Merary Villegas es una mujer con suerte. Con mucha suerte. O debe tener buenos padrinos en la Ciudad de México, porque, habiendo estado entre los diputados más faltistas, cayó parada en Sinaloa. Las coordenadas se enderezaron a favor de su nominación y, hoy, es la nueva dirigente estatal de Morena.
El gobernador, como si hubiera estado al margen, la describe escuetamente como una mujer que “tiene méritos” y está llamada a dirigir Morena. Le reconocen atributos que ella ni siquiera sabía que tenía, pero los agradece con una sonrisa ancha que revela una buena dentadura.
En su habilitación como dirigente han quedado dos manchas: una, que 14 delegados fueron inhabilitados porque, presuntamente, eran miembros del PAS; y dos, que la elección del CDE ocurrió a puerta cerrada, sin prensa y ante unos consejeros sumisos a los que se le impidió entrar con sus celulares, para no grabar lo que ocurrió en esa encerrona con cartas marcadas.
Ya luego veremos si no hay una grabación, y lo que se dijo ese día que se habilitaba una nueva dirigencia de Morena.
Lo que se alcanza a ver entre los resquicios es que, por un lado, está el padrinazgo de Merary en la Ciudad de México, que algunos lo atribuyen a AMLO. Le sigue Minerva Vázquez, la flamante presidenta del Consejo Estatal, que es una pieza de la dupla Imelda Castro-René Bejarano y Manuel “Meny” Guerrero, como secretario general, que es el alfil del gobernador.
En este orden es el triángulo de fuerzas que decidió la composición de la dirigencia de Morena en Sinaloa, para los siguientes tres años.
No hay nada nuevo en el mecanismo de elección: nada democrático. Primero, el triunvirato sacó a los delegados y estos, ya habilitados con el nombramiento, fueron los que certificaron a sus dirigentes. ¿No que sería el pueblo el que podría y dispondría en cuestión de candidaturas?
La votación indirecta, a través de la representación política, es la forma de dar forma a un engaño democrático.
Y más si le agregamos la manera como se celebró la elección: sin opciones para votar. Simple y llanamente, la decisión estaba tomada por el padrino de la Ciudad de México, Rubén Rocha e Imelda Castro-René Bejarano.
Serán ellos los dueños de la marca en Sinaloa y la militancia seguirá siendo invitada de piedra, y todavía, después de eso, se habla sin prurito alguno de ejercicio democrático, cuando fue un vulgar dedazo al viejo estilo priista.
Es más, los priistas, últimamente, por su propia crisis interna, se han vuelto más escrupulosos a la hora de votar dirigentes y candidatos.
Entonces, a Merary, Minerva y al “Meny” Guerrero, no los votaron las bases, sino los dueños del amarre: el padrino de la capital, la senadora con el jefe René Bejarano, el “señor de las ligas” y el gobernador. Y a esa suma de intereses se deberán, no a lo que reclama el común de los sinaloenses que están perdiendo vertiginosamente su capacidad de consumo y asombro por los índices de inseguridad cotidiana.
Nada bueno parecen prefigurar estos acuerdos, por más que haya comunicadores que lambisconamente le encuentran virtudes diciendo: “Es la mujer que Morena necesita en Sinaloa”, “la gran trayectoria partidista”, o mejor, “el gran avance democrático”; que las dirigentes de Morena, PRI y PAN sean mujeres que la respaldan, olvidándose de exigirle cuentas de su rendimiento como diputada federal, donde, como ya lo dijimos en la pasada legislatura, fue quien acumuló más faltas a las sesiones legislativas.
Pero eso significa ser un aguafiestas, cuando de lo que se trata es de festinar que, por fin, hay una dirigencia electa, después del manotazo de Andrés Manuel, el entonces líder de Morena, que en 2015 animó la destitución de la dirigencia que encabezaba Jaime Palacios y Merary, entonces diputada local. Avaló en silencio, ante el llanto de los jóvenes morenistas, que tuvieron que presentar su renuncia al partido.
Hoy, por cierto, varios de ellos, están de jauja, cobran como asesores parlamentarios, comisionados partidistas o funcionarios. Con poco se les acabó el filo y están haciendo cola para que, en caso de que alguien de arriba se le ocurra llevarlos a otro estatus, o si no ahí, se queden medrando hasta envejecer.
En definitiva, estamos ante una experiencia que no tiene nada nuevo, o quizá sí, en la que esta sui generis democracia se come a sus propios hijos radicalizados, con el garlito de que lo de antes era peor.
¿Será?
Artículo publicado el 28 de agosto de 2022 en la edición 1022 del semanario Ríodoce.