Cine: ‘Nuestra última aventura’

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La memoria de John (Donald Sutherland) se desvanece cada vez más rápido debido al Alzheimer, por lo que antes de que eso suceda totalmente, su esposa Ella (Hellen Mirren) considera que es el momento de dejarlo todo y, sin decir nada a sus hijos Jane (Janel Moloney) y Will (Christian McKay), hacen un viaje en su viejo camper Leisure Seeker (Buscador de recreo) desde Wellesley, Massachusetts a Key West, Florida, para conocer la casa de Ernest Hemingway. Si bien el recorrido les da la oportunidad de vivir experiencias maravillosas, también propicia que confirmen lo irremediable, que lleva a Elle a tomar la decisión más arriesgada y valiente de su vida.

En ocasiones, la sola presencia de los intérpretes es suficiente para sentarse frente a una pantalla y disponerse a disfrutar una película, aunque la historia no ofrezca nada nuevo, ni la trama tenga la sal y la pimienta necesarias para dar la sazón que deje un buen sabor de boca. Ese es el caso de Nuestra última aventura (The Leisure Seeker/Italia/Francia/2017), también conocida como El viaje de sus vidas.

La película dirigida por Paolo Virzì es una agradable, pero ligera, road movie que a veces pareciera estar aderezada con tintes de comedia. Otras, sus ingredientes hacen pensar que se trata de un drama. Sin embargo, no es ni muy divertida ni tan conmovedora, como para funcionar por completo en un género u otro. Lo que la hace entrañable son las actuaciones de la pareja protagonista: los siempre disfrutables Mirren y Sutherland.

La cinta escrita por Stephen Amidon, Francesca Archibugi, Francesco Piccolo y el propio Virzì, basados en la novela de Michael Zadoorian, sería mucho menos, de no contar con las magistrales actuaciones de Mirren y Sutherland. Es impresionante la manera en que cada uno se apropia de su personaje y lucen asombrosos, tanto juntos como separados, por lo que le corresponde a cada uno en una enfermedad en la que se va perdiendo la memoria y la capacidad para realizar las actividades básicas, y por ser la persona que acompaña en ese confuso proceso que vacila en su intensidad, y lo mismo hace ver lúcido, diestro y funcional, que extraño, torpe e incompetente, a quien la padece.

Donald Sutherland es estupendo, espontáneo y verosímil como ese señor de edad avanzada, fanático de Hemingway, que casi no se acuerda de sí mismo. Aunque lo realmente extraordinario es la paciencia y habilidad con la que Helen Mirren lleva a esa aguerrida e imparable esposa a vivir el padecimiento de su marido e intenta que sea menos pesada para él, así ella esté enfada, harta y cansada, lo cual bien podría definir el amor en la pareja, uno en el que igual se padece, soporta y sufre, que se disfruta, ama y comparten momentos inolvidables.

El reclamo para la cinta disponible en Netflix es que deja caer toda la responsabilidad en sus intérpretes, quienes no necesitan de mucho esfuerzo para sacar adelante un proyecto que se limita a echar mano de la anécdota de viaje, lugares significativos, paisajes bonitos, recuerdos y una enfermedad degenerativa para mantener la atención, y no de recursos narrativos o técnicos, que la llevarían a no ser una más. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 17 de octubre de 2021 en la edición 977 del semanario Ríodoce.

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