El subsistema de partidos del presidente

AMLO

Andrés Manuel López Obrador tiene a la mano seis partidos.

Están estructurados internamente y organizados entre sí de modo que él es el único interlocutor válido ante y para el pueblo.

No depende de ellos pues cualquier pieza de ese subsistema; sea un partido, un grupo o un político; es prescindible y, fácilmente, arrojado al lugar que corresponde a los malos, a los conservadores, a la mafia del poder.

El presidente tiene el entramado político que quiere.

Si dentro de Morena se pelean, eso no debilita al presidente, eso fortalece su papel de “único” representante del pueblo, del “único” en el que se puede confiar.

El presidente basa su éxito en dividir a la sociedad en dos y apelar a la movilización de “los de abajo”. El pueblo es el nuevo sujeto de la acción colectiva.

Radicaliza permanentemente la relación amigo/enemigo. Presenta como irreconciliable el trato entre “ellos” y “nosotros”.

En consecuencia, convoca a una regeneración de la vida pública. Llama repetidamente al linchamiento del adversario y al encumbramiento del pueblo que siempre es bueno y sabio.

La regeneración requiere extirpar todo lo que distorsione la voluntad del pueblo. De este modo, privilegia la consulta directa al pueblo y exalta las votaciones a mano alzada en sus mítines, esto es, todas las expresiones espontáneas e inmediatas, donde nada se interponga entre él y el pueblo.

Tal democracia inmediata no necesita de partidos políticos que funcionen democráticamente ; sino que convoca a una adhesión a la oferta política definida por el presidente quien, según él, interpreta fielmente el sentir del pueblo.

Hablar de democracia interna es hablar de la existencia de corrientes y debates sobre proyectos y estrategias. Los partidos funcionan así. Al contrario, los movimientos son un conjunto aglutinado alrededor del líder que siempre lo sigue. El movimiento está en concordancia con las “benditas” redes sociales, en las que se identifica la categoría de followers para calificar el tipo de relación entre los individuos y el líder.

La narrativa de la cuarta transformación parte de un hecho fundamental: la pérdida de representatividad de los órganos intermedios, partidos, diputados, senadores y, en general, la clase política. Su propuesta es “al diablo con sus instituciones” y sustituyámosles con un hombre bueno que se comunica directamente con el pueblo, que lo reconoce como “sabio” y que lo representa cabalmente. Ese hombre no necesita intermediarios, sospecha de ellos.

El pueblo mexicano se articula en torno a un significante poderoso: Andrés Manuel López Obrador. Ese significante no comparte con nada ni nadie su relación con el pueblo. Subrayo, con nada ni nadie. Él hace presente al pueblo, le da forma y rostro.

El presidente no quiere que un partido le articule la relación con el pueblo, sería compartir poder, depender de otro y deslucir su fuerza personal.

El presidente no quiere que un partido le organice el voto de su pueblo. Ya probó en 2018 que su poder personal solo requiere el complemento de una estructura más íntimamente ligada a él, unos operadores cercanos y los servidores de la nación.

El presidente no quiere que un partido le dé ideas de nación y propuestas de gobierno. Eso lo hace él personalmente, nunca les ha preguntado, no tiene órgano de deliberación teórica ni siquiera buzón de sugerencias. No hay diálogo teórico en Morena sino solo una vía unidireccional, de arriba hacia abajo, el Instituto de Formación y Capacitación Política, donde se va a escuchar y a preguntar pero no a decidir.

El presidente no quiere tener un partido gobernante democrático, enlazado con el pueblo, pensante, integrado por múltiples personalidades políticas con fuerza propia.

Andrés Manuel López Obrador es un político que sabe darle a la política una gran importancia y ha definido claramente el papel de Morena y de los demás partidos. Es un profesional y es un experto, no deja cabos sueltos ni es descuidado con los elementos fundamentales del ejercicio del poder.

El presidente ha establecido un subsistema de seis partidos dentro de los cuales puede distribuir a los grupos, personajes y cargos de representación popular y hacia cuyos membretes en la boleta electoral pueda dirigir el apoyo popular que él genera.

La distribución del poder la hace él en una mesa donde los demás son muy pequeños para rezongar, llámense Mario o Porfirio.

Andrés Manuel López Obrador sabe bien que la oposición a las figuras fuertes como la suya siempre surgen de líderes que crecen dentro y forman disidencias internas , o bien, de gobernadores estatales.

Todo le está saliendo como lo quiere.

Columna publicada el 18 de octubre de 2020 en la edición 925 del semanario Ríodoce.

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