Luis Enrique Ramírez, una vida en el periodismo

LUIS ENRIQUE RAMÍREZ Y ELENA GARRO. En plena entrevista en febrero de 1991.

“Creo que salir de Sinaloa fue un mero instinto de supervivencia, yo he sido muy claro, nunca, jamás dije haber sido objeto de una amenaza, no lo he sido, pero tengo clarísimo que cuando de veras te van a matar, nadie te lo dice.” Con esas palabras el periodista Luis Enrique Ramírez explicaba en septiembre de 2011, en una entrevista vía zoom con Noroeste, su razón para haber huido del estado.

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En ese entonces habían sido asesinados en Sinaloa el también periodista Humberto Millán; el operador político Luis Pérez, quien le proporcionaba información “privilegiada” a Luis Enrique; el abogado Francisco Eduardo Urrea el Fuco y la vidente Oli Pérez. Luis Enrique se sentía parte de ese grupo, y aun cuando no había sido amenazado, creía que su vida corría peligro.

Once años después, el pasado jueves 5 de mayo, el periodista, columnista y autor de libros, fue “levantado” y asesinado en Culiacán. Tenía 59 años, 42 de los cuales los dedicó al periodismo.

Sus inicios fueron a los 17 años, cuando estudiaba Comunicación Social en esta ciudad e ingresó como reportero en El Diario, en Culiacán, posteriormente laboró en El Debate y luego en Noroeste.

Pero antes de que se inclinara por temas políticos, principalmente en sus columnas Fuentes Fidedignas y El Ancla, que se publicaron en El Debate, su fuerte fueron entrevistas, semblanzas y ensayos de temas culturales en diarios de la Ciudad de México como El Nacional, El Financiero y La Jornada, y en colaboraciones con revistas como Viceversa, Cuartoscuro, Kiosco, Milenio y en el suplemento cultural El Ángel, del periódico Reforma.

Elena Poniatowska narra en el prólogo del libro La muela del juicio, de la autoría de Luis Enrique Ramírez, que este llegó a vivir a la capital del país en 1988.

“La primera vez vino con su hermano Juan Carlos -más alto que él y todavía más flaco- en camión Tres Estrellas de Oro de segunda Clase, entre gallinas, puercos y olor a chilorio, machaca y chorizo. La segunda vez era estudiante de periodismo de la Escuela de Comunicación Social de Sinaloa.. y la tercera vez vino enviado por el periódico Noroeste para cubrir una convención de la Coparmex”, menciona.

“Una noche antes de regresar a Culiacán me llamó, me cubrió de elogios y sin esperar respuesta colgó… Para entonces él ya tenía decidido que esta ciudad que a todos nos parece tan horrible sería la suya: él era de asfalto, de neón y de muchedumbres solitarias, el smog le resultaba más estimulante que el vigoroso aire del norte”.

En la Ciudad de México realizó entrevistas a personajes como Elena Garro, Rufino Tamayo, Gabriel Figueroa, el ex presidente José López Portillo, Chavela Vargas, Lola Beltrán, Angélica María, Chespirito, Gloria Trevi, entre otros.

Poniatowska agrega en el mismo prólogo que la etapa más feliz en el ámbito profesional hasta ese momento para Luis Enrique, fue su paso por la sección cultural del diario El Financiero, bajo la tutela de Víctor Roura.

“Luis Enrique habría de contarme más tarde: ‘Si algún momento he sido plenamente feliz en lo profesional ha sido allí. Víctor Roura fue un gran jefe. No regañaba, no gritaba, no prohibía, solo estimulaba. Y respetaba”.

En dicho diario, añade la escritora, quien mantuvo una estrecha amistad con el periodista sinaloense, Luis Enrique publicó “entrevistas memorables”. Pero también dominó el género del reportaje y el ensayo.

“Ya nadie sabía nada de la legendaria Chavela Vargas, todos la daban por muerta cuando Luis Enrique la encontró en el bar El Hábito. Creyó al principio que se trataba de una alucinación etílica, pero más tarde decidió corroborar el espectro con la realidad y, grabadora en mano, la siguió a Ahuatepec junta con el fotógrafo Pedro Valtierra, su inseparable compañero de entrevistas”, mencionó la escritora.

“Elena Garro lloró en su hombro y, por medio de él, reveló sus secretos a un México pendiente de cada una de sus palabras luego de 20 años de exilio”.

