Covid-19: la puerta de la vida y la muerte en el IMSS de Culiacán

enfermeros

Es la puerta de la vida y la muerte. Por ahí salen los pacientes que vencieron al Covid-19 y también los que fallecieron. Ambos dejan el Hospital Regional número 1 del IMSS por el mismo pasillo. Ahí afuera hay risas y llantos de alegría y también llantos y gritos de dolor. Todo el día es una mezcla de emociones y sentimientos.

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Enfrente están los familiares de los pacientes internados por coronavirus. Voltean una y otra vez hacia esa puerta. Como puede salir una trabajadora social o médico a notificar que su pariente será dado de alta, también puede salir a decir que falleció; o sale un camillero con un cadáver en una bolsa hermética o en un cunero cubierto con una cobija; o sale un paciente recuperado.

La entrada del área de atención a pacientes Covid-19 está ubicada por un costado del edificio donde se encuentra urgencias.

Para los familiares habilitaron una cancha de basquetbol como sala de espera. Pusieron una carpa que cubre toda el área de juego, sillas, abanicos industriales, lavamanos y dispensadores de gel antibacterial. Área Temporal de Atención Familiar, le llama el IMSS.

Donde termina la cancha hay un barandal, luego un pequeño jardín, después una calle para un vehículo y del otro lado el hospital y la puerta del área de pacientes Covid. A unos cinco metros hacia la izquierda, está la morgue.

Por esa puerta del hospital es por donde siempre han sacado los cadáveres. El camillero sale a la calle, vira hacia su derecha, avanza unos metros, luego entra a la morgue y regresa al hospital con la camilla vacía. Siempre ha sido así, solo que nunca hay personas en esa zona.

Hoy los familiares de los pacientes Covid-19 ven esa escena todo el día, todos los días.

Debajo de la carpa, esperan impacientes y angustiados. No pueden ver a sus familiares y solo una vez al día les dan información. Hay quien lleva apenas tres días aquí y hay quien tiene dos meses.

FAMILIARES COVID. Que no muera la esperanza.

Aquí duermen y aquí comen señoras que llevan más de una semana sin ir a sus casas. Se bañan y lavan su ropa en un albergue que está afuera de la clínica. Por la cancha se pueden ver bolsas con ropa, cobijas, colchonetas, tuppers con comida, botellas de refresco y agua y hasta un camastro.

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En la noche ponen cobijas en el piso y se acuestan a dormir o por lo menos a intentarlo porque dicen que la angustia no los deja. Están todo el día preocupados por su familiar. Si tener a un enfermo internado es preocupante, dicen, tener a uno con Covid-19 es peor porque no lo pueden ver, no pueden hablar con él, no lo pueden acompañar. Se conforman solo con ver la puerta y el largo pasillo por el que van y vienen hombres y mujeres con overoles blancos o batas azules, guantes, cubrebocas, gafas y caretas.

De vez en cuando sale personal del hospital y gritan nombres de pacientes empezando por los apellidos. Todos guardan silencio y ponen atención. Dejan los celulares y apagan los abanicos para escuchar bien. Los familiares de los que nombraron se levantan y se dirigen hacia la persona que los llama. Es para decirles que su pariente necesita algo que puede ser unas chanclas o papel higiénico o que se le acabó el agua. Entonces tienen que ir a comprar botellas con agua o un paquete de papel, ponerlos en una bolsa de plástico con nombre y número de cama y entregarla en vigilancia.

A veces salen a buscar a los familiares solo de un paciente y eso no es nada bueno. Cuando nada más dan un nombre lo más probable es que sea para avisar que falleció. Eso sí les avisan en persona, porque a algunos les hablan al celular y así les dan la noticia.

Hoy apenas son pasadas las 10:00 de la mañana. En la puerta se para un camillero empujando un cunero cubierto con una cobija rosa. Entrega un papel a los vigilantes, saca el cunero del edificio y lo vuelve a meter. Se pone de espaldas hacia el exterior y cuando se voltea trae en sus manos el cuerpecito de una o un bebé envuelto en la cobija. Lo lleva a la morgue.

Enfrente los familiares de los pacientes solo observan y siguen con la mirada al camillero cargando con sus dos manos el cuerpo.

Unos 20 minutos después, aparece otro camillero en la puerta. Éste trae una camilla de adulto con un cadáver en una bolsa hermética. Más tarde, sacan el cuerpo de otro adulto. Luego otro bebé cubierto con una cobija blanca.

En menos de tres horas frente a los familiares de los pacientes pasaron cuatro cadáveres. Todavía no es ni la una de la tarde. Pero no se sabe si murieron de Covid porque por aquí sacan todos los cuerpos.

Cada que pasan con un cuerpo los familiares de los internados se levantan de la silla o alzan el cuello para ver y viene la angustia de pensar que puede ser su pariente. Con cada cadáver es lo mismo. Hay quienes prefieren ya no voltear.

CLÍNICA 35. Dolor y muerte.

Conforme se acerca la una de la tarde, empiezan a llegar más personas. A la una con treinta es cuando salen los médicos a dar informes sobre el estado de los pacientes y deben estar ahí a tiempo porque es la única ocasión. Si no están, tendrán que esperar hasta el día siguiente a la misma hora.

Los doctores empiezan a llegar y con ellos agentes de la Guardia Nacional. Se paran debajo de una carpa y el guardia junto a ellos, según los familiares, por sí alguien se pone violento.

En la carpa se escucha de todo. Los familiares llegan con la esperanza de escuchar que hubo alguna mejoría, pero aquí se puede escuchar cualquier cosa, noticias buenas o pésimas. A una mujer le dicen que a su pariente le retiraron el oxígeno, ha estado mejorando y podría ser dado de alta en los próximos días; a una señora que la condición pulmonar de su mamá está empeorando y está desesperada porque no ve a su familia y por estar sola, se agita demasiado por la desesperación, se quiere levantar de la cama y le tuvieron que poner medicamento