En medio de una catástrofe nuclear, donde las personas no tienen qué comer, en las calles se anuncia un espectáculo de teatro en un lujoso hotel, que incluye alimentos, por lo que Leonora (Gitte Witt) no duda en dar todo el dinero que posee por tres boletos, para ella, su esposo (Thomas Gullestad) y su hija (Tuva Olivia Remman), sin imaginar que la felicidad que al principio le provoca la puesta en escena, pronto se vuelve su peor pesadilla.
Los primeros 15 minutos de El cadáver (Kadaver/Noruega/2020), escrita y dirigida por Jarand Breian Herdal, son realmente interesantes. Su atmósfera apocalíptica, con imágenes opacas, sin color, de una ciudad en decadencia, con cadáveres tirados en las calles, gente rogando por un resguardo, robando y deseando tener algo para comer, promete una trama aterradora. De igual manera, ese cambio a la majestuosidad del hotel, con pasillos extensos, infinidad de escaleras, ventanas enormes, cortinas largas y lámparas elegantes, donde resaltan los colores, principalmente el rojo, tiene un ambiente terrorífico.
La primicia de la cinta disponible en Netflix no es mala y menos en el contexto en el que se vive ahora. Si bien la pandemia por el coronavirus no tiene esos alcances catastróficos de El cadáver, es casi imposible no relacionar la película con la Covid-19: esa deshumanización al presentar a los muertos tirados en la calle recuerda la manera tan atípica e insensible en la que, en la realidad, algunos familiares reciben a sus difuntos para sepultarlos.
La película fotografiada hábilmente por Jallo Faber, logra atrapar en su primera parte o hasta poco después de comenzar el extraño, auténtico y prometedor espectáculo, en el que su director (Thorbjørn Harr) invita a reflexionar en la esencia de los humanos, en la diferencia de estos con los animales y en el tiempo que se vive, en el que no basta con sobrevivir, sino que también hay que sentir, no sin antes aclarar que la obra no es al frente: todo el hotel es el escenario, en el que los espectadores pueden ir a donde quieran, pero sin quitarse la sobria máscara dorada que se les da, para no ser confundidos con los actores.
Con interpretaciones destacadas, sobre todo de parte de Gitte Witt, quien pasa de manera creíble por todas las emociones en su afán por salvarse y proteger a su familia, El cadáver pierde su encanto muy pronto, principalmente, porque descubre anticipadamente el elemento de suspenso que debía sostener la historia hasta el final.
El simbolismo de un cordero como sacrificio es obvio desde el inicio, por lo que una vez que se entiende es imposible dejar de pensar en qué acabará todo, lo cual se refuerza con las innumerables señales que la trama ofrece, en ese sentido, y que, desafortunadamente, terminan con el encanto, miedo, suspenso y terror que la cinta parecía tener. Incluso, esa parte del final, con el hotel a lo lejos, es igualmente predecible, desde que la protagonista lucha por sobrevivir adentro del ostentoso recinto.
En algunas tomas, es probable que venga al pensamiento del público imágenes de El resplandor (1980), pero, sin discusión, el filme se relacionará con Ojos bien cerrados (1999), la última película de Staley Kubrick. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
Artículo publicado el 8 de noviembre de 2020 en la edición 928 del semanario Ríodoce.