Para Leer en Semana Santa: ‘Relatos Gatunos’ de José Luis Franco Rodríguez

pepe franco-por Bobadilla

Un escritor es un escritor, y si tiene a la mano una servilleta y a un cabrón, son suficientes para plasmar lo que trae en la cabeza y en el alma.

José Luis Franco Rodríguez era un escritor en pausa. Lo demostró con sus cuentos y crónicas, plasmadas en libros —Quién habita el Ángela Peralta y Las memorias desparpajadas de Roque Latripa—, y en decenas de periódicos y revistas culturales, entre ellos, Ríodoce.

Antes de introducirse a ese viaje irreversible que lo mantuvo postrado en una cama durante nueve años, hasta que falleció ayer domingo, Pepe Franco nos regaló a través de Facebook una serie de textos breves que narran la amorosa relación que tenía con un gato que llegó para quedarse en el edifico donde vivía.

“Benito”, le puso, y así le llamaban también los vecinos. Leer esas pequeñas crónicas es disfrutar al escritor por su portentosa cultura, y al mismo tiempo entender al ser humano, su sensibilidad, su amor a la tierra que lo adoptó, pero también su soledad.

Ríodoce entrega a sus lectores estas crónicas, Para Leer en Semana Santa, como un homenaje al cronista, al amigo, al escritor y a ese extraordinario ser humano que, a pesar de su condición, nos siguió regalando historias.

Las acompañan monos igualmente arrobadores de Bobadilla, con trazos magistrales.

Disfrútenlas.

1 de octubre
Cumpleaños de mi madre. Hoy la estaríamos celebrando con una reunión de hermanos, pero se nos fue la madrugada del 17 de noviembre de 2006.
Terminé de armar Mira esa gente sola. Ahora a esperar que salga.
Al llegar por la noche, un gato dorado me recibió en el pasillo, meloso. No sabe que yo soy de perros, los gatos no me agradan. Digamos que sí me parecen atractivos, pero no me gusta tenerlos en la distancia corta. Huyo de su cercanía. ¿Qué le pasa? Me persigue hasta la puerta del departamento. Lo corro.

10 de octubre
¿Qué onda con ese gato? ¿De dónde salió? ¿De qué planeta vino? ¿Por qué tantos privilegios? Ahí se la pasa en el patio, en el pasillo, holgazaneando, sin que nadie le diga nada que no sean cariños. Cuando empiecen a volar sus pelos y surjan las alergias, nadie dirá: “Me parece que vi un lindo gatito”.

18 de octubre
El vecino de alguno de los departamentos de arriba le dice Benito al gato y me pregunta si me gusta mientras juega con él. Veo al animal que me mira, como esperando la respuesta. La mujer del vecino me obliga, con su sonrisa, a decir que sí.
De modo que se llama Benito. Subo sin hacer el menor intento de tocarlo. Los perros son lo mío.
Antes de abrir, siento la cercanía de una presencia: el gato Benito está a mi lado. Qué extraño.

1 de noviembre
Son las seis de la mañana. Benito, el gato dorado que compartimos en el edificio, acaba de regresar envuelto en un halo de alegría y satisfacción. Me provocó envidia. Bajé a buscarlo, pero me abstuve de entrevistarlo para no molestarlo en la hora de su desayuno, que le servía con gran gusto y palabras cariñosas una mesera de El Allegro. Un caso.

2 de noviembre
Como no se admiten mascotas en este edificio en el que, salvo casos aislados, todos son extranjeros, le pregunté por qué lo dejaban vivir en los depas, como si fuera el rey de ellos. Me miró con sus ojos de gato perdonavidas como diciéndome que él venía de un país lejano, Bengala, pero no de la zona en que hacen las luces, sino del peligroso sitio donde surgen los tigres más fieros y mejor vestidos de la tierra.
Me prometí no volverlo a provocar.

3 de noviembre
Madrugada con ingrato sabor a insomnio. No puedo ni dormir ni leer, pero sí contemplar la calle. Los gatos vuelven a sus casas cuando amanece y los pájaros cantan, como si se rieran de lo apaleados que se ven.

4 de noviembre
Otro insomnio hilvanado. Sabina dice que ya nadie le escribe diciendo no consigo olvidarte y el gato Benito acaba de regresar. El sol empieza a despuntar como el galán de esta nueva película. Lo mundano regresa; los camiones y la vida misma vuelven a circular.

5 de noviembre
No sé si sea común en su género, pero al gato Benito le encanta posar; siempre está en ángulo, dueño de sí mismo, autosobrevaluado. Parece argentino. Alguien debe aconsejarle que le baje de tono a su vanidad. Parece prófugo de un programa de Don Gato y su pandilla.
Creo que en cierta manera se cree la encarnación en dorado de Garfield, que era naranja.
Aunque viéndolo bien, conserva un poco de humildad: sigue la tradición gatuna de andar en sus cuatro patas, no como ese par de tránsfugas.

6 de noviembre
El Benito abandona su modorra y se lanza a recibirme con un gusto que podría llamar euforia. Amaneció de buenas el dorado. Amaneció seductor. Me acompaña por las escaleras dejando escapar unos miaus que parecen confesiones de su felicidad. Creo que si hablara tuviera la palabra pesada.

7 de noviembre
Benito se pasea como un rey por el edificio. Si tiene hambre, alguien se acomide a llenarle el plato, igual si tiene sed. Es tan altivo y orgulloso el enano petimetre, que si anda de tono saluda, si no, solo dirige una mirada displicente.
A veces creo que para él los papeles están invertidos: no es la mascota de nosotros, nosotros somos las suyas. Y cuando se le viene en gana juega con nosotros.
Mientras más lo observo menos entiendo el motivo por el que se le llama gatos a la servidumbre, los empleados y subordinados.

8 de noviembre
Benito Bodoque es la simpática mano derecha de las trapacerías de Don Gato, pero es gordito, de color azul y tiene una voz chillona con la que delata su tierna ingenuidad.
Su tocayo se parece más a Don Gato: son esbeltos y dorados.
Sería bueno conseguirle para Navidad y conquistas, sombrero y chaleco violetas.
Aunque por la vanidad que destila, no creo que le entusiasme ser un doble.

9 de noviembre
El Benito es dorado, como un atardecer de otoño, y soberbio, como el paisaje de Olas Altas. La vida se le ofrece sin regateos (valga este singular asomo de redundancia) y aunque tiene siete vidas, no corre más riesgo que el de ser atropellado en el extravío de sus andanzas nocturnas.

