Cienfuegos: el Ejército y México al banquillo

LA TROPA. Traicionada por el mando.

Es imposible no escribir sobre el general Cienfuegos. La penúltima vez que supe de él vino a Culiacán. Habían matado a cinco soldados cuando trasladaban a un sicario que ellos mismos habían herido en la sierra de Badiraguato y lo traían a Culiacán, en calidad de detenido, claro, pero herido, en un gesto de probada y cara humanidad.

Fueron masacrados. Decenas de sicarios esperaron al convoy en la entrada norte de Culiacán y los hicieron pedazos. Rescataron al herido, un tal Kevin (Julio César Ortiz), y se lo llevaron. Cinco muertos, diez heridos y dos camionetas militares totalmente consumidas por el fuego.

Entonces vino el secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, y hasta se miraba contrariado y dolorido cuando dijo que los responsables eran los Chapitos y que irían por ellos.

Nunca más se supo del General. Los Chapitos, por su parte,  hicieron pública una carta en donde se deslindaron del ataque. Como secuela criminal, los policías municipales que ese día habían asistido a la zona del ataque para apoyar a los soldados, fueron asesinados uno a uno. Igual algunos jefes de células que participaron en el ataque fueron muertos en diversos hechos, dos de ellos, los más notables, Francisco Javier Zazueta, el Chimal, y Luis Alfonso Murillo Acosta, el Güero Ranas… Jesús René Rodríguez Dueñas, el Rino, fue aprehendido por la FGR en 2017 y enfermó de Covid-19 estando en prisión. Murió hospitalizado a inicios de septiembre pasado.

Pero no hubo una pesquisa legal que pueda considerarse loable. Esa masacre, en términos de la ley, quedó impune. El comandante en jefe de las fuerzas armadas era Enrique Peña Nieto y ya nos podemos imaginar, entonces, porqué a la Justicia no le interesó investigar y castigar a los responsables de esa masacre, de esa humillación, de ese agravio. Pinche figurín.

Pero ¿y el jefe de la Defensa?

Optaron por la otra vía: ubicaron a los cabecillas  de la operación y los “pidieron”. Y se los dieron. Y los fueron matando. Pero justicia no hubo. ¿Y los autores intelectuales? Bien, gracias (ya tendrían algún jueves para reaparecer).

Esa es la historia de este país. En este mismo número de Ríodoce hay notas relacionadas con el llamado Culiacanazo. Una de ellas es la de dos trabajadores de una carpintería que murieron en el “fuego cruzado”. Es muy cómodo para muchos, sobre todo para las autoridades, decir “fuego cruzado” porque entonces no hay nada que investigar. Son “daños colaterales”. Y qué bueno porque investigar es una güeva. “Fuego cruzado” significa desvanecer un hecho, perderlo en la generalidad y, al final de cuentas, dejarlo impune.

La cuestión es que, cuando uno se acerca al hecho, caminando, tocando puertas, con testimonios y evidencias, resulta que esa abstracción llamada “fuego cruzado” va tomando forma, tiempo, ritmo (con un poco de imaginación hasta puedes oler la pólvora)… y entonces puede resultar que aquello que parecía el efecto natural de una “guerra”, así haya durado cuatro horas, es en realidad un crimen. Pero resulta que esos crímenes siempre se han cometido en este país. Y jamás, en las contadas veces en que han sido juzgados, si acaso toca a un mando medio pero nunca a un general –con excepción de los generales involucrados en el llamado Maxiproceso, relacionado con la guerra sucia. Es culpable, siempre, el que jala el gatillo, pero nunca hay una responsabilidad más allá de él.

Por eso es importante la aprehensión del general Cienfuegos, porque entonces vamos a hablar de esa dimensión del problema del narcotráfico que pocas veces se ha tocado en México. Ya no de los que masacraron a las maestras en la Joya de Los Martínez, Badiraguato, y que fueron juzgados; o a los que dispararon contra los jóvenes cuando bajaban de Santiago de los Caballeros. O a los que masacraron a 22 en Tlatlaya… Vamos a hablar ahora de cómo desde lo más alto del poder de un Estado se administra uno de los negocios más lucrativos, ilegales y sangrientos del mundo, y cuya cuota en México hemos estado pagando extraordinariamente cara desde hace décadas.

 

Bola y cadena

NO HAY QUE DESLIGAR EL JUICIO que se le sigue en los Estados Unidos al ex fiscal de Nayarit, Edgar Veytia, justamente acusado de lo mismo que al general Cienfuegos. Ni que haya sido Nayarit el centro de operaciones del H2, abatido por la Armada desde helicópteros artillados en febrero de 2017. Ni hay que perder de vista que el año próximo habrá elecciones para gobernador en esa entidad y que más de alguno de los pretensos puede resultar involucrado en esta narcohistoria.

Sentido contrario

ESTA SEGUNDA OLA DE PRIISTAS llegados al poder resultaron menos inteligentes—o más codiciosos—que los que venían o se decían venir de la escuela de la Revolución Mexicana. Matan, roban, trafican, corrompen… y se pasean por el mundo como si no debieran nada. Por eso pienso que Manuel Bartlett y Manlio Fabio Beltrones resultaron más vivos. Saben que tienen acusaciones guardadas en las cortes gringas y por eso ni la lucha le hacen para conseguir la visa.

Humo negro

Y QUE SIRVA DE DATO PARA los que vienen o pretenden en Sinaloa. Los tiempos han cambiado y cada paso que den deben calcularlo muy bien. Nadie ignora el interés que tienen los grupos del narco en apoyar candidatos. Lo han hecho siempre y cada vez con mayor descaro. Hay algunos pretensos que parece están jugando como si las reglas no hubieran cambiado. Y pueden equivocarse.

Columna publicada el 18 de octubre de 2020 en la edición 925 del semanario Ríodoce.

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