Apología del debate público

amlo 861

Esta semana López Obrador mostró su verbo más provocador cuando luego de una disquisición histórica sobre “periodismo y transformación” reclamó a la revista Proceso que no se ha “portado bien con nosotros”.

Esto inmediatamente provocó reacciones en cadena en uno y en otro sentido del arco de opiniones, incendió las redes sociales y no faltaron, ¿cómo?, los calificativos al punto de que algunos ya ven un Chávez revivido con zarape y sombrero de mariachi.

No estoy seguro de esa representación, lo que sí es tangible es que estamos ante algo inédito en la vida pública mexicana.

Qué el presidente se brinque las trancas del protocolo y la prudencia que han normado las relaciones con la prensa a la que frecuentemente “no se le veían, ni se le oía”, cuándo no se le estrangulaba por otros medios o se le halagaba con premios.

Para el poder, durante mucho tiempo fue una suerte de sombra fantasmal que desaparecía con la magia de unos pesos y en otros con el estrangulamiento de la no compra de publicidad.

Aquella frase memorable de López Portillo “de no pagó, para que me peguen” ha quedado cómo registro impoluto de la manera como se lograba la magia del equilibrio mediático.

Hoy que el nuevo López ha contraído el gasto en publicidad por razones de austeridad republicana, lo que eso signifique, ha tenido que venir a llenar el hueco a través de las conferencias mañaneras donde lo mismo marca agenda que polemiza con sus críticos de todos los tamaños y colores, dentro o fuera de Palacio Nacional.

Y lo hace frecuentemente sin prever las reacciones que puede provocar ya no digamos entre sus detractores, que no son pocos, si no también entre los suyos.

¿Es bueno que un presidente salga todos los días a esa tarea que sacude a franjas del país sea en uno u otro sentido?

Las encuestas de percepción más serias indican que hay un descenso en las simpatías que generaron las primeras decisiones que tomo su gobierno, pero estás siguen siendo altas del 60 por ciento y, además, eso no significa que este directamente vinculada a las conferencias mañaneras.

En la percepción sobre un gobernante influyen un sinfín de factores que delinean la opinión de los entrevistados sea a favor o en contra.

Y es que, hay una cosa que nadie debería regatearle a López Obrador, su capacidad de favorecer el debate público, el intercambio de puntos de vista, del enriquecimiento propio con la opinión de los contrarios.

Eso es saludable, tiene un efecto directo sobre la percepción informada, y es cuando escuchamos e intercambiamos puntos de vista, contrario al dogma, a las ideas de hoy y para siempre.

Nos obliga a pensar diverso, sacudir inercias ideológicas y políticas, y eso me da impresión que no se valora y frecuentemente se va mejor al refugio del temor y el dogma.

La sociedad mexicana está viviendo para decirlo con una imagen, un sello transicional, una época posTelevisa incluso esa empresa privada que durante décadas fue o aspiró ser la conciencia transfigurada del pueblo azteca hoy se actualiza con un talante más crítico, abierto, a tono con los tiempos de la emergencia ciudadana y los latidos agitados de la 4T.

Y esa revolución de las opiniones ya es una contribución cultural relevante que seguramente en el horizonte cuándo atemperen los ánimos polarizadores sabremos valorar.

No para eternizar a López Obrador en el poder sino para ir mucho más allá de donde estamos con una opinión pública informada y crítica, capaz de exigir que las instituciones que nacieron como expresión de la demanda ciudadana, llámese organismo autónomos o sistemas ad hoc, cumplan con su función social largamente simulada.

Yo al menos espero que en el mediano o largo plazo López Obrador quede como un referente rebelde, un personaje que logró su sueño de transformación de un sistema corrupto y corruptor en otro donde la decencia se vuelva un valor intrínseco en la vida pública.

Que vengan instituciones fuertes que eviten el temor de muchos del hiperpresidencialismo —que no es tanto hoy en día— lo que tenemos es a un presidente que tiene prisa, que siente que está en su último aire, que necesita aprovechar cada minuto como le sucede frecuentemente a quien ha sufrido un infarto y estuvo bajo las linternas incandescentes escuchando voces y el sonido metálico de los instrumentos quirúrgicos y qué sabe que puede volver a aparecer en el momento más inesperado luego de una jornada de trabajo o un coraje, como el sucedido recientemente en SLP.

¡Es el sentido de la angustia, la desesperación del presidente…!el resto es nuestro!

Artículo publicado el 28 de julio de 2019 en la edición 861 del semanario Ríodoce.

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