9 de noviembre
La recomendación de un familiar (el Benito y tú ocupan visita al psiquiatra) me empujó a releer mis divertimentos sobre el gato del edificio y no encontré motivo para uniformarnos con una camisa de cuello Mao, de esas que se amarran por detrás.
Quise saber la opinión del otro involucrado.
Lo encontré en el pasillo, sentado en sus patas traseras, en su pose de jarrón dorado, Le pregunté si veía necesario que visitáramos un diván. Siguió en su pose de jarrón dorado, pero me respondió, verde respuesta, con la más enigmática de sus miradas, y alteró su pose para poner saliva a una de sus patas y quitarse una legaña. Pinche Benito, me dejó morir solo.

11 de noviembre
Una de tres. O el Benito anda metidazo en el rollo de la pintura y le late que lo suyo es el body painting —lo cual no creo posible. O anda enrolado con la gatita de un pintor —que sí es probable. O anoche fue víctima de un colorido, sorpresivo e inhibidor cubetazo con anilina. El pobre amaneció verde. Verde limón.
No me cagué de la risa al verlo un tanto por respeto, otro porque se notaba muy molesto, lamiéndose el cuerpo para despintarlo y, el mejor, porque el esfínter todavía avisa.
Al rato alguien del edificio lo perseguirá para torturarlo y regresarle su original tono dorado. No seré yo. Me encantó su nuevo look; solo le faltan unos lentes oscuros.
Sus maullidos sonaban a mentadas por todo el edificio.

12 de noviembre
Ayer disfruté el debut del viento noroeste de otoño en Olas Altas. ¡Qué delicia! Me hipnotiza el color que toma el mar, un azul cobalto, rizos blancos. Al regreso del banquete del cambio de clima, no vi al gatito con pelambre verde limón, como punketo involuntario. Lo imaginé con las heridas restañadas, retando a sus siete vidas, de vago, buscando enfrentar nuevos errores que se convertirán en experiencias, como un guerrero indestructible.
Por la noche tuve visitas que me preguntaron por “el famoso Benito”, así: “famoso”. No lo vieron al llegar. Los morbosos querían verlo en desgracia, aunque la disfrazaron diciendo que “debe estar lindo verde limón”.
Cuando quedé solo, ya tarde, la nostalgia me puso en manos de Astor Piazzolla. Su música, los violines, el bandoneón, me sonaban a lamento gatuno. Me asomé al pasillo. Cero Benito.
Ojalá ande en sus correrías. Me dolería mucho saberlo escondido, ocultando su tornasolado color verde limón y dorado. Que no sepa que él es un tango o un rock, que desconozca que hay gente a la que le interesa.
¡Get back, get back, Benito!, le piden los Beatles desde una azotea, donde es el rey.

13 de noviembre
Día cabalístico. Pavoso, dijeran los venezolanos. Martes 13, mediodía; sigue el Benito sin aparecer en el pasillo. Mi vecino cantante de ópera que ensaya por las tardes, a la hora en que dejo de escribir para escucharlo, me pregunta por el gato, que si lo he visto. Me encojo de hombros como respuesta, como si no me importara el animalito.
Creo que estoy ante uno de esos casos en los que es sencillo concluir que hay gato encerrado.

14 de noviembre
Tres días, tres de suspenso y ausencia. Cero Benito. Nada de la mancha dorada y móvil en el pasillo, en el patio, en el jardín. No sé si sigue verde limón. No sé si esto derive de su ausencia, pero creo que no le iba mal el color, lo hacía original. Su plato lleno de intocada comida sí está verde, con tantos hongos que ni un gato callejero se animaría a comer. Su recipiente de agua, intacto.
Quisiera poner una denuncia de su desaparición, pero sería ponerle la quinta pata al gato.

14 de noviembre
Uno se pierde tres días y el mundo se acaba. Si eres niño, una nalguiza espectacular; si es en la chamba, te corren; si es con la novia, te cortan; si es con la esposa, peor. En cambio el Benito, que regresó hace rato, fue recibido casi con vítores, comida, leche, caricias. Yo mismo le bajé un plato de ensalada de atún. ¿Alguien me quiere de gato?

15 de noviembre
Ver a un gato estirarse para espantar la pereza es todo un espectáculo, hasta parecen crecer. Después de hacerlo con gran maestría, Benito se quita las legañas al modo del muñeco Pin Pon, aunque sin agua ni jabón. Luego a buscarle las tripas a las calles; el mundo bajo y desconocido del dorado Benito. Nomás que no se pierda tanto, soy novato en eso de sentir afecto por un gato.

16 de noviembre
Serrat dice que a los diez años tenía un gato al que describe con una palabra bellísima y en desuso: funámbulo. Es decir, que le gustaba jugar en la cuerda floja. Seguro ese es el oficio nocturno del Benito; por lo menos le debe hacer los honores a la metáfora.

17 de noviembre
No parece preocuparle nada, pero hay días que regreso apesadumbrado y el Benito me recibe en el pasillo, sentado en sus patas traseras, en su pose de jarrón dorado y con actitud de querer reconstruirme, así serán las ruinas que ve. Me da un maullido dulce que parece un hola y me sigue por las escaleras, lento, parsimonioso, como yo, hasta que llego a la puerta del departamento, donde me espera el silencio. En cuanto abro, maúlla de nuevo, como despedida, sintiéndome en buen recaudo y regresa a su sitio predilecto.

18 de noviembre
Carlos Monsiváis muere el 19 de junio de 2010, de septicemia pulmonar que no pocos atribuyeron a su fascinación por los gatos. Como no le intelijo a eso de la medicina, yo no lo sé de cierto, pero sí que aplicaba su vivaz ingenio en el bautizo de sus gatos: Miss Oginia, Miau Tse Tung, Miss Antropia. A uno de sus gatos dorados lo llamaba Fray Gatolomé de las Bardas. El Benito debe ser el de las gatas.

19 de noviembre
Dice Borges en su poema A un gato: “No son más silenciosos los espejos, / ni más furtiva el alba aventurera: / eres bajo la luna esa pantera, / que nos es divisar a lo lejos”. Suerte Benito, eres dueño de un ámbito cerrado como un sueño.

20 de noviembre
Hablar de desaparecidos es perder el tiempo: no existen por chaparra y michoacana comodidad. Sé que al Benito no lo atrapó un llamativo convoy del Ejército, que han tomado como suyas las calles en este sexenio sangriento, ni que lo jodió el fuego cruzado de dos bandas antagónicas. Pero anda desaparecido y ahí regresará cuando se le pegue la gana, tan dorado y orondo, con su cinismo natural, y lo veré en el pasillo y me hará creer con su reaparición que en este país las cosas funcionan.

