda e hijas, el alcalde Manuel Urquijo Beltrán afirmó que Medina Gastélum llevó el servicio hasta el sacrificio; por la forma en que fue privado de la vida es seguro que fue por el cumplimiento del deber y en protección de sus compañeros: “Diste la vida por toda la policía. La última palabra no está dicha”, exclamó.

Pidió a los sobrevivientes mantener la seguridad con integridad e inteligencia, y aceptar que el servicio policial tiene sus riesgos.
Concluida la ceremonia, el cortejo partió al camposanto Centenario, en donde ya lo esperaba el grupo norteño “Los Superiores”.

Cuando sonó el corrido del Metro, los comparsas municipales sacaron sus armas y comenzaron la balacera que se prolongó por más de media hora. Las ráfagas provocaron terror en la población del sector poniente de la ciudad. Las redes sociales se encendieron y comenzó la condena pública a la falta de ética policial.

El reproche social obligó al alcalde Manuel Urquijo Beltrán a rectificar un primer comentario con el que solapaba la balacera: “Es comprensible, están dolidos. Por ello, no tendrán castigo”, pero horas después, el secretario Juan Garibaldi Hernández revelaba que tres policías estaban arrestados, y se indagaba si otros gendarmes de municipios vecinos y algunos agentes ministeriales habían disparado también.

El secretario de la Comisión de Honor y Justicia de la Policía y Tránsito de Ahome, Héctor Barreras Quintero afirmó que para la institución es suficiente el arresto de los policías que dispararon, pues es facultad del director aplicarlo como castigo disciplinario.
El vicefiscal Arnoldo Serrano Castelo comentó que estaba a la espera de que le rindan el informe interno del arresto, pues para ellos el disparo de arma de fuego por policías dentro o fuera del servicio es deber indagarlo.

“Estamos por iniciar la carpeta e investigación por el hecho de los disparos, independientemente si los agentes estaban o no dolidos por el deceso de un compañero. Eso no justifica. Analizaremos los hechos y dependiendo de ellos se emitirá una resolución. No adelantaré ni juicios ni suposiciones”, dijo.

AGRESIÓN. A reporteros.

Para los abogados Martín López Félix y Leonel Alfredo Valenzuela Gastélum, presidentes del Consejo Consultivo de Seguridad Pública de Ahome y del Colegio de Criminólogos del Noroeste, respectivamente, la balacera protagonizada por policías debe ser sancionada como delito, independientemente del cargo que ostenten los autores o de la justificación que esgriman.

Incluso esa justificación la consideraron como un agravante, pues el policía debe ser un individuo prudente más que emocional, pues es quien debe aplicar los procedimientos incluso en contra de su propia conciencia. “Nada justifica la balacera, y esto demuestra que aún son insuficientes los cursos de profesionalización pues en situaciones de estrés asoma la barbarie”, coincidieron.

El meteórico ascenso

Joel Medina Gastélum ingresó a la policía municipal al concluir su encuadre como fusilero de la Armada de México. En 15 años y cinco meses formó parte de los escuadrones de Policía Comercial y Caminante de donde saltó a director de operación, tras un escándalo de detención de todos los mandos civiles y militares por su presunta confabulación para promover el narcomenudeo para el cártel doméstico de “Los Mazatlecos”, ramal del Cártel de Guasave que a su vez nació de las ramificaciones del Cártel de los hermanos Beltrán Leyva.

Previo a obtener mando de facto, el servicio del ahora fallecido pasó sin pena ni gloria. Se hizo notar cuando saltó a ser parte del séquito policial del comandante de la Policía Ministerial del Estado, Jesús Carrasco Ruiz, en cuya administración sucedió la historia más sangrienta de la Policía municipal, llegando al descaro de afirmar que patrullas “clonadas” eran las responsables de masacres de civiles y desapariciones forzadas que sucedían en la ciudad. Decapitaciones y desmembramientos de cuerpos fue el común denominador de las exhibiciones públicas de cadáveres, en ese tiempo. Fue durante el trabajo de ambos cuando se desencadenó la lucha contra del Cártel de Guasave.

Y durante la alianza de Gerardo Amarillas y Medina Gastélum fue aprehendido el líder y fundador del Cártel de Sinaloa, Joaquín el Chapo Guzmán Loera.

Dos asesinatos previos a la ejecución del comandante marcaron la ola de sangre. El 6 de febrero, sobre el dren Mochicahui, José Luis, el Chito, miembro supuesto de la célula criminal doméstica “Los Pelones” murió en un aparente tiroteo con la policía municipal. “Era un asesino de policías”, justificó el capitán Carlos Alberto Acuña Ronquillo, director de la Policía Municipal y jefe inmediato de Medina Gastélum. Además, dijo, había disparado a los agentes previa persecución.

El Chito ya había escapado a una persecución que en su contra encabezó Carrasco Ruiz.

Luego, la noche del 21 de febrero, en la esquina de Ceiba y Código Agrario, Francisco L. de 41 años, fue asesinado a sangre fría por sujetos que le dispararon en 10 ocasiones. La víctima llevaba un chaleco antibalas, pero no sobrevivió al ataque.

Artículo publicado el 4 de marzo de 2018 en la edición 788 del semanario Ríodoce.

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