Presenta el Tatuas la obra El cruce

 

 

Muerte, violaciones, abusos y nostalgia, marcan a los mojados

 

 

 

Todos están muertos. Es el primer pensamiento que inspira los momentos iniciales de El cruce: una mirada de nostalgia por la tierra que se dejó atrás pero que siempre jala dolorosos recuerdos y un porvenir que ya se fue, las sombras como referencia de vida, la ausencia como expresión de oquedad, el futuro como bandera, sueño americano que es pesadilla y violencia siempre al acecho.

obra tatuas 1

El cruce, de Alejandro Román, es una obra de cerca de hora y media que mantiene al público con los músculos apretados. Siempre la violencia, los coyotes, la migra, el país de uno es al mismo tiempo exilio y cobijo, la niñez desamparada, el abuso sexual, el sicariato, las drogas, el toc toc de la muerte, el río Bravo de lenguas de tijeras y la soledad del migrante, el mojado, el que no es de aquí ni de allá. Un paria errante.

 

Sebastián Sahagún, Genaro Sahagún, Miriam Valdez, David Zataráin y Armando García, bajo la dirección de Lázaro Fernando Rodríguez, logran hacer que los asistentes sufran sus pies cansados y ampollados, escuchen las serpientes del desierto, sacien la sed en el río Bravo y vean espejismos en medio del páramo del sin mañana.

 

Uno ve la muerte en el rostro sudoroso del sicario. El barrio dieciocho no lo será más para él ni su jaina (novia), abatida a tiros por el bando enemigo. Pero también siente el ritmo de rap que el matón baila y canta, bien entonado, y el danzar de todos los protagonistas, en el patio de cualquier vecindad gringa, prendidos de los alfileres macabros del cigarro de mariguana y el resistol.

 

obra tatuas 2

Danza de la flaca, la calaca, la guadaña sonriente como luna en medio del desierto. Llegan los olores a los asientos del público, se siente el sudor correr por la frente y las perlas saladas emerger de los ojos. Los torzones de la parca, cuando el sicario se ve sin sombra, sin piel, con fantasmas que empiezan a rodearlo, y la arena emperrarse a la espalda de tantas caídas, maromas, huidas, tropezones y persecuciones de la migra.

 

La familia son esos 12 que no se conocen y que luego se convierten en seis, en medio de la travesía y con la muerte tan a la mano. El deceso está en el cajón de un tráiler, donde los ocupantes mueren asfixiados, en el fondo del río, en el estómago del desierto, bajo las manos criminales de quienes trafican con personas o en la mirilla de los fusiles automáticos de la policía gringa. Unos con unos, unos contra todos, todos contra todos. La familia nace, se diluye y disminuye, es un acto de nostalgia, desaparece bajo tierra y luego todos vuelven a ser unos desconocidos: es el infierno del sueño americano, del otro lado de la frontera.

 

Todo eso logran los actores del Tatuas, en el local de la Escuela Municipal de Teatro —por la Rosales, entre Andrade y Corona, en Culiacán—, ante un público que abarrotó el local y que se mantuvo atento, tenso, expectante, sufrido y salió dolorido, pero satisfecho y agradecido por esta gran dosis de humanidad y realidad.

 

El cruce tiene entre sus personajes a un poblano que busca a su novia Alondra, quien aparentemente lo olvidó en su tierra natal, y a quien le compone y canta canciones; un sicario al servicio del narcotráfico —que en medio de las balas espera, ilusionado, un hijo, un dieciochito, en alusión a su clica, el barrio dieciocho—; un niño a quien sus padres extraviaron, una madre que espera volver a ver a sus hijos en Chicago, y Sergio, un hombre que ansía cruzar a nado el río Bravo por cuarta vez.

 

Todos ellos ponen la pasión en el rostro y lo llevan a quienes conforman el auditorio. Uno siente el poderoso sol en sus miradas, esa piel manchada, y el frío de la desolación. El autor logra una obra de gran recurso poético: la prosa es sorpresiva, contundente y envolvente, a tal grado que logra vestir de elegancia sublime una realidad desastrosa, de terror y dolor.

 

Y aunque el público sepa —o sospeche— que esos cinco que se esconden, arrastran, mojan, bailan, brincan, corren y lloran, en un brevísimo escenario, están muertos, la historia sigue y sigue, fuerte y sinuosa, manteniéndolo a uno en esa butaca que luego es nave espacial, colmada de una triste realidad, en un viaje que uno quiere viajar, intentar, aunque sepa cuál es el final. Después de la lucha, las persecuciones, la sobrevivencia, las violaciones, las balas, el llanto, la melancolía, el amor, la lucha y el recuerdo. La muerte, siempre la muerte.

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