Un año ya. El próximo domingo 28 de febrero cumple años la pandemia en México. Nadie le llevará un pastel ni le cantarán las mañanitas, es una efeméride fúnebre. Nunca más cierto que el mundo es un pañuelo. El virus se propaga en apenas unos días con una facilidad apocalíptica: de un gigantesco mercado en China al minúsculo aeropuerto de Culiacán, del estornudo a la tos, del saludo a la simple cercanía. La globalidad cobra su cuota.
Decir un año es un decir, con todos los hallazgos que la comunidad científica va logrando en un afán detectivesco el rompecabezas sigue incompleto y con piezas falsas. No es posible conocer dónde empezó todo y cómo, además los gobiernos se han encargado de sembrar pistas falsas. En los tiempos actuales resulta casi imposible aventurarse a confiar, la única certeza posible es la incertidumbre. Creer es tan peligroso como aferrarse a un clavo ardiendo.
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En lo grande y en lo pequeño, en la aldea y en el globo, la travesía de un solo paciente con el coronavirus es una historia interminable. Hoy sabemos que las cepas del virus cambian constantemente, incluso una vez alojado en una persona mantiene leves mutaciones al tiempo que el virus se replica millones de veces.
A Sinaloa, apenas un punto perdido en el mapamundi, el virus arribó aceleradamente desde distintos flancos, al menos hasta donde fue posible saberlo. El paciente número dos reconocido oficialmente, procedente de Italia, llegó a Sinaloa el 28 de febrero de 2020, y desde entonces el estado se ubicó en el primer plano nacional en contagios y muertes. Particularmente Culiacán llamó la atención por meses al mantenerse entre los primeros cinco municipios del país por el alto número de casos.
Los días siguientes los contagios ubicados llegaban de Estados Unidos, luego del mismo país, y después por contactos en los entornos de trabajo o familiares.
Esos pacientes que llegaron contagiados fueron –y son- apenas un pequeño nudo en la monumental telaraña que une hasta ahora a más de 110 millones de seres humanos contagiados. Por hablar de los que se han podido contar, un número tan grande como el tamaño de todos los habitantes de un país como México, que podría convertirse a un número tres veces más grande, mínimo, para ser del tamaño de los Estados Unidos.
A partir de entonces el año pasó rápido. Las estructuras sociales y políticas quedaron al borde del colapso, o de plano se derrumbaron. Hubo quienes perdieron su trabajo inmediatamente o semanas o meses después, negocios de algunos giros no lograron recuperarse, el sistema educativo se clausuró, la administración pública se tiró a la flojera permanente en la supuesta emergencia presupuestal y descuidó todo lo demás.
Apartado especial requiere el aparato de salud, que supuestamente se avocó a la pandemia y dejó a la deriva a cualquier otro enfermo. Lo peor, el sistema en México estrenaba una modificación estructural al desaparecer el esquema del Seguro Popular que mantuvo las reglas del juego entre la federación y los estados para la transferencia de recursos y cobertura, por uno totalmente nuevo: Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), que no es otra cosa más que cortar la llave de recursos a los gobernadores para manejar el dinero para salud, para concentrarlo en el gobierno federal. Los gobernadores perdían así otra chequera más (luego perderían también recursos para seguridad, para obras federales o los fondos para desastres).
Margen de error
(Mundo) La pandemia llegó en una coyuntura donde el poder público mundial atraviesa una crisis de legitimidad o por lo menos de crispación. Los gobiernos locales o nacionales han tenido dificultades, unos más y otros menos, para enfrentar la emergencia.
No se trata solo de recursos y de infraestructura, sino de capacidades de respuesta ante cualquier emergencia, sea una inundación, un apagón, o una pandemia. La clase política se acostumbró a administrar la normalidad.
Un año después ni siquiera es posible sumar las experiencias adquiridas en el tránsito de la emergencia, simplemente porque a nadie se le ocurrió que enfrentar la pandemia pasa por ir aprendiendo sobre la marcha.
Mirilla
(Gatell) Un año después el hombre en quien recaen todas las críticas sobre la estrategia de combate a la pandemia, Hugo López-Gatell, también es tocado por el virus. Apenas unas semanas después de que el mismo presidente López Obrador también se contagió, y luego del Secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, compañero en las conferencias mañaneras.
En este año López-Gatell pasó de ser un subsecretario desconocido nacionalmente a pesar de sus credenciales como epidemiólogo, a un rockstar de quien se compartían sus fotografías de universitario y pormenores de su vida, y después a un blanco favorito de ataques de la oposición sobre las decisiones que se tomaban con él a la cabeza.
López Obrador, fiel a su posición hasta el momento, no ha movido al hombre del timón aunque las agresiones suban de tono, o lo fotografíen en un fin de semana en Oaxaca.
Deatrasalante
(China) Quince días antes del 28 de febrero de 2020, cuando aterrizó en Culiacán apenas el caso dos en México, Ríodoce contactó a un sinaloense en China. Un joven viviendo hace tiempo en Chengdu, cerca del epicentro de Wuhan, la provincia donde nació el coronavirus (o eso pensamos aún).
Hoy sabemos que lo que va ocurriendo en Europa o Asia se replica en el resto del mundo, casi como una maldición. Pero entonces, quince días antes de que fuera oficial que el virus estaba en México, todo parecía lejano. Sin embargo Cuauhtémoc Cortez Barceló, entre el aburrimiento y una capa de incertidumbre desde su departamento, nos envió su día a día, lo que estaban enfrentando millones de chinos para contener la epidemia….y que semanas después sería la normalidad en Culiacán, en México, y en el mundo (PUNTO)
Columna publicada el 21 de febrero de 2021 en la edición 943 del semanario Ríodoce.