Los jóvenes de Colombia están en la primera línea de las protestas contra el Gobierno de Iván Duque que han desatado enfrentamientos con la fuerza pública en las calles. Son esos manifestantes los que han arrinconado al Ejecutivo, al punto de forzarlo a retirar la fallida propuesta de reforma tributaria que detonó las movilizaciones. También son los jóvenes los que han puesto los 24 muertos que se cuentan hasta este miércoles, cuando se cumple una semana de marchas en el marco del llamado paro nacional, en medio de confusos episodios de brutalidad policial que han sido condenados por los organismos internacionales.
Las encuestas coinciden en que Duque ha perdido decididamente el favor de los jóvenes. El 74 % de los consultados entre 18 y 25 años tenía una imagen desfavorable del mandatario en una reciente medición de la firma Cifras y Conceptos, publicó El País.
Aunque el Gobierno se abrió a un proceso de diálogo político en busca de una nueva reforma consensuada, la movilización no amaina, y los jóvenes son un componente central del cóctel de descontento que cerca al Ejecutivo del Centro Democrático, el partido de Gobierno fundado por Álvaro Uribe. El expresidente ha defendido que policías y militares tienen derecho a usar las armas en las protestas.
“Nos están matando” es una de las frases que más se repiten en las pancartas de las movilizaciones que han ocurrido en Colombia durante el mandato de Duque, que atraviesa una pronunciada crisis de popularidad. Antes, ese lema se refería principalmente al incesante asesinato de líderes sociales en lugares apartados del país, pero ahora también recoge a los jóvenes de las ciudades y los numerosos episodios de exceso de uso de la fuerza en el marco de las protestas. “Yo quiero estudiar para cambiar la sociedad”, es otro de los cánticos más repetidos.
En la oleada de protestas que ya habían sacudido al país a finales de 2019, los jóvenes de universidades públicas y privadas fueron destacados protagonistas. Con su acción colectiva, los estudiantes “lograron una tarea titánica en un país en donde el cinismo y el escepticismo son la norma: lograron inspirarnos”, escribe la politóloga e internacionalista Sandra Borda en Parar para avanzar, su libro sobre el movimiento estudiantil. Pero la actual oleada de movilizaciones marca diferencias. La pandemia y los confinamientos han contribuido al aumento de la desigualdad y han hecho más difícil acceder a la educación, la salud, e inclusive, la manutención, con protestas sociales muy difíciles de controlar.
Son manifestaciones más espontáneas y emocionales, menos controladas por organizaciones –sindicales o estudiantiles– y potencialmente, como se ha visto en los últimos días en ciudades como Bogotá o Cali, más violentas. Muchos de estos jóvenes no están integrados ni en el sistema educativo ni en el laboral. Sus familias están marginadas, sin redes de apoyo. “Esta es una manifestación por la supervivencia. Son jóvenes que están mucho más en el límite, y por la naturaleza de los barrios que habitan, tienen una relación fatal con la fuerza pública”, valora Borda. El diálogo que convoca el Ejecutivo de Duque presenta problemas difíciles de superar con respecto a estos jóvenes, entre ellos la represión de las fuerzas de seguridad. “No puedes convocar a la gente que asesinas en la calle a que se siente a conversar. Ahí hay un problema de credibilidad enorme”.