Morena no va cambiar: es como quiere el presidente

MORENA. Un partido gobernado por un hombre.

Andrés Manuel López Obrador vende, le dice, a los mexicanos que él es el representante directo del pueblo.

Esa narrativa, ese mensaje, necesita que entre él y su grey no existan intermediarios.

Nada debe mediar entre el líder y su gente. Ni Morena.

Con ninguna persona o institución puede o quiere compartir su vínculo emocional con el pueblo.

Si alguna persona, rol, función o institución regulara, interpretara o hablara en nombre de AMLO, ello desgastaría el modelo de liderazgo político que él desempeña.

Andrés Manuel López Obrador pretende que por su boca habla el pueblo, que lo que piensa es lo que quiere el pueblo, que lo que él hace es lo que necesita el pueblo.

“El presidente Andrés Manuel López Obrador encarna a la nación, a la patria y al pueblo”, escribieron los senadores de Morena el 15 de febrero pasado.

El presidente no los corrigió ni matizó, ni antes ni después de que publicaran ese documento.

La patria, el pueblo y la nación se hacen carne, toman forma humana, en un ser: Andrés Manuel López Obrador.

Esa narrativa que promulga la existencia de una potencia política, una persona, que es el pueblo mismo, se depreciaría, perdería importancia, no tendría el peso necesario, si ese gran líder tuviera intermediarios, contrapesos, trámites que cumplir o límites qué respetar.

“Yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes”, dijo en el Zócalo, el primero de diciembre de 2018.

Nos explica que es un hombre-pueblo que va a remediar el que los políticos nunca nos han representado.

Para él los intermediarios perturban la expresión de la voluntad popular.

Morena es un partido a modo, correspondiente, al modelo del liderazgo que quiere y construyó AMLO.

El presidente no quiere un partido democrático, con una vida regida por normas, respetuoso de la legislación electoral y que construya propuestas.

El presidente quiere, todo lo contrario, un partido como, hoy, ya es Morena.

Lo que quiere el presidente, ya lo tiene.

López Obrador quiere decidir las candidaturas. Lo hace.

Ya tiene un mecanismo suficientemente opaco donde supuestamente se hacen encuestas, pero nunca se saben metodologías, resultados al detalle, ni fechas y lugares de aplicación.

Gibrán Ramírez cuenta que su condición para apoyar a Mario Delgado fue que se reestructurara y transparentara la comisión de encuestas del partido y explica cómo, tiempo después, Delgado le comunicó que no le cumpliría su petición “porque Andrés no quiere que se haga eso”.

López Obrador quiere ser el mandón en Morena. Lo es.

Los órganos de dirección estatal permanecen acéfalos, sin ocupar, durante años; las comisiones nacionales y estatales no se reúnen ni trabajan; los pleitos entre miembros y funcionarios se dejan correr hasta el desangre, sin que exista cauce para procesar temprana y pacíficamente la diversidad. Los dirigentes y las instituciones morenistas son débiles y pequeñitos al lado de AMLO, no tienen prácticas regulares que los fortalezcan y viven peleándose.

La competencia por el poder en Morena no depende de reglas y estatutos, sino de los deseos del presidente.

López Obrador quiere que Morena viole la ley electoral. La está infringiendo.

El 6 de junio pasado, de cara a la elección presidencial, el presidente pidió a sus “corcholatas presidenciales”: “tienen que trabajar 16 horas en el gobierno y de las ocho que quedan, agarrar para hacer sus campañas dos o tres y que duerman cinco horas diarias”.

Sheimbaum, Ebrard y Augusto han aceptado que se les minimice con ese nombre (“corcholata”) y se han volcado a realizar ilegales actos adelantados de campaña.

En todas las consultas, Morena ha violado la ley por instrucción presidencial, haciendo lo mismo que antes condenaba furiosamente.

López Obrador quiere ser el único que hable en Morena. Lo es.

No hay espacios para la reflexión. La expresión de ideas, la deliberación, el debate y la construcción de propuestas está ausente en ese partido. Ahí no se hace eso.

Los eventos del 30 y 31 de julio pasado eran, supuestamente, asambleas.

No vimos ningún análisis ni mucho menos intercambio de ideas. Los morenistas fueron a hacer lo que quiere AMLO que hagan, meter una boleta en la urna. Callados.

Las visitas del caricaturista “El Fisgón”, que encarna el Instituto Nacional de Formación Política” de Morena, no son mesas participativas de intercambio de reflexiones sino capacitaciones a los feligreses por un cardenal iniciado y sumiso con AMLO, que habla el 98 por ciento de la sesión.

López Obrador no quiere que exista persona o institución que diluya su imagen ante los mexicanos.

Encarnación del pueblo solo puede haber uno.

López Obrador no quiere que Morena reconozca pluralidad en la sociedad, le manda a atacar como traidores a la patria a quien no coincida con él; tampoco quiere que recoja opiniones o piense, los diputados de ese partido tienen su instrucción de no cambiar ni una coma a las iniciativas presidenciales.

López Obrador quiere que Morena solo sea el requisito obligado que debe aparecer en la boleta, el mecanismo para transmitir sus decisiones electorales y la estructura de acarreo.

El buen morenista es quien se limita a meter la boleta en la urna.

Morena es un instrumento al servicio de un caudillo.

López Obrador ya tiene el partido que quiere.

Artículo publicado el 14 de agosto de 2022 en la edición 1020 del semanario Ríodoce.

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