Auschwitz, el campo de concentración y exterminio

Exposición Auschwitz - Madrid

La enseñanza

Llegar por tierra a Auschwitz luego de una travesía de 43 kilómetros en medio de una luz primaveral de tonalidades verdes y amarillas es dejar atrás a la bulliciosa Cracovia.

Tanta belleza natural contrasta con la expectativa de llegar al lugar que ha sido considerado el lugar donde la maldad humana llegó a su máxima expresión.

En efecto, en ese pequeño valle donde confluyen los ríos Vístula y Sola, se erigieron el campo de concentración de Auschwitz I y, más tarde el de exterminio en Auschwitz-Birkenau II, a solo 3 kilómetros de distancia uno del otro.

Bajar en la antesala del acceso del primero significa inmediatamente encontrarse con esa insignia incomprensible dentro de la filosofía totalitaria: Arbeit macht frei, “el trabajo hace libre”.

La escritora italiana Marisa Madieri, esposa del germanista Claudio Magris, alguna vez dijo que todo individuo y lugar, es tiempo cuajado, tiempo múltiple.

Es decir, no es solo presente, sino laberintos de tiempos y épocas, con sus “pliegues, arrugas, expresiones excavadas por la felicidad o la melancolía, que no sólo marcan rostros, sino que son el rostro de esa persona, que nunca tiene sólo la edad o el estado de ánimo de aquel momento, sino el conjunto de todas las edades y todos los estados de ánimo de su vida”.

Este sentido del tiempo en un espacio que fue de concentración y exterminio humano adquiere un rostro maldito. No es lo que alguna vez fue, tierra de granjeros judíos, y tampoco el lugar donde se sacrificaron a cientos de miles de personas que no estaban en sintonía con el ideal germánico del hombre y la mujer perfecta como ambicionaba el Dr. Josef Mengele con sus “niños de Brasil”, entonces el presente no es inteligible más que como síntesis de todo ello en medio de un campo verde, solo roto por las vías que trasladaron a quienes iban a la muerte por inanición o un tiro en la cabeza.

Hoy, podríamos decir que es construcción banalizada de lo que ahí ocurrió, pues como nos lo confió la guía, gracias al turismo de masas, en sólo dos años pasó de 800 mil a 1 millón 500 mil personas visitantes y sabemos cómo los flujos turísticos de masas terminan por imponer la lógica del mercado y los autobuses refrigerados con sándwich y música de Bach. Quizá por eso, el llamado que nos hacía la guía para evitar las selfis “por respeto a los muertos” parecía una simple letanía, retórica, innecesaria.

Es el viaje para estar ahí, entre las ruinas del holocausto, tomarse la selfi y partir para continuar con sus vidas y sus recuerdos de momentos fugaces. Estallidos de júbilo y tristeza efímera. Claro, cada persona, como cada viaje, es una andadura distinta, pasos distintos. Caminar por esos espacios de sufrimientos, tocar lo tocado por el prisionero que habría terminado reducido a cenizas con el olor agrio a Zylkon B, la sustancia que utilizaban los nazis para exterminar a sus “enemigos”, es sentir la atmósfera del mal karma de lo vivido en medio de esas barracas, que hoy son piezas indelebles de la lucha contra el olvido.

Dejar atrás los campos verdes de Auschwitz —o mejor dicho Oświęcim, como lo llaman los vecinos, que se resisten a aceptar en un acto de resistencia al nombre impuesto por los nazis— es traer en la mente las imágenes de esas grandes vitrinas donde están los miles de maletas, zapatos y utensilios, o las fotos de esa galería de mayoría joven que perdieron la vida en esos espacios de terror.

Lamentablemente la humanidad pareciera no aprehender de lo sucedido en estas tierras polacas y a diario nos encontramos que la maldad humana no deja de estar viajando por el mundo con distintas banderas y credos políticos y religiosos, con otros rostros y otros discursos, pero ahí están las imágenes de gente despavorida que sale en medio de la humareda que dejan los bombardeos que caen sobre ciudades y pueblos, lo mismo en África que en Asía; o más doméstico, pero no por ello menos letal como ocurre en nuestro país, donde cada año se registran decenas de miles de homicidios dolosos y desapariciones forzadas.

O sea, Auschwitz es memoria, pero también presente sustantivo multiplicado.

Artículo publicado el 23 de junio de 2019 en la edición 856 del semanario Ríodoce.

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