Punto de nostalgia X: El Hospital Civil

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Leónidas Alfaro                                       

Con más de 80  años de servicio humanitario, el Hospital Civil de Culiacán es un icono que miles de culichis reconocemos  y presumimos. Ubicado en la avenida Álvaro Obregón 1422 norte, de la colonia Tierra Blanca, ocupa un edificio de singular arquitectura de origen colonial; con amplios pasillos que comunican diversas salas, salones y pabellones con paredes de ladrillo y techos altos estilo catalán, gratamente complementados con amplios jardines y árboles donde destacan las palmeras.

Desde muy temprano la actividad de médicos, enfermeras, técnicos, estudiantes y personal de intendencia, se convierten en un poderoso y dinámico equipo que ha de atender a cientos de personas de este municipio, pero también de las zonas serranas de Chihuahua y Durango; desde  los años 50, las avionetas del Pity eran utilizadas para trasladar desde aquellas regiones a enfermos, parturientas, accidentados o heridos de bala. En las camas de aquellos pabellones convalecían hasta veinte o más enfermos; en los pasillos y jardines los serranos y citadinos pasaban las noches fumando, murmurando rezos o comentando sobre las causas de estar ahí.

El hospital nació de la idea de dar atención a gente menesterosa y de escasos recursos, pero gracias a la conjugación de representantes de los tres niveles de gobierno, la Universidad Autónoma de Sinaloa y benefactores del sector privado —quienes gracias a un descuido del Diablo, Dios aprovechó y los hizo coincidir en un sentimiento humanista—, dieron por resultado que este nosocomio se convirtiera en un centro benefactor, que además de cumplir eficientemente con dar atención médica, también desarrolle enseñanza e investigación científica, ubicándose como una institución de prestigio en medicina general y especialidades, siendo relevante la conservación altruista de su creación, lo que permite que los pacientes paguen tarifas muy bajas.

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Es posible que el espíritu fortalezca a los médicos del Hospital Civil, quienes en compañía de sus enfermeras y estudiantes, día a día hacen honor al juramento de Hipócrates. Esto, más las invocaciones a Dios, a las vírgenes y santos de los mismos pacientes y sus familiares, quizás contribuyan a esa armonía que prevalece en el hospital en beneficio de una sociedad huérfana de justicia.

Lo acontecido a don Eligio González León es una muestra de que los milagros son posibles en el Hospital Civil. Él mismo me contó de cuando fue asaltado, creo en agosto de 1970, por tres pelafustanes que se lo llevaron rumbo a Mazatlán. Lo metieron por un camino cerca del  poblado el Carrizal, como a 300 metros de la carretera lo bajaron y le dieron cuatro balazos calibre 45 en el pecho. Ahí lo dejaron en calidad de muerto, pero una patrulla de soldados, seguro atraídos, por los disparos, lo levantaron y de inmediato lo llevaron al Hospital Civil. De su convalecencia en el hospital dijo: “A Dios y a Malverde les pedí que me salvaran, pero el verdadero milagro lo hicieron los médicos; tras larga operación pudieron salvarme un pulmón y suturar todas las perforaciones que pusieron en peligro mi vida. Desde antes y después de aquella intervención estuve dormido; el primer llanto de un niño espantó a la muerte y desperté, todos los días ese llanto se hizo presente, a veces hasta con tres nacimientos y cada uno me revitalizó; acepté mi  ingrata situación y empecé a valorar los esfuerzos que todos hacían por nosotros los enfermos; recuerdo la atención cariñosa de las enfermeras: ‘Come muchacho, toma este atole, te lo trajo tu madrecita’, frases que me fortalecieron, creo que más que los sueros y las inyecciones. En aquel ambiente de olores a medicina, alcohol y quejidos, recuerdo a un doctor chaparrito, moreno él, siempre sonriente recorría visitando a cada uno y nos animaba: ‘A ver —me decía al ponerme un termómetro o el estetoscopio—, por esta vez mi Licho, la Parca  sólo te peló los dientes’; su voz tenía un tono sureño, es posible que fuera de Escuinapa. En 21 días que estuve hospitalizado, aquilaté el valor de aquellos médicos y enfermeras; en sus rostros se notaba la preocupación y el cansancio, pero nunca el desánimo. Salí fortalecido, listo para vivir la vida.

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Por estas razones, la lucha que en contra de la muerte y la adversidad se da en Hospital Civil las 24 horas del día y durante los 365 días del año, todos los sinaloenses y en particular los culichis, debemos permanecer atentos con el sentimiento positivo para fortalecer el espíritu benefactor de  quienes con su heroica actitud, nos dan motivos para sentir que no todo está perdido, que no todo es corrupción e injusticia.

Al pasar frente al hospital miro sus ventanales, sus jardines, sus palmeras; me invade la nostalgia, pero me anima saber que allí muchos están luchando por el milagro de hacer vivir y vivir. Va para ellos este fragmento de Sueño y misión, poesía de Aura Méndez de Canova.

Toca el destino el umbral de un sueño atrapado

un joven en  las ciencias

y en sus neuronas del saber… 

Estalla la esperanza para prolongar el existir humano.

Forjado en una férrea disciplina y conocimientos

donde los mundos son vastos… 

Ética y moral el joven ha de bregar con el árbol de la vida,

al igual que la naturaleza suple el aire caprichoso, pero vital. 

El joven apacible llega a la meta,

tocando cual ave su sueño…

Ahora ataviado de lino blanco espuma,

tal vez prolongando el pacto entre el mar y las gaviotas,

que nutren de vida el horizonte misterioso…

 

leonidasalfarobedolla.com

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