El escritor Dámaso Murúa nació en Escuinapa, Sinaloa, el 13 de agosto de 1933, y es uno de los más destacados valores literarios de Sinaloa. Sus cuentos y novelas son un cruce de su prodigiosa imaginación y de su intenso contacto con la realidad: su estrecha convivencia con los pescadores le permitió adentrarse en su vocabulario, entorno, problemas, anécdotas y humor, lo que le proporcionó innumerables vivencias que ha plasmado en una amplia y fructífera obra literaria cuyo centro es Florencio Villa, el Güilo Mentiras, su personaje por antonomasia y la figura más maravillosa de la picaresca sinaloense, a quien el autor asegura haber conocido en 1966.
Para Eduardo Antonio Parra, el Güilo Mentiras, personaje icónico en la literatura del escuinapense, se inserta de manera natural en esta tradición literaria donde los embustes dejan de ser un medio de persuasión o de seducción para convertirse en el tema u objetivo del relato, y al darle su autor una acentuación autóctona, regionalista, conecta asimismo con esa otra tradición, más arraigada en la imaginación popular, de los grandes comediantes y bromistas nacionales, donde destacan el conocido Filósofo de Güémez, oriundo del noreste del país, y don Carlos Balmori, de la Ciudad de México.
Como un homenaje a Dámaso, ofrecemos a ustedes uno de sus cuentos más leídos.
El tigre ensillado
Cada año iba a las fiestas de Huajicori. Que me acuerde, desde que bautizaron al Terriques —y ya está viejo— no he dejado de ir a los bailes de la Virgen de la Candelaria. Pero ese día que me salieron las ganas pensé que no llegaba a pie a Huajicori, pues como tengo 120 años ya no me queda ni aguanto echar andadas tan largas.
Por ese motivo, pensé pedirle prestado su burro a mi compa Ñengo. De muy buena gana me lo prestó, encargándome únicamente que no le diera a comer arrayanes de los que hay en Huajicori, porque tenía mucha tos y a poco se lo traía enfermo de dolor de oído. Le prometí que se lo iba a cuidar mucho y que se lo devolvería sano y salvo. Que le iba traer de regalo una estampita de la Virgen y unos cordones benditos de los que cuelgan en el pescuezo, pa que a él y a su familia nunca se les atore una espina de pescado.
Me fui a Huajicori en el mentado burro que resultó muy flojo pa caminar. Corría únicamente cuando íbamos llegando a los arroyos o cuando iba una burra adelante. Con miles de trabajos, cruzando cerros y llanos, lo hice llegar a Huajicori. Llegando, lo amarré de un roble en las orillas del pueblo.
Me dio trabajo hallar el roble, pero no podía amarrarlo de otro lugar, pues eran puros arrayanes los demás árboles como el chivato burro todavía llevaba mucha tos, temí que se muriera de una pulmonía si lo amarraba de un arrayán. Me fui a bailar a la fiesta. A rezar a la iglesia. Y a tragar vino a las cantinas.
Ya muy a media noche, recordé que tenía que venirme y pensé: ¿qué mejor hora que esta? Si me voy ahorita que es como la una de la mañana, llego a Escuinapa casi al amanecer; al cabo el burro ya va pa la querencia, se tiene que ir recio el chivato. Luego me fui al roble, donde había amarrado al burro el día anterior, encontrándolo donde lo había dejado. Me dispuse a ensillarlo, notando con sorpresa mía que se resistía, como que no era de su agrado traer la silla en el lomo. Pero yo llevaba como quince litros de vino en el estómago y en ese estado no iba dejar que un burro cualquiera me venciera. Así es que con muchas dificultades al fin logré ensillarlo, notando que cuando lo estaba cinchando volteaba y me tiraba mordidas y no eran precisamente mordidas de burro, porque me las tiraba con ganas de arrancarme un brazo.
Me monté en él y le hice rumbo pa Escuinapa. Cuando venía por el camino, todavía muy oscura la mañana, noté que venía más a la carrera. Cuando encontraba alguna vaca se le quería echar encima. Pasamos por un ranchito y la perrada no nos dejaba pasar. A cada momento me iba extrañando más de lo que iba pasando. Por fin llegué a La Campana, ya queriendo amanecer, cuando me encontré al Chimuelas. Me sorprendió mucho que tan luego me vio se subió a un árbol. Me gritó de arriba:
—Güilo, bájate de ese animal…
Entonces yo le pregunté sorprendido:
—¿Por qué?
—Pues ¿qué no ves que vienes montado en un tigre…?
Después de oír al Chimuelas y de ver mi montura, no hallaba qué hacer: si bajarme y salir corriendo despedido o llegar con él hasta Escuinapa. Después de pensarlo un momento, hice lo segundo y empecé a forzarlo pa que anduviera más recio y de ese modo llegara más cansado a Escuinapa. Y mientras llegaba fui sacando mi talla de que el tigre había ocupado el lugar del burro porque se lo comió.
Pero se lo fue comiendo de la cola pa delante, de suerte que cuando le comió la cabeza ya se había quedado el tigre con la lazada en el pescuezo. De ese modo no se fue y como estaba oscuro cuando llegué lo ensillé sin darme cuenta de lo que había pasado. Pa mi buena suerte, llegando a Escuinapa se murió de cansado y al dueño del burro, que era mi compadre Ñengo, no tuve más que darle la piel del tigre. Con el producto de ella compró treinta burros, con los que ahora se lleva acarreando leña.
Artículo publicado el 18 de agosto de 2024 en la edición número 03 del suplemento cultural Barco de Papel.