Perlas de pepe

 

 

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Además de entregarnos la habilidad de GGM en el manejo de la novela, La Hojarasca nos revela por vez primera esa atmósfera de epidemias, maravillas y catástrofes que contiene el mundo de Macondo. Tiene, también a su favor, el mérito de haber servido como depósito en los días difíciles en los que García Márquez no tenía para pagar el monto de la renta diaria de su cuartucho en La calle del crimen, que ascendía a un peso con cincuenta centavos. Aquel portero, al que luego se encontraría GGM en una cola para recibir el autógrafo en Cien años de soledad, fue la primera persona que supo valorar una obra de García Márquez. Aunque fuera por un peso con cincuenta centavos colombianos.

La segunda novela de García Márquez debió ser La mala hora, pero en el proceso de elaboración se encontró con un personaje terco que le exigía su propio libro. Se trataba de un viejo coronel que aguarda, día tras día, inútilmente, su pensión de veterano de la guerra civil. De esta manera, la historia de los pasquines quedó al lado y surgió El coronel no tiene quien le escriba, plena de imágenes cinematográficas que han sido bastante bien aprovechadas. Para su fortuna, y ya consolidado como un gran cuentista en Colombia, El coronel… tuvo una buena recepción por parte de la crítica, aunque seguían viendo en él tan solo a un escritor regionalista.

Tras esto, regresa a La mala hora, la cual le concede el Premio de Novela de Colombia y lo catapulta hacia alturas que ahora vemos modestas en comparación con lo que vendría después. Pero bien, La mala hora es la narración de algunas semanas interminables en la vida de un pueblo colombiano que ha sufrido las consecuencias de las luchas políticas y cuando los discursos prometían una era de paz y seguridad, algo extraño empieza a ocurrir: cada amanecer, pegados a las paredes, surgen pasquines en los que se describe, para temor o regocijo del pueblo, vida y milagros de la víctima en turno.

—¿Quién paga los pasquines? —se pregunta un personaje de la novela.

—Es todo el pueblo y no es nadie —le responde el otro con marcado acento de Fuenteovejuna.

Para esto, el novelista, por diferencias políticas que obligarían a escribir otro artículo para explicarlas, se encontraba radicando en México, ciudad que le daría el clima, el tiempo y la calma que necesitaba para escribir el libro que acabaría vendiéndose como “si se tratara de salchichas”. No son pocos los que me han dicho que Cien años de soledad es una novela chilanga, porque ahí fue parida.

La idea general de la novela estaba incubada en la mente del Gabo, como es conocido por sus amigos y uno que otro igualado, desde mucho tiempo atrás. De hecho la empezó a escribir con el nombre de La Casa, pero no le llenaba el ojo y tal y como salían de su máquina las cuartillas iban a parar al cesto de basura. Muy importante es referir el dato de que de todo lo que escribió para ese proyecto solo quedó un cuento: Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo y esto porque Álvaro Cepeda Nery lo rescató de la basura.

 

Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “El tránsito novelístico del Gabo hacia

Cien años de soledad”.

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