Hasta que la boda nos separe

 

Que en la taquilla no le vaya mal a Hasta que la boda nos separe (México/2018) no significa que la película sea buena: de acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica, en su segunda semana de exhibición, con 1.3 millones de asistentes, había acumulado 65.8 millones de pesos, muy buenos para la adaptación mexicana de la cinta rusa Kiss Them All! (Gorko!), dirigida por Santiago Limón y escrita por él junto a Aleksey Kazakov, Zhora Kryzhovnikov y Nikolay Kulikov, que solo merece ser vista como muestra de lo que no se debe hacer.

Como no logran ponerse de acuerdo en cómo celebrar su matrimonio, María (Diana Bovio) y Daniel (Gustavo Egelhaaf) acuerdan dar gusto a sus familias con una boda tradicional y otra a sus propios deseos, el problema viene cuando las fechas de las dos celebraciones coinciden.

La idea de mostrar los problemas que resultan de la organización de una boda no está mal, tampoco es original, pero con más imaginación y creatividad hubiera resultado, al menos, un producto medianamente interesante. Se supone que en la película es chistoso decir que los pescados son buenos porque contienen “cerillo”, como sinónimo de fósforo; una animadora de fiestas ofrezca su trabajo llorando porque está triste; una chava que se crea italiana por solo hacerse llamar Franchesca; y Adal Ramones haciéndola de él mismo.

Al parecer, la de la novia, se trata de una familia adinerada que quiere una boda tradicional, eso no está mal, pero es curioso que el papá desee una fiesta en un salón, con música y decoración que, de acuerdo con los estereotipos marcados por la cinta, no van con su nivel. Ahora, si tienen dinero, ¿por qué hay momentos en los que evidencian que no pueden costear la boda?

En cambio, con los parientes del novio, y de muy mal gusto, por cierto, sí se muestran de manera más acorde esas ideas generalizadas de quienes son menos favorecidos: se les pone de ignorantes, sin educación, desconocedores de la buena comida, bebedores de tequila y no de champaña, y nada diestros para el uso de cubiertos a la hora de comer, cuando una cosa es contar con dinero, carecer de él, ser educado y saber de modales. Es una pena que, a estas alturas, todavía se segmente a las personas por sus ingresos monetarios y, todavía, se haga mofa de eso y sea el motor de una película.

Es buena la idea de falso documental, pero además de que la cámara se mueve demasiado innecesariamente todo el tiempo, no hay congruencia ni diferencia al mostrar lo que se supone es la grabación del evento y cuando no. No se entiende por qué el organizador de la fiesta que los novios sí desean, tiene invitados nada relacionados con la pareja y no permite que los familiares estén presentes; por qué el próximo a casarse no se molesta cuando ese quien prepara la celebración le quiere bajar la chava; y por qué ese mismo personaje interpretado por Roberto Palazuelos acepta una camioneta como pago sin verificar quién es el dueño.

Aunque Egelhaaf demostró en Cuatro Lunas (2013) que no actúa nada mal, en esta ocasión se queda corto en su interpretación, lo mismo que el resto de sus compañeros. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 15 de abril de 2018 en la edición 794 del semanario Ríodoce.

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