Muy al estilo de El ángel exterminador (1962), en esa idea de reunirse para una velada agradable en la que pasa algo que cambia lo planeado (retomado en las múltiples versiones de Perfectos desconocidos), o a la de Festen: La celebración (1988), donde un festejo es el contexto para revelar delicados secretos, Los chicos de la banda (The Boys in the Band/EU/2020), dirigida por Joe Mantello, es una pieza que comienza incitando la risa y acaba provocando pena e incomodidad.
Los entrañables amigos Donald (Matt Bomer), Larry (Andrew Rannells), Emory (Robin de Jesús), Bernard (Michael Benjamin Washington) y Hank (Tuc Watkins) se reúne en la casa de Michael (Jim Parsons) para festejar el cumpleaños del enigmático Harold (Zachary Quinto), a quien le llevan de regalo un atractivo vaquero (Charlie Carver). Todo indicaba que la pasarían muy bien, pero una visita inesperada (Brian Hutchison) y un juego subido de tono sacan sus emociones, pensamientos y deseos más profundos y vergonzosos.
El filme escrito por Mart Crowley y Ned Martel, del cual existe una versión dirigida por William Friedkin en 1970, es como una avalancha: comienza como una pequeña e inofensiva bola de nieve, con simpáticas coreografías, coqueteos, provocaciones entre parejas por celos, anécdotas divertidas y humor negro de baja intensidad; luego crece y toma forma una enorme roca de hielo que deja a su paso agresión física y verbal, discriminación, humillación, llanto, discordia, envidia, frustración, miedo, fracaso, represión, inseguridad, nostalgia, tristeza y arrepentimiento, trastocando una relación que se suponía cercana, solidaria y ajena a la perversidad.
La película disponible en Netflix transcurre solamente en un departamento, salvo algunos flashbacks y unas imágenes al inicio y al final. Tanto la de 2020 como la de 1970 están basadas en la obra de teatro de Crowley y eso explica lo reducido del espacio para desarrollar la historia, pero no los alcances de la trama: expone a un grupo de amigos que comparten el llevar una doble vida, por lo que para ser ellos mismos sin juicios ni señalamientos y sentirse fuera de peligro, se reúnen en sus propias casas, algo común en la época que se sitúa.
Los personajes, aunque estereotipados, están muy bien definidos e interpretados: el serio y depresivo Donald (Bomer); el coqueto, animado y desinhibido Larry (Rannells); el escandaloso y expresivo Emory (Brian de Jesús); el decente y refinado Bernard (Washington); el formal y apropiado Hank (Watkins); el arrogante y sarcástico Harold (Quinto); el inculto, pero guapo vaquero (Carver); y el educado, amable y sorprendido Alan (Hutchison), quien es ajeno a la excéntrica banda. Hubiera sido interesante ver a Parsons fuera de su zona de confort: el llevar a sus amigos a un peligroso juego para exponerlos y humillarlos a su antojo, recuerda a ese egoísta y obsesivo Sheldon Cooper de La teoría del Big Bang que quiere tener el control de todo.
Con una fotografía precisa y detallada, Los chicos de la banda funciona más como homenaje o retrato de una época, que como reflejo actual de la forma de vida de los homosexuales. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
Artículo publicado el 25 de octubre de 2020 en la edición 926 del semanario Ríodoce.