21 de noviembre
Quisiera decirle al Benito que lo extraño, pero, ¿de qué manera si no anda por acá? ¿Qué haré cuando regrese? ¿Colgaré de un cordel de esquina a esquina un cartel y banderas de papel? Seguro, él me va a mirar como si nada hubiera pasado, yo me le quedaré viendo sin emitir un absurdo reproche a su caprichosa libertad, y me llevará a la puerta del departamento, me dará un miau y regresará al pasillo. Cuando regrese.

22 de noviembre
El pasillo, sin el Benito, parece una foto en blanco y negro.

23 de noviembre
Hoy un gato manchado, con pinta de pariente del de Jorge Amado, aquel que rompió todos los esquemas al enamorarse perdidamente de una joven golondrina, merodeó por aquí. Lo vi muy sospechoso: rondó varias veces la entrada del edificio. Pensé que traía una carta para iniciar las negociaciones del rescate del Benito. Y nada.
Luego me asaltó una duda: ¿era gato o gata?

26 de noviembre
Así, con el misterioso sigilo que se fue, regresó el Benito.
El pasillo le quedó chico: lo encontré acostado en el patio cuan largo y dorado es. ¡Qué difícil debe ser la vida de un artista del trapecio!
Un miau de saludo, uno solo, una estirada, una sola, y a cambiar de lado para seguir en la dormidera. Está flaco. Vida licenciosa, dijeran por ahí.

30 de noviembre
En el pasillo, que es más suyo que nuestro, tiene varios puntos de comida y bebida. Bolsas de Whiskas asoman en las dos escaleras de acceso, como si a usted lo recibieran con sendos platillos en dos casas y “todo mundo” estuviera contento con su arribo. Esto ha provocado que al Benito se le ocurra visitarnos con puntual frecuencia. Llega a la hora que se le pega la gana y cuando le da la gana, se deja querer y saludar, responde con sus miaus displicentes, muestra la panza para que la rasquen, se limpia la carita y si uno le lanza una pelota, existe alguna posibilidad de que vaya por ella y cero de que la regrese.
En mi caso —espero ser especial— me acompaña hasta la puerta del departamento, me deja con su pose de jarrón dorado e inclina la cabeza hacia un lado y otro cuando le aconsejo que le baje a sus vagancias.
En cuanto cae el sol, se esfuma como un gato sin dueño, perdido en el pañuelo de amargura que empaña sin mancharla tu hermosura.

30 de noviembre
No soy en absoluto devoto a los santos, pero hoy coincidí con Tomás: el Benito regresaba con el sol ya en lo alto, a eso de las siete, como lo hacen los vagos de prosapia. Lo vi trepar con felina agilidad un árbol. Pensé que iría tras un pajarito y de manera sorprendente voló hacia el tejado del edificio en ruinas contiguo que sirve de estacionamiento.
Cuando bajé a ver qué ocurría, el Benito cavaba un pozo a un lado de una buganvilia del patio, una preciosa ofrecida que suele coronarlo con sus flores fucsia. Se puso a orinar, incómodo con mi presencia, que evitaba mirando hacia otro lado. Luego, tapó su agujero de prisa, es decir, le jaló a su baño. Una lamida a la pata derecha, otra a la izquierda, listo. Bien pulcro el dorado. Ver para creer.

1 de diciembre
La mirada es lo más profundo que hay, dice Inés Arredondo en su minicuento Año nuevo. El Benito lo sabe, por eso me clava el verdor de sus ojos pestañeantes.
Al verlo así, tan contemplativo, escudriñador, me viene a la mente una curiosa observación de los chamanes sobre el peyote: tú no lo escoges, él te escoge a ti.
Debe pasar lo mismo con los gatos que te provocan alucinaciones.

2 de diciembre
A veces quisiera encontrarme en la mirada verde del Benito, en su cínico desdén, su plena libertad. Quisiera encontrarme en su paso sigiloso, en sus misteriosas siete vidas. En su vida nocturna, de la que nadie sabe nada.
En ocasiones, cuando se da su tiempo para visitarnos a sus fans del edificio, creo que intuye eso y que me corresponde dando su tiempo para acompañarme hasta la puerta de mi departamento. Nunca entra, pero a veces leo en su mirada de despedida una generosidad que solo se encuentra en la que ofrece un verdadero amigo. O quizá se la ofrezco yo, al verlo sentadito en sus patas traseras, en su pose de jarrón dorado.

2 de diciembre
¿Focos rojos? Fui a comprar unas Saladitas al súper de las Olas. De regreso tomé la Izaguirre Rojo. En postes y fachadas de casas se ven letreros Gracie, una preciosa gata gris de tres años. Perdida. Hay recompensa. Espero que el Benito no ande de gabachero, porque acabará de secuestrador. Guapa Gracie.

3 de diciembre
Sambenito significa descrédito y mal nombre que pesa sobre alguien en la opinión general. Tiene sus raíces en una obtusa moralidad, por algo estuvo en boga en la Inquisición: era un escapulario que colgaba del cuello de los reconciliados con el sangriento tribunal, que se escudaba en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.
El Benito no ocupa que le cuelguen un cuasi tocayo.
No tiene la menor idea de lo que es la culpa, materia prima de los pregoneros de la fe; él es libre.
Hoy lo vi retozar con una pelota de esponja que apareció no sé de dónde, pero no como si fuera un milagro. Al Benito la vida se le brinda.

4 de diciembre
Por lo menos ahora dejó mensaje: una pelota de esponja mordisqueada en su rincón favorito del pasillo, que nadie toca ni intenta tirar a la basura porque es “un juguete del Benito”.
Debe andar supervisando sus dominios. Por carrilla, eso que ahora llaman bullying, me gustaría poner su foto en postes y fachadas, como ocurrió con la Gracie —que a la fecha no sé si regresó—, con un letrero que diga: “Se busca a Beni The Kid”, pero no me ha manifestado su sentido del humor y tengo el presentimiento de que no sabe leer, aunque deje mensajes.

7 de diciembre
Y que el Benito surge entre el follaje de los helechos del patio, como un artista de cine, como la figura que todos soñamos ser en su momento, cuando nos vemos llenos de autohalagos en el espejo:

—¡Ándale —le dije—, pareces un auténtico tigre de Bengala!

No creo que me entendiera, regresó sigiloso a su escondite, lleno de plantas de su tamaño, pero aun así es reconfortante alimentarle a cualquiera el ego.

