Annabelle

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Hay quienes consideran que el género más complicado es la comicidad, porque no es nada sencillo hacer a reír a las personas, pero asustar también tiene su chiste.
No recuerdo cuál fue la última película de terror que me dio miedo, realmente, pero sí sé que fue hace muchos años. El problema es que la lógica se apodera de mí y por más espeluznante que esté el monstruo, más horrible lo que le hagan a una persona, más sangre que se derrame… simplemente no me creo nada de lo que haya en la pantalla.
El género en cuestión me parece uno de los que más recurre a los clichés y por más original que se intente hacer el producto, ya sabemos qué sigue después de la imagen de una casa abandonada en medio del monte, del rechinar de la madera, de los restos de sangre por toda la casa… de ver una muñeca vieja.
Una de las cintas más esperadas esta temporada es Annabelle (EU/2014), dirigida por John R. Leonetti, sobretodo porque se trata de la secuela de una de las más exitosas del año pasado: El conjuro, y si ésta no me hizo ni siquiera abrir de más los ojos, mucho menos la que nos ocupa ahora, que lejos de producirme miedo, curiosamente, me hizo reír tal cual una película cómica.
John (Ward Horton) y Mia (Annabelle Wallis) escuchan unos gritos enseguida de su casa, y cuando quieren auxiliar a los vecinos, también ellos son atacados por los miembros de una secta satánica.
La vida para este matrimonio que espera a su primer hijo parece de lo más normal, hasta que comienzan a suceder cosas extrañas en su residencia: ruidos, objetos que cambian de lugar y aparatos que se encienden solos, por lo que es mejor mudarse a otra.
Como la situación cada vez es peor, a pesar de ya no vivir donde mismo, la conclusión de la pareja y de un sacerdote que los auxilia, es que la muñeca antigua con atuendo de novia que Mia recibió como regalo de parte de su esposo, tiene mucho que ver con todo lo que pasa, por lo que no descansarán hasta deshacerse de ella.
Sólo hay un momento de la película Annabelle que me pareció interesante, en función de provocar miedo, y no es que me lo haya causado, sino que la idea era buena y pudo haber funcionado, de no repetirse tanto el atoramiento del elevador, y es precisamente la escena del sótano.
Niños que se convierten en adultos al correr, personas que son impulsadas hacia atrás de un jalón que sólo se percibe como falso, sacrificar la vida propia por el alma de alguien que apenas se conoce… me parecieron ilógicas e imposible de creer.
La promoción de la cinta y el conocimiento de El conjuro nos llevan al cine sólo para ver de qué es capaz la malvada muñeca, pero resulta que ahora la acompaña en sus fechorías una especie de demonio, que no tiene ninguna razón de ser: ni se explica, ni se entiende ni se necesita.
Las actuaciones de parte de la pareja protagonista son planas por completo, no logran trasmitir ninguna emoción, y para colmo ni siquiera hay química entre ellos.
Puede pensar que el problema de que la cinta no me dé miedo, es sólo mío, pero le aseguro que le parecerá más interesante el diseño de producción. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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