Poniatowska lo definió como un“periodista metiche”. “Luis Enrique Ramírez tiene el don de crear una historia en torno a cada uno de sus entrevistados. Los envuelve en atmósferas de su invención. Cada personaje le sugiere un universo distinto, un teatrino en el que el jala los hilos, hábil titiritero. Difícilmente el entrevistado percibe que ha sido atado con filamentos invisibles; luego de diez minutos de conversación empieza a moverse de acuerdo con la voluntad de Luis Enrique, que lo lleva a representar su mejor papel. En mi caso, Luis Enrique luego luego captó que el mío era la infancia, e hizo intervenir en la entrevista, como buen reportero metiche, a Magdalena Castillo, que venturosamente llegó en ese momento de su pueblo Tomatlán de las Manzanas, con sus trenzas y sus lentes oscuros”.

Luis Enrique y la periodista Elena Garro mantuvieron una larga amistad. Las entrevistas que él le realizó en Cuernavaca se publicaron en el libro La ingobernable. Ahí habla de la vida de Garro, su relación con su esposo Octavio Paz y la matanza de Tlatelolco.

Sus trabajos periodísticos le valieron diversos reconocimientos como el Premio Pablo de Villavicencio de la Universidad Autónoma de Sinaloa, que recibió en dos ocasiones, el Premio de Periodismo del Festival Cultural de Sinaloa y el Premio Nacional de Periodismo Juvenil José Pagés Llergo del CREA.

En la entrevista concedida en 2011 a Noroeste, Luis Enrique manifestó que en el exilio y bajo la protección de Artículo 19, se sentía protegido, pero deseaba regresar a su terruño.

“Desde el momento que creíamos en Sinaloa, que lo único que te ponía en peligro a ti era hablar del narco, como yo no hablo del narco, como yo no escribo nada del narco, yo no sentí nunca estar en peligro, pero ahora resulta que tampoco podemos hablar de los políticos y eso es lo que me hizo tomar esta decisión, que fue lo mejor que pude hacer”, manifestó el periodista durante la entrevista con Francisco Cuamea.

“Yo allá en Culiacán era el ser más vulnerable sobre la tierra porque yo no tengo ni en que moverme, yo ando en camión, yo ando a pie, soy muy solitario, siempre ando solo, siempre ando en la noche porque soy muy nocturno, a mí me puedes ver a las 12:00 de la noche caminando del periódico donde trabajaba a mi casa, por ejemplo, eso era para mí de lo más normal, dormía con la puerta abierta…, entonces si a mí me quisieran hacer algo sería muy fácil”, manifestó Luis Enrique durante la entrevista.

Y su muerte llegó de noche. Luis Enrique salió durante la madrugada del jueves 5 de mayo de su casa y ya no regresó. Su cuerpo fue localizado a la mañana siguiente envuelto en plástico. Tenía un balazo en una pierna y golpes en la cabeza.

LUIS ENRIQUE RAMÍREZ Y ELENA PONIATOWSKA. El inicio de la amistad en febrero de 1991. Foto: Pedro Valtierra/Cuartoscuro.

El reportero metiche

Elena Poniatowska

Luis Enrique Ramírez tiene el don de crear una historia en torno a cada uno de sus entrevistados. Los envuelve en atmósferas de su invención. Cada personaje le sugiere un universo distinto, un teatrino en el que él jala los hilos, hábil titiritero. Difícilmente el entrevistado percibe que ha sido atado con filamentos invisibles; luego de diez minutos de conversación empieza a moverse de acuerdo con la voluntad de Luis Enrique, que lo lleva a representar su mejor papel.

Ya nadie sabía nada de la legendaria Chavela Vargas, todos la daban por muerta cuando Luis Enrique la encontró en el bar El Hábito. Creyó al principio que se trataba de una alucinación etílica, pero más tarde decidió corroborar el espectro con la realidad y, grabadora en mano, la siguió a Ahuatepec junto con el fotógrafo Pedro Valtierra.

Luis Enrique siempre encuentra el modo de llegar y de llegarle a la gente. Elena Garro lloró en su hombro y, por medio de él, reveló sus secretos a un México pendiente de cada una de sus palabras luego de 20 años de exilio; 10 horas de conversación, una decena de cassettes por ambos lados, cinco partes de un texto, 40 cuartillas en total, fueron poco para decir todo lo que mantuvo guardado ese silencio.

