Las breves grandes obras de Monterroso

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Augusto Monterroso fue un mexicano que nació en Honduras, porque como dijo Chabela Vargas: “un mexicano nace donde le da su chingada gana”. Cito esto porque una vez en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, le escuché decir: “Me gusta venir a Guadalajara porque aquí está la esencia de lo mexicano: el tequila, lo tomo porque me gusta, eso me confirma que soy mexicano”.

Él nació en Honduras el 21 de diciembre de 1921, pero su padre, que era guatemalteco, lo llevó a vivir en compañía de su madre a Guatemala, pero por razones que se explican más adelante, Augusto se vio obligado a expatriarse y se vino a vivir a México en 1944. Tuvo la oportunidad de representar a Guatemala en la embajada, en la misma capital mexicana donde empezó a publicar, la primera: Obras completas y otras obras, en 1959.

De su más celebrado micro relato El Dinosaurio, se ha dicho y comentado mucho. Algunos estudiosos de las letras dicen que de la primera frase: Cuando despertó, surge la pregunta: ¿a quién se refiere? Otros han respondido que es a la humanidad, que porque la humanidad no ha despertado desde aquella lejana época de los dinosaurios, que seguimos igual de bestias que entonces. Yo pienso que eso es demasiado drástico, porque avances sí ha habido, a pesar haber tenido líderes bestiales como Hitler, Rooselvet, Stalin, Santa Anna, el pelón Salinas, etcétera y etcétera.

Es hora de citar el mini cuento: Dejar de ser mono: “El espíritu de investigación no tiene límites. En los Estados Unidos y en Europa han descubierto a últimas fechas que existe una especie de monos hispanoamericanos capaces de expresarse por escrito, réplicas quizá del mono diligente que a fuerza de teclear una máquina termina por escribir de nuevo azarosamente, los sonetos de Shakespeare. Tal cosa, como es natural, llena estas buenas gentes de asombro, y no falta quien traduzca nuestros libros, ni, mucho menos, ociosos que los compran, como antes compraban las cabecitas reducidas de los jíbaros. Hace más de cuatro siglos que Fran Bartolomé de las Casas pudo convencer a los europeos de que éramos humanos y de que teníamos una alma porque reíamos; ahora quieren convencerse de lo mismo porque escribimos”. Sarcasmo fino.

Monterroso escribió pequeñas, breves grandes obras; en pocas palabras, contaba lo que tenía que decir, con un humor negro muy agudo, por ejemplo: Historia fantástica: “Contar la historia del día en que el fin del mundo se suspendió por mal tiempo”. Genial.

Él declaró una vez: “El medio y la época que me formé, la Guatemala de los últimos treinta y los primeros cuarenta, del dictador Jorge Ubico y sus catorce años de despotismo no ilustrado, y de la Segunda Guerra Mundial, contribuyeron sin duda a que actualmente piense como pienso y responda al momento presente en la forma que lo hago”.

Y es que Augusto Monterroso salió de Guatemala porque siendo activista social, por órdenes del dictador Ubico, es enviado a la cárcel en 1944, pero logra escapar y pide asilo en México. Guatemala entra en Revolución encabezada por  Jacobo Arbenz, quien logra el triunfo, y Monterroso es designado con un cargo en el consulado de Guatemala en México; a la caída de Arbenz se exilia en Chile, donde trabajó como secretario del poeta Pablo Neruda. Regresa a México en 1956.

Desde aquel año inicia una carrera interesante, y el mundo de las letras fue su inspiración. Encontró trabajo como traductor, lo hizo en el Fondo de Cultura y también en la Universidad Autónoma de México, donde también impartió clases de literatura.

No es difícil imaginar que Augusto Monterroso, igual que muchos otros escritores, sabía mucho; eso le permitía vivir, imagino, siempre con buen humor. Es cosa de leerlo para darse cuenta de su buen ánimo y de su talento. De sus cuentos más celebrados: La oveja negra y demás fábulas, Movimiento perpetuo, Viaje al fondo de la fábula, Obras completas (y otros cuentos), con esta confirmó la grandeza de su quehacer literario.

Cito ahora: El espejo que no podía dormir: “Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico”. Sorprendente.

Augusto Monterroso alcanzó una clara visión del mundo, esto se nota en sus narrativas que ahora disfrutamos los lectores que nos gusta ir al asunto, y más cuando llegamos pronto al final, final que suele ser sorpresivo, igual que los temas como: La rana que quería ser una rana auténtica, La fe y las montañas y El perro que deseaba ser humano.

Monterroso es reconocido como un literato de gran alcance. Fue galardonado con el Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo en 1996, El Príncipe de Asturias en el 2000, este premio esta afirmado con un libro de Punto de lectura, búsquelo, sin duda se va a divertir porque este escritor, es de los pocos que sin dejar el humor, supo hacernos llegar una crítica, que no por sarcástica, menos real y contundente que refiere el comportamiento de los gobernantes Latinoamericanos muy dados al despotismo y al despilfarro, características del iletrado. Si encuentran parecido con algunos gobernantes mexicanos, no es coincidencia.

Millones de mexicanos, y otros tantos en el extranjero, incluyendo organismos internacionales como la OEA, la ONU y UDHI, seguimos exigiendo: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia! Para Javier Valdez Cárdenas y los 130 mil asesinados durante este sexenio.

*Escritor de La agonía del caimán.

 

Artículo publicado el 14 de enero de 2018 en la edición 781 del semanario Ríodoce.

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