Más de 60 años de prisión a feminicida de Los Mochis

Más de 60 años de prisión a feminicida de Los Mochis

La última vez que Luis Carlos Salazar Cota compareció ante un juez de control y enjuiciamiento penal fue este miércoles 5 de julio para cerrar el caso 276/2022 que se le instruyó por el feminicidio y desaparición de personas en agravio de Fabiola Vianey L.

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El magistrado había pedido la excarcelación para explicarle la sentencia al joven maestro de música que tendrá tiempo para recapitular su existencia en 60 años, 5 meses y 4 días que pasará en la sombra, siempre y cuando un juez de sentencia no resuelva acortarla, con el paso del tiempo.

Ese día, Luis Carlos pareció no inmutarse por la sentencia, que abultada no era un precedente, pues en el desglose de la pena resultó que pasaría encerrado 41 años, 10 meses y 16 días por el feminicidio y 18 años, 6 meses y 18 días por tratar de desaparecer el cadáver de su amiga, la también maestra, pero de ballet, y de primaria.

En la sentencia contra Luis Carlos, los deudos no lograron su objetivo de obtener 43.9 millones de pesos por todos los daños provocados a la familia, aunque el juez concedió 3 millones 694 mil 203 pesos con 76 centavos por los conceptos de indemnización por muerte y daño moral, daño psicológico de las víctimas indirectas, gastos funerarios y gastos erogados por victimas indirectas.

Según los medios de prueba de la fiscalía, el 17 de junio del 2022, Luis Carlos condujo a su amiga Flor Vianey a su casa, ubicada en el callejón Juan de la Barrera y la golpeó con algún objeto, matándola de asfixia, acuchillándole el rostro y ocultando el cuerpo, al que pretendió embolsar, bajo su propia cama.

Él mantuvo el cadáver en su propia casa, mientras la familia de la joven profesora desataba su búsqueda en redes sociales y entre sus familiares y amigos. En la pesquisa nadie sabía del paradero, aunque el auto se había encontrado aparcado en la esquina de la escuela de karate en donde ella había dejado a su hijo.

Los investigadores encontraron un video, en donde aparecía el auto de Kía, de Luis Carlos, pero en ningún cuadro se observa que ella lo aborda.

El profesor fue sometido a interrogatorios, y se defiende, argumentando que efectivamente, se había encontrado con ella, pero la había dejado en una tienda Coppel para que retirara dinero y abonara a la deuda que había contraído usando el crédito de su padre.

El profesor de música habría sentido remordimientos y termina confesando a su madre que el cadáver de su amiga estaba en su casa, y entre llantos acepta que había sido un accidente, aunque no lo describe.

Ante la confesión inesperada, la madre de Luis Carlos llama a su esposa y cuñados, citándolos en la Unidad Administrativa pues allí buscaría a un agente del Ministerio Público a quien le pediría consejo para proceder a abrir la casa y que Fabiola Vianey, a quien conocía, se reúna con la familia que la busca.

El fiscal denuncia la confesión ante los agentes de desapariciones, y estos arriban al sitio, atrapando al maestro de música.

Antes, la madre, el padre y un tío, hablan con el muchacho, y le aconsejan decir la verdad, por dolorosa que fuera, pues descargaría la pena del corazón.

Sin embargo, en el juicio, Luis Carlos cuenta una historia distinta, y sostiene sin pruebas su hipótesis. Aceptó que cobró a su amiga los abonos de la deuda que había dejado de pagar por agenciarse unos muebles, ya que estaba en el proceso de independizarse.

Pero que cuando estaban en su casa, entró un sujeto armado y golpeó en la nuca a su amiga y a él le atacó el rostro, después, el agresor huyó.

Pero no pudo comprobar el haber recibido un golpe, sino un aruñón, tampoco supo explicar cómo llegó el cadáver hasta debajo de su casa, y porqué estaba el celular de la víctima oculto en una malla sombra del patio, y cómo es que la muchacha tenía tantas heridas cortantes en el rostro.

Nada de sus argumentos le valieron. El juez lo encontró culpable, y por eso estaba en esa silla de los acusados.

En él, algo había cambiado. Ya no tenía la pinta del joven asustadizo que estaba frente a un juez, sino que sus facciones se habían endurecido; sus pasos ahora son firmes, y su mirada también. No ve a los deudos, sino al piso. Al juez lo mira y le sostiene la vista. Él está solo. Su familia ya no acudió a las audiencias, a excepción de la única vez que rindieron su testimonio. En esa comparecencia, la mirada de odio y de recelo de los deudos hacia esos tres adultos fue evidente. Finalmente, ellos eran también víctimas de esa amistad de dos profesores que terminó mal, muy mal.

Artículo publicado el 09 de julio de 2023 en la edición 1067 del semanario Ríodoce.

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