Cuando los hijos regresan

 

En esa idea de rehacer cintas mexicanas exitosas del siglo pasado —Hasta el viento tiene miedo (Taboada, 1968; Moheno, 2007), Más negro que la noche (Taboada, 1975; Bedwell, 2014), El gran calavera (Buñuel, 1949)/Nosotros lo nobles (Alazraki, 2013)— con Cuando los hijos regresan (México/2017) Hugo Lara dirige, de alguna manera, esa premisa de Cuándo los hijos se van (Bustillo Oro, 1941; Soler, 1968) y Cuando los padres se quedan solos (Bustillo Oro, 1949): si bien no se trata de la misma historia, los conflictos familiares son las constantes en unas y otras.

Don Manuel (Fernando Luján) hace saber a sus consanguíneos que después de tantos años de trabajo, por fin se jubila y ahora quiere disfrutar plenamente sus días al lado de Adelina (Carmen Maura), su querida esposa.

Todo iba como lo deseado hasta que Carlota (Cecilia Suárez), acompañada de sus dos hijos y unas cuantas maletas, pide asilo a sus padres, porque descubrió que su esposo la engaña y no quiere estar más con él. Al día siguiente, Chico (Erick Elías), su esposa Daniela (Irene Azuela) y su mascota, también llegan a la casa para quedarse un tiempo, por los arreglos que están haciendo en su departamento. Para completar el cuadro, Rafis (Francisco de la Reguera) el más joven de los hijos, que acababa de irse a otra ciudad a trabajar por primera vez, regresa al nido porque no le parecieron las condiciones que le pusieron como investigador y, para colmo, con el pretexto de ayudar para los gastos, le renta la mitad de su cuarto a Takumi (Takato Yonemoto), un amigo japonés.

En poco tiempo el hogar se vuelve un caos y las verdaderas razones por las cuales recurrieron a los progenitores salen a la luz, lo que servirá para arreglar viejas rencillas y poner todo en su lugar.

Cuando los hijos regresan tiene un acierto interesante, además de su atractiva dirección de arte: registra muy bien esa dinámica que se da en algunas familias muéganos. No importa la razón por la cual estén siempre juntos, se lleven bien o mal, si sea de manera permanente o de visita, ni cuántos integren la prole, los alegatos por la privacidad, que no sea suficiente la comida, el baño o el dinero para los gastos de los servicios, que nadie se haga responsable de ellos, y que cada uno sienta que la casa de los padres sigue siendo suya y conserva los mismos derechos que antes de salir, es tal cual.

La versión del también guionista del filme junto a Claudia González-Rubio, no tiene, por mucho, los alcances de sus predecesoras: dejando de lado lo predecible de la trama y enorme cantidad de estereotipos —que no son necesariamente una desventaja si hay otros aspectos que sobresalgan— las situaciones que hacen regresar a los hijos al hogar y la estrategia para echarlos fuera terminan resolviéndose de forma absurda; algunos aspectos no tienen fundamento, lógica ni seguimiento; y hay personajes innecesarios y los chistes son malos.

En las actuaciones, en realidad, ninguno destaca: Luján se nota tenso; Maura no termina de adaptarse y se ve fuera de lugar; Suárez no lo hace mal, pero insiste en interpretar el mismo papel, con el mismo tono de voz; Azuela solo cumple con la tarea; y Romero y Ferreira, están desaprovechadas. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 7 de enero de 2018 en la edición 780 del semanario Ríodoce.

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