López Portillo le dijo que para él era un honor que le dijeran “perro” porque es el animal más valiente de la zoología, y reconoció que guardaba culpas pero que era feliz por tener a su lado a Sasha…

Luis Enrique Ramírez es norteño, alto, 1.86 de estatura, de cabello muy tupido y muy negro, ojos negros, cejas negras, a veces intenciones negras y sonrisa entre seráfica y luciferina. Presume de ser malísimo porque su hobby es hablar mal de la gente y encontrar sus puntos débiles o por lo menos chuscos, pero es el primero en correr a la cabecera del amigo enfermo que inmediatamente piensa que lo va a asfixiar con la almohada cuando lo único que Luis Enrique pretende es salvarle la vida para seguirse riendo de él.

Luis Enrique es culichi porque nació en Culiacán, Sinaloa. Allá se inició en el periodismo a los 17 años, en El Diario, estuvo después en El Debate y comenzó a hacer entrevistas en el Noroeste.

Cuando le dio por hacer viajes a la capital, siempre se hospedaba en el Hotel Regis. La primera vez vino con su hermano Juan Carlos -más alto que él y todavía más flaco- en camión Tres Estrellas de Oro de segunda Clase, entre gallinas, puercos y olor a chilorio, machaca y chorizo. Creían que la ciudad de México se componía de La Villa, Chapultepec, la Alameda y el Zócalo.

La segunda vez era estudiante de periodismo de la Escuela de Comunicación Social de Sinaloa y participó en un congreso en la escuela Carlos Septién García con su maestra María Teresa Zazueta.

La tercera vez vino enviado por el periódico Noroeste para cubrir una convención de la Coparmex. Una noche antes de regresar a Culiacán me llamó, me cubrió de elogios y sin esperar respuesta colgó… Para entonces él ya tenía decidido que esta ciudad que a todos nos parece tan horrible sería la suya: él era de asfalto, de neón y de muchedumbres solitarias, el smog le resultaba más estimulante que el vigoroso aire del norte.

En 1988 emigró, apoyado por Abraham García Ibarra quien le dio hospedaje en su casa y luego le consiguió un cuarto de azotea en la calle de Providencia en la colonia del Valle. En Excélsior le ofrecieron reportear para Últimas Noticias pero tenía que levantarse a las 4 de la mañana y aguantó un solo día.

Se fue a El Financiero y tras un riguroso examen fue aceptado como corrector de galeras. Harto de trabajar de noche (de 9 a 4 de la mañana: horario de talleres) tenía decidido renunciar y regresarse a su tierra, pero un amigo le consiguió una oportunidad en la naciente sección cultural de ese diario. Víctor Roura lo puso a prueba un mes y resolvió darle el puesto de reportero. ”Usted es para hacer entrevistas, maestrísimo”, le dijo. Luis Enrique habría de contarme más tarde: “Si algún momento he sido plenamente feliz en lo profesional ha sido allí. Víctor Roura fue un gran jefe. No regañaba, no gritaba, no prohibía, solo estimulaba. Y respetaba”.

Yo lo quiero mucho porque es muy noble, me da mucha alegría, es bonito verlo llegar bañadito y con sus camisas bien planchaditas por el mismo. Su pulcritud alcanza a su escritura, revisa sus textos casi neuróticamente para evitar cualquier arruga, cualquier doblez, los rocía y los plancha con esmero, y aún así, al verlos publicados dice “iChingüentes, se me fue esa coma!”.

También así repasa a sus entrevistados, analiza sus respuestas, los observa y las desmenuza y a algunos hasta los encuera (en sentido figurado, por supuesto). Nunca había conocido periodista más obsesivo. De ahí tal vez sus continuas depresiones y sus interminables melancolías… Creo que entre los jóvenes es el mejor, el más fino, el más perceptivo, el más talentoso de los periodistas. Y, desde luego, el más encantador.

Fragmentos del prólogo “El reportero metiche” que escribió Elena Poniatowska para el libro “La muela del juicio” (Conaculta, 1994), de Luis Enrique Ramírez.

Artículo publicado el 08 de mayo de 2022 en la edición 1006 del semanario Ríodoce.

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