8 de diciembre
Subí a Facebook una buena foto del Benito conmigo. Nunca lo había mostrado en público, de él solo han aparecido imágenes que publicaban otras personas que imaginaban que así debía ser.
No sé si por cargo de conciencia o porque así fue, pero después de mi iniciativa el Benito me dirigió una mirada de perdonavidas, casi como avisando: “Te vas a morir”, y guerra anunciada no es guerra. Mi conciencia me dijo que bien me lo merecía como biógrafo no autorizado y además imprudente.
Le sostuve la mirada retadora, no quedaba otra. Se talló los ojos, se aburrió de verme y se fue. Antes me dejó un largo miau cargado de aburrimiento y desdén.

9 de diciembre
Digamos, para matizar lo que se crea necesario y no ofender, que este fin de semana nos ató más en eso del tal para cual: ni el Benito ni yo anduvimos desesperados, como si la vida se nos fuera en eso, por ver la pelea Márquez vs Pacquiao, que regresó la confianza de que somos un país invencible porque el mexicano medio mató al filipino. Ni a él ni a mí nos tocó escuchar alguna vez a Jenni, que trae al país hecho un mar de lágrimas porque se desplomó su avión. Pobre.
Tal para cual: insensibles tanto al furor como al luto de la patria.

11 de diciembre
Creo que el Benito anda de prepo, de preposadas me refiero, no de estudiante de preparatoria. No le quito la capacidad de que pueda devorar un libro, pero sí la de leerlo y, sobre todo, entenderlo. Él por instinto aprendió, sin tomar en cuenta el asunto escolar, que cultura es lo que nos queda cuando olvidamos todo lo que nos enseñan en la escuela. Pero me fui por la tangente; el dorado de las misteriosas andanzas desapareció esta tarde-noche y lo imagino en un aquelarre fellinesco, sí, como los que hacía el director de cine Italiano, Federico se llamaba.
Al llegar a mi biblioteca divisé a Baudelaire y me dijo: “En mi cerebro se pasea, como en casa, un lindo gato, fuerte, dulce y tibio. Cuando maulla se oye apenas”. Como el Benito, a Fellini y Baudelaire los conocí en la calle.

12 de diciembre
El dorado emperador de los nocturnos territorios reapareció imponente en su pasillo, donde ejerce de dictador. Condescendiente con sus vasallos, me acompañó maullando como un simple mortal hasta la puerta del departamento, luego se aprontó a seguir a otro inquilino que bajaba. El poder exige esfuerzos.

14 de diciembre
Gracias a la lluvia, primera noche medianamente invernal. Al abrir la puerta —lo que hace la conciencia— el Benito y yo nos pegamos el susto de nuestras vidas: yo porque pensé que era un cobrador agazapado, él por el grito que pegué.
Repuesto, lo seguí para disculparme. Estaba al lado de su buganvilia. Había orinado. No sé si de susto o de risa. Me maulló con un acento de cómplice y corrió hacia su escondite en los helechos, donde parece un tigre de bengala. Me guiñó un miau con pretensión de rugido.
—Sí —le dije—, ni más ni menos, pero pa’lotra, si tienes frío, toca, rasguña, maúlla o ruge, mi tigre.

15 de diciembre
Me da una curiosa sensación saber que el Benito se empeña en ser, por lo menos de esa forma, un bebé por siempre: se la vive “gateando”. Ni descansa por andar en pos de su cobijita.

16 de diciembre
Mientras más profundizo en mi amistad con el Benito (ya hasta distingo que usa en su maullido un tono para expresar sorpresa o asombro; otro para dar la bienvenida; para decir que está molesto o contento, uno para cada emoción; para despedirme; para decirme algo) más me convenzo que ser un amigo sencillo es bastante complicado. Pero me encanta esa complicación tan sencilla que me permite ser su amigo.

17 de diciembre
Cuando el Benito come nada debe interrumpir su ritual, ni siquiera un saludo, menos una foto, es más, ni una mirada. Por eso al “divo del pasillo” se le ponen dos puntos para que coma.
Lo he visto de reojo —para no molestar— tan ensimismado en su comida que se me antoja verlo en un comercial de Whiskas, jugando el papel de hambriento gatito dorado, pero las cámaras y los reflectores le quitarían el hambre. Esa mezcla de arrogancia y timidez no le permite llegar al estrellato.
Es bonito.

18 de diciembre

Mi tigre de Bengala de bolsillo “atardeció” de pésimo humor. A mi regreso de Olas Altas le tendí la mano para saludarnos, un truco que nos ha costado insistencia, tiempo y paciencia dominar. La despreció con un sorpresivo zarpazo, mostrándome los colmillos, en una actitud que no tenía nada de amigable.
Lo entendí. Yo también he descargado enojos en gente ajena a mis broncas. Mañana me ronroneará y buscará mi mano. Suele pasar.

19 de diciembre
La reconciliación es miel de vida que hace apreciarla más. Su milagro aparece cuando dos seres se estiman por encima de sus diferencias. Hoy me recibió un apenado Benito en su pose de jarrón dorado con la cabeza inclinada a su izquierda. Me hice el indignado. Con maullidos en bajo tono, como si explicara algo, me acompañó. Le hice algunas trampas: me detenía, se detenía; regresaba y seguía a mi lado:

—Bueno, cabroncito, ¿qué onda?, ¿sigue tu pleito? —le pregunté.

En respuesta levantó su pata. Ese era un refrendo de amistad. Correspondí el saludo y se dio la media vuelta satisfecho, maullando para que todos lo oyeran, hasta el eco.

20 de diciembre
Según los catastrofistas hoy se acaba el mundo. No creo que el Benito se haya llevado una pata a la frente, melodramático, y exclamado: “¡Oh, my cat, el mundo se va acabar!”, antes de salir en pos de calle. En sus andanzas no interfieren apocalípticos augurios mayas, su especie fue sagrada para los antiguos egipcios. Tampoco esto último debe poner en consideración al lanzarse a conquistar la calle.

21 de diciembre
En el cuento La camisa del hombre feliz, de León Tolstoi, el hombre feliz, cuya prenda salvaría la vida del Zar, no tenía camisa.
Hoy vi al Benito en el patio más feliz que el hombre del cuento, y eso que su traje dorado… ¡ni bolsillos tiene!

22 de diciembre
Es madrugada. La silueta del Benito se recorta en la oscuridad aquí, en su patio, en su pasillo. Se me fue el sueño y él pasa una de sus patas por su carita para insinuarme que me vaya porque tiene sueño, pero aun así permanece en su sitio, mirándome con algo de recelo. A lo mejor sabe que imagino barcos fantasmales que ocupan de sus faros para volver del más allá. Esta madrugada le vi expresión de tango y, sin despedirse, se fue a dormir.

24 de diciembre
El Benito es el ser más popular del edificio. Todos lo apapachamos y estamos al pendiente que no le falte nada al vago caprichudo. La verdad desconozco cómo anda su nivel de popularidad en la cuadra o en el Centro Histórico, más o menos sus lugares de acción. Menos sé cómo le irá en lugares bastante alejados de su radio, el estadio de beisbol, por ejemplo, donde me juran y perjuran haberlo visto, como si aparte de ser único, fuera el único gatito dorado sobre la tierra.

25 de diciembre
Cuando lo veo surgir, impresionante, de entre los helechos, maullando como si rugiera, pienso que mi tremendo tigre de Bengala bonsái es un producto de importación, majestuoso. Pero cuando no aparece por ningún lado, sobre todo por las noches, me temo, con algo de certeza, que no fue importado sino deportado de Bengala por vagancia consuetudinaria.

27 de diciembre
El fragor de la vida nos lleva a olvidar el delicado aroma de las cosas sencillas. En un inusitado estilo de recibirme, el Benito corre a un arbusto de florecillas escarlatas, como invitando. Lo sigo. Me hinco para estar a su nivel, lo imito, y en su pose de jarrón con la cabeza inclinada a su izquierda, me mira, como si me hubiera pactado una tregua.

28 de diciembre
Hoy un camión Vía Zaragoza, hecho la mocha, con el chofer concentrado en las Obras Completas de Jenni Rivera, debió atropellar al Benito a eso de las cinco de la tarde, pero no me gustó ni de broma.

29 de diciembre
Por alguna insólita razón en la que debe haber intervenido su empecinado espíritu aventurero, el Benito saltó hacia la caja de una camioneta varada momentáneamente por el tráfico de las fiestas, casi en lo que proseguía. El conductor debió percatarse que se le acababa de subir un polizón. Se estacionó en doble fila, metros adelante, y el muy cobarde lo bajó a escobazos. Jamás tuve tantas ganas de que en verdad fuera ese tigre de Bengala que a veces se cree.
Cuando cruzó la calle para regresar con su derrota a cuestas al edificio, le grité desde la ventana, según para animarlo:

—¡Ese mi Marco Polo, suerte para la próxima!

Por fortuna él no anda en dos patas, como Don Gato y Garfield, porque me miró como si quisiera hacerme una señal con el dedo, muy serio.

1 de enero
Ya no me queda la menor duda en eso de que Dios los hace y ellos se juntan, ni de que las piedras rodando se encuentran. En pleno festejo de Año Nuevo llegaron juntos el Benito y el Max, el único que le ha tomado una foto conmigo. El par de vagos irrumpieron en la sala: el Max sobre su whisky y el Benito a sorprenderse de ver a su biógrafo ahí. Se dio la media vuelta maullándole a su cómplice Max para que lo acompañara, pero el whisky también es dorado y meloso. Pobre Benito, llevaba las de perder. Se fue solo.

3 de enero
Si el Benito tuvo algo qué ver con la multipublicitada desaparición de Gracie, la gatita parda de unos gringos que viven su retiro por la calle Izaguirre Rojo, mucho me temo que la pobre padece el Síndrome de Estocolmo: la veo seguido merodeando por aquí y la primera noche del año hizo por entrar al edificio.

4 de enero
El Benito no se anda por las ramas y siempre come como Dios manda. Es decir, desnudo… bichi… en cueros… mejor dicho, en pelos.

6 de enero
No creo en los Reyes Magos, pero sí creo que los Venados tienen más vidas que el Benito.

6 de enero
“Invité” al Benito a ver el beis. Sexta entrada: un juegazo entre Venados y Águilas. Se recostó en el sofá que le gusta. Le serví de botana un poco de atún y un recipiente con agua, aunque quizá él deseaba una bebida de su color: dorada, como la que yo bebía. Devoró su platillo (lo deben tener harto las whiskas), bebió un poco de agua, sin despegar la vista de mi vaso beisbolero, pestañeando.
Octava entrada. Los ceros continúan, el Benito me da un miau para que le abra la puerta.

—Está abierto —le digo.

Otro miau y se va. Debe ser europeo, argentino, chileno, uruguayo, el caso es que no le gusta el beisbol. Por eso me extrañó cuando me dijeron que lo vieron cerca del estadio Teodoro Mariscal.

7 de enero
Diálogo tempranero entre una muchacha del Allegro y el Benito:

—Oiga usted, mi señor flojo, ya le di dos platos de comida, no me vea así, pos qué se cree.

Respuesta entre enérgica y seductora:

—Miaaaau.

8 de enero
Decía Víctor Hugo que Dios creó al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre.
Esta tarde fría, después de ver el atardecer en Olas Altas, mi tigre de Bengala bonsái se ofrecía a las caricias de una pareja de pensionados gringos, vecinos del edificio, como jamás se los permitiría un tigre auténtico. El dorado, cuando le da la gana, se deja querer.

10 de enero
Le sobra quien lo reciba en el edificio, pero la sabiduría y enorme necesidad de independencia del Benito se han puesto de manifiesto en estos días en que la temperatura ha bajado un poco. Prefiere recostarse en el cofre de los carros que van llegando al estacionamiento. Casi parece decir, con pose orgullosa, primero paleta que sometido.

12 de enero
Este viento helado que nos amaneció, digamos que tiene un aire de travieso: esta mañana que fui al mercado levantó faldas, algunas que valían la pena; voló sombreros, uno de ellos fino, embarazó toldos y provocó que el Benito hiciera ejercicio persiguiendo una bolsa de plástico, de esas del mercado, que a ratos volaba, planeaba, se arrastraba y agarraba vuelo de nuevo. Se creía mucho y el Benito meneaba la cabeza, pendiente de sus cabriolas, y se lanzaba sobre ella y la otra alzaba vuelo, como burlándose. Hasta que en un descuido fatal cayó en garras del dorado y acabó su divertido existir que le proporcionaba el viento.

13 de enero
Una amiga locutora me dijo que ayer le mandó saludos al Benito por la radio porque era día de su santo. Pensar que cuando la conoció el canijo le tiró un zarpazo y le mostró los colmillos. Tendré que aconsejarle que, con eso de la fama en crescendo, mejore sus relaciones públicas. Aunque igual me tire un zarpazo en la primera lección.

15 de enero
Mazatlán siempre luce de maravilla: si hace calor, fresco o frío, si llueve, tiene ese extraordinario don. Es como el Benito, que siempre luce su traje dorado como si lo acabara de sacar de la tintorería, salvo aquella vez que lo vetearon de verde. Pero eso solo es una anécdota.

17 de enero
Por la mañana me asombró ver al Benito en un acto de sumisión: una gringa del edificio le ponía un listón azul en el cuello y el otro se dejaba, como si quisiera ser plenamente doméstico, olvidar su pasado callejero y dejar atrás su presente también callejero. Lucía bien y hasta pensé halagarlo con un dejo de ironía, pero la gringa no dejaba de decirle cursilerías. Más tarde encontré el listón azul hecho jirones desperdigados por el patio, entre las plantas, en las macetas, y del “doméstico”, ni sus luces. No se puede cambiar por decreto.

18 de enero
Carrilla fina para el Benito: la voz es de uno de los de mantenimiento del edificio, el Arturo, sin duda. No veo la escena:

—¡Quiúbole! ¿De dónde viene usted y tan trompudo?

Me imagino que el Benito le tiró un zarpazo por respuesta.

—No sea peleonero que no es mi culpa si le fue mal, mejor póngase a cantar esa de…

Y se puso a maullar la de “ya llegué de donde andaba, se me concedió volver”.
Aunque se la bailara, no creo que haya sido del gusto del gato presuntuoso.

19 de enero
En buen mazatleco pélame se traduce como “tómame en cuenta”.
Desde tiempos inmemoriales “dame un veinte de pélame” significa “dame un momento de tu atención”.
Esto deriva —por mi observación a los actos y actitudes del Benito— en que de unos meses para acá me he vuelto un pelagatos.

21 de enero
Nuevo intento imperialista por adecentar la imagen del Benito con un listón azul en el cuello, como si fuera republicano. Hasta la cocina llegó el zafarrancho gatuno con exclamaciones y mentadas a la mamá gatita en perfecto y desequilibrado inglés.
Bajé de prisa, pero el dorado ya se había dado a la fuga y la gringa le reclamaba a su pareja, como si fuera culpable de su cursilería.

22 de enero
Siempre he tenido la idea de que el Benito tiene algo que lo hace diferente a todos los gatos del mundo. Por la vía simplista podría decir que ese algo emana de nuestra amistad, pero no, el asunto tiene que ver con otras complicaciones e implicaciones que me presentó el despectivo saludo matinal que la gringa de los listones azules le brindó al dorado: “¡Hijo de perra!” (traducción), le dijo.
Si en verdad es hijo de perra debe ser un gato de excepción, de ahí mi admiración.

23 de enero
Je je je je. No tiene la culpa el gato sino el que lee cosas y las transforma. El Benito aparece entre los helechos y las palmas enanas para darme su miau de saludo, un ronroneo cariñoso y regresar a su refugio en el follaje. No vi esta vez al tigre de Bengala bonsái, sino a un Che Guevara bonsái reportándose desde su Sierra Maestra bonsái, firme en su enconada lucha contra el imperialismo azul. Casi lo vi con boina calada con estrella.
Debe servirle de estímulo que la mayoría de los que vivimos o trabajan en esta isla, que es el edificio, estamos a favor de su libertad y vagancia. Más aquellos que de manera desinteresada le brindan su apoyo.
No sé si harán lo mismo con los demás inquilinos, pero los gringos latosos me ven con desconfianza: saben que visito al guerrillero bonsái y eso no debe hacerles gracia.

25 de enero
Luna llena. En el patio se manifiesta lo que se llama clarilunio. Al parecer no soy el único que no consigue dormir: un grillo canta y brinca, el Benito lo observa, lo mide, lo persigue, curioso. Unos cuantos saltos y su canto acaba en la pata del dorado, que ve su garra destructora de la melodía del plenilunio y corre a su escondite entre los helechos, como huyendo de la pata que causó el desastre, como si lo invadiera un cargo de conciencia.
Por lo visto, el Che Guevara bonsái tiene su corazoncito.

27 de enero
El rencor es una debilidad humana que al Benito le vale. Como suele hacerlo con todos cuando se le viene la gana y sobre todo cuando nos ve entrar con bolsas de comida, hoy recibió a la gringa de los listones republicanos y al marido domesticado con su más seductor y diplomático miau, que escuché como si fuera una canción de los Beatles.
Deseo —en su beneficio— que su maravilloso gesto no sea malinterpretado como una debilidad. Los humanos, aunque estamos llenos, repletos, colmados, de ellas, no las perdonamos cuando las vemos en los demás.
La canción de los Beatles debió ser Eleanor Rigby.

28 de enero
Las buganvilias que engalanan el patio están tan alejadas de la sala del departamento que ni un ciclón podría meter una de sus flores ahí, pero hoy que llegué por la tarde había una sobre el sofá. Me sorprendió.
Tengo un sospechoso: es pequeño, dorado, a ratos juega a ser jarrón, o tigre de Bengala bonsái y le gusta retozar bajo esas flores fucsia y a hacerle al escalador sin maestro. No dejó más huellas que la flor. ¿Habrá hecho lo mismo en los demás departamentos o solo en el de su biógrafo no autorizado?
Otro sospechoso es el viento, que debió verse en apuros para meter esa flor y colocarla en el sofá en el que en ocasiones posa el Benito.
En la sala. Increíble. Sin huellas.

30 de enero
Estos días hospedé a un amigo que vino a ver asuntos concernientes a sus estudios de doctorado, tanto académicos como etílicos.
Seguidor de las andanzas del Benito, le mortificó no verlo en el patio en los primeros días. Quizá hasta pensó que era un invento mío.
Ayer me invitó a comer, como agradecimiento. Al regreso, al abrir la puerta de la calle para tomar el pasillo y las escaleras, vimos al Benito muy serio. Pero en serio serio. Lo miraba solo a él, atentamente, con su mejor pose de tigre de Bengala bonsái; lo seguía paso a paso sin prestarme la menor atención.
Como explicación al comportamiento del Benito, me dijo que el domingo, con las copas de rigor, lo vio y se le antojó cargarlo, que el Benito se portó accesible, pero que de buenas a primeras le tiró un zarpazo y lo aventó. Por eso lo siguió con la mirada.
Los famosos tienen poca paciencia.

31 de enero
Me encanta ver al Benito domar a la que lo quería domesticar, vestirlo con un listón azul republicano y volverlo pussy, pussy cat a su antojo. Es evidente que su carácter la domesticó. Su marido cargaba la bolsa de arena para gatos, ella un bolsón de Whiskas. Fue una escena fabulosa y me quedé a ver el final, con una sonrisa cómplice, medio solidaria, medio burlona, para el par de gringos en desgracia. Su intención de imponerse había sido una misión inútil. Desgraciada. Una invasión abortada.
El Benito, como el personaje de La Naranja Mecánica, se recostó en su nuevo aposento, pidiendo que le dieran de comer en el hocico.
Sinvergüenza, manipulador, cínico, libertario, Benito le podía poner a la ruca gringa un listón al cuello del color que se le antojara. Y la otra no se lo quitaría ni para bañarse, por lo increíble.

2 de febrero
Madrugada normal de invierno porteño, en el que uno puede bajar al patio con un short y una sudadera ligera, crocks.
Bajo con un plato de ensalada de atún, galletas, para compartir con el Benito, que duerme profundamente. Los gatos también roncan. Creo que sueña que ruge como tigre de Bengala bonsái.
Trato de despertarlo arrojándole las pelotitas verdes de los chícharos, que detesta o ama porque nunca los toca. El indescifrable misterio del amor.
Le arrojo una pelotita tras otra, en su carita, como si fueran pedazos de mi insomnio. Pero sigue inmutable. Solo se pasa una garrita por la cara cuando siente la agresión.
Estamos en las mismas: no se si amo a mi insomnio o lo detesto.
La luna es una impresionante tajada de sandía de plata, el Benito un güevón y yo, por el momento, un insomne.

3 de febrero
Dicen que cuando los grillos cantan es pronóstico de lluvia. Al Benito no le gusta mojarse y en cuanto los detecta los aplasta, aunque después pone cara de arrepentimiento.

4 de febrero
Aunque mis amigos y las malas lenguas presumen que es una cantina, mis ratos más felices han sido en una biblioteca. Amalia Zataráin (qepd) fue mi gran amiga en la Franklin, por la Mariano Escobedo, aquí en Mazatlán; fui voluntario en el reacomodo de la enorme biblioteca de la UAG en Guadalajara y lo recuerdo con orgullo.
Sin embargo, el tiempo reacomoda las cosas: hoy disfruto mucho, pero mucho más que aquellas estancias, las noches frescas en el patio, sin un libro, con la noche regalándome su luna y sus aromas, aunque el Benito ande en sus menesteres y hasta los helechos, las palmeras enanas, las buganvilias, las flores escarlatas que a él le gustan y no sé cómo se llaman, extrañen su presencia, que es la que busco para encontrar un nuevo capítulo de su existencia.
Digamos, como decían los libros de teoría narrativa que leí como disciplina autodidacta para intentar escribir, que en ocasiones se vuelve “personaje ausente”.

7 de febrero
Desde la ventana me asombra ver correr al Benito a velocidad de centella. Vuela al árbol que le sirve de escalera para trepar al techo de la ruina contigua y aterrizar en el patio, imagino, por el rumbo de las buganvilias. Nunca lo había visto huirle a la calle de tan desenfrenada manera. Quién sabe qué le pasaría.
Bajé a ver si se encontraba bien: bebía agua, con la patita izquierda se restregaba los ojos, como si hubiera visto un fantasma.
Fue inevitable que me asaltara un recuerdo de mi infancia: mi perro Dolfy se peleaba a muerte con mi tío Liberato, cuando lo bajaba de su poltrona a las siete de la noche, cuando llegaba de visita a casa. El perrito hasta brincaba al ladrarle, por el despojo. Cuando mi tío falleció, durante meses el Dolfy se estuvo bajando de la poltrona a las siete, y ladraba como si advirtiera la presencia del fantasma de mi tío Liberato.
Siempre he sido más de perros.

8 de febrero
Olasalteños de hueso colorado me recomiendan que le sugiera al Benito (como si me entendiera) que salga a bailar, sambar, y haga chuza en el carnaval, que abundan sus congéneres de sexo femenino.
—Pa’l dorado —les explico— no existen fechas especiales porque el especial, por natura es él. Aparte, no creo que sepa bailar, menos sambar.

9 de febrero
Las mentes sabias me aconsejan que mejor le ponga un guarura al Benito, que corre riesgos en estos eufóricos días de carnaval, que con tanto borracho circunstancial o habitual, no saben ni qué comen en las madrugadas.
Pueden secuestrarlo tras una esquina, la vida te da sorpresas, y convertirlo en un taco dorado.
Por supuesto que no permitiremos que esto pase, ni él ni yo.
Hace rato que entré me dio su miau, me ronroneó caracoleando en mi pierna, bien dulce, como diciendo: “¿No te hicieron taco?”.

10 de febrero
Para mí, el Benito siempre ha sido silvestre: llegó al edificio por accidente y la mayoría lo protegemos sin querer ponerle un listón azul, sino comida en su plato, agua, cuando viene. Es vago, promiscuo, saluda cuando le da la gana; por lo regular es solitario, y solidario cuando quiere serlo y, también cuando quiere serlo, una calamidad de la que no queremos desprendernos. Es el rey de las buganvilias, las flores escarlatas, las palmas enanas, los helechos. Nuestro Benito silvestre.
Hoy, me cae, apareció en el traspatio de El Allegro, el café de abajo del edificio, que es el pasillo que habita el Benito, una jaula con un canario. A este silvestre se le hace agua la boca al ver este nuevo inquilino que, en un exceso de ingenio, llamaré Piolín.

11 de febrero
El nuevo inquilino en el pasillo, o sea, el canario al que tras una aguda y científica reflexión apodé Piolín, es más aburrido que un bostezo de hipopótamo. Creo que es afónico o de madera, así de güeva está.
Nadie lo pela. Solo está ahí, ni siquiera provocando, porque el Benito es el que menos caso le hace, como si quisiera derrumbar con su actitud el mito de silvestre persiguiendo a Piolín.
Espero que solo venga por los días de carnaval, que regresan al Dorado bañado de confeti. Ese sí la sabe hacer.

13 de febrero
Todo indica que la larga noche de martes de carnaval se engulló al Benito por completo y lo devolvió hace un rato en el patio de sus proezas. Está espatarrado, con la panza al sol, insensible a los saludos. Debió haber descubierto nuevas rutas en la noche navegable. El insondable misterio de las andanzas del Benito. Ni miau dice.

15 de febrero
La vida muchas veces es injusta con los esforzados. Tantos días de cálculos matemáticos; tanto analizar el salto perfecto, el ángulo para lograr abrir la jaula y sacar, casi al mismo tiempo, su contenido. Tanto fingirle al custodio para no despertar sospechas.
Todo a la basura.
Hoy, sin decir pío —porque nos tocó un canario mudo o afónico—, el Piolín desapareció con todo y jaula del pasillo. Pobre Benito, quién sabe en qué rumbos ande paseando su frustración.

16 de febrero
No hay pronóstico de lluvia, pero hasta hace rato los grillos cantaban en el patio. Bajé a escuchar el concierto. Un exigente crítico musical llamado Benito persiguió a varios y los aniquiló, por aquello de no te entumas.
Tres de ellos, en mi ausencia, se vinieron a casa como refugiados. Los cuidaré. A mí sí me gusta la lluvia.

17 de febrero
Los grillos que se refugiaron ayer en casa, escapando de la juguetona masacre del Benito que no quiere que llueva, le han dado a la sala un ambiente de nostalgia, solo faltan las chicharras, los sapos panzones, los aullidos de los perros, los apagones molestos y estoy de nuevo en La Cruz.

19 de febrero
Mi vecino serbio, que lucha por darse a entender en cristiano, colocó en el remate del pasillo, en el umbral de nuestros departamentos, una preciosa fotografía ampliada de un balneario mazatleco atestado de gente, en un año por investigar. Toqué a su puerta para darle las gracias por ese detalle de distinción.
Me dijo que era Playa Norte, su playa favorita, y luego de una perorata tejida en varios idiomas, me preguntó por el Benito, que tiene días ausente.
—Missing —le dije, y el término en inglés me pareció rebosante de alarma.

20 de febrero
Rumbo a Culiacán a presentar mi libro Mira esa gente sola. Me entero que es el Día Internacional del Gato y al salir por la mañana no estaba el festejado en su sitio. De todos modos ni lo hubiera felicitado, salí de prisa y en esos momentos no tenía el registro de su día tan especial.
Espero que al regreso esté con su pose de jarrón dorado, o mejor, su actitud de tigre de Bengala bonsái, para que le tire sus buenos zarpazos al libro y me dé buena suerte. Espero que esté, aunque ya no confío que regrese.

22 de febrero
Missing. Sábado, domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes. Cero y van siete. Missing. Sus platos de comida, sus recipientes de agua, intactos. Missing. Siete días desaparecido. Missing. Siete días con el pasillo y el patio en blanco y negro. Missing. Hace falta la presencia dorada del Benito, nuestro tigre de Bengala bonsái. ¿Dónde se habrá metido? Missing.

24 de febrero
Hasta este momento, mis indagatorias sobre la misteriosa desaparición de un tigre de Bengala bonsái llamado Benito no pintan nada bien. Arrojan resultados alarmantes, pesimistas. Es más, ni me atrevo a mencionarlos porque la fatalidad los corona.
Pasillo y patio siguen en blanco y negro, sin el dorado
Pero necio como soy, me aferro a la idea que lo que tengo son resultados extraoficiales.

25 de febrero
Hoy, mi preocupación creciente por la ausencia del Benito me puso metafísico. Al regreso del mercado, con el ventarrón, me topé con la foto que puso el serbio en el remate del pasillo: la Playa Norte, quizá en los 30’s, Semana Santa, un gentío. Apareció, como ya dije, a los pocos días de la desaparición del dorado.
Quise meterme en la foto y buscarlo, pero recapacité cuando vi el mar y recordé su congénito pavor al agua.

27 de febrero
En días pasados, Javier Valdez Cárdenas, experto en el tema por su libro Levantones, me dio su opinión sobre el asunto Benito:
—Bato, no te quiero alarmar, pero creo que lo del Benito fue un levantón.
A su modo, Juan Villoro no dio su opinión, hurgó en la memoria musical de nuestra adolescencia y cantó, rescatando a los Teen Top’s:
—“Ahí viene el gato loco le patina el coco, salta alocado por todo el tejado. Se rompió una pata, corrió tras la gata, de sus siete vidas lleva tres perdidas…”.
Ojalá que esas cuatro que le quedan le permitan regresar.

28 de febrero
Si uno la observa en detalle se dará cuenta que la vida siempre está a la espera de sorprendernos, como un gato.
Empecé a observar al Benito a finales del mes de octubre, cuando pasaba por una agobiante racha de insomnios. Cinco días con el ojo pelón. Para relajarme de tanta tensión, me dediqué a ver sus movimientos y a describirlos, aunque en un principio no era de mis confianzas, siempre había sido más de perros.
Lo frecuentaba y logramos establecer una decorosa comunicación. Pude descifrar qué significaba el tono de cada miau y creo que él también se adentró en mis estados de ánimo, que le provocaban curiosas reacciones. Diario me sorprendía.
El Benito se perdió por última vez el sábado 16 de febrero.
Yo pensé que regresaría en unos días, como siempre. Como me había enseñado.
El día 20 de febrero, en el autobús que me llevaba a Culiacán, me enteré que ese era el Día Internacional del Gato y recordé que el Benito llevaba cinco días desaparecido.
Esa noche festejamos su día presentando mi libro, a cinco meses de mis insomnios, que él con sus juegos y locuras, con su tierno desdén, de algún modo alivió.
No quisiera hacerlo, pero algo me obliga a terminar esta historia con lo que tradicionalmente es un inicio clásico, algo que ya había vaticinado en una de sus tantas escapadas: Había una vez un gato llamado Benito…

A manera de doloroso epílogo.

1 de marzo
Agradezco mucho, pero mucho, a quienes en Facebook, Twitter, Hotmail, la calle, el mercado, la cola en las tortillas, me piden siga con las aventuras del Benito. Ya no sé de él e intuyo lo peor. No puedo escribir si no me da motivos, en ese patio en blanco y negro desde que no está. Por eso marqué un alto. Aunque quisiera ver de nuevo a ese fantasma dorado. Aunque yo sea el lugar predilecto de sus apariciones. Lindo fantasma.
Admito que siguen intactas las ganas de bajar al patio y reencontrarlo, que me gustaría cantarle con una voz peor que los grillos que detestaba esa canción de Serrat, que en cierta forma condensa lo que fuimos a lo largo de estos cinco meses de convivencia:

¿Sabes Benito? anoche, tuve un sueño virguero.
Me la pasé de charla y tomando copas,
en un sitio divino, con todo un caballero,
y tú también venías Benito… Y había sopa
y gambas y chuletas y alubias con chorizo
y café, copa y puro… Como en los buenos tiempos,
¿Benito… No me escuchas…? ¿Qué te pasa Benito?
No vayas a morirte. No me hagas eso.

Artículo publicado el 02 de abril de 2023 en la edición 1053 del semanario Ríodoce.

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email
  • 00
  • Dias de Impunidad
RÍODOCE EDICIÓN 1106
GALERÍA
Se desató el caos en los Emiratos Árabes Unidos después de que el país fuera testigo de las lluvias más intensas de los últimos 75 años, registrándose en algunas zonas más de 250 mm de precipitaciones en menos de 24 horas
COLUMNAS
OPINIÓN
El Ñacas y el Tacuachi
BOLETÍN NOTICIOSO

Ingresa tu correo electrónico para recibir las noticias al momento de nuestro portal.

cine

DEPORTES

Desaparecidos

2021 © RIODOCE
Todos los derechos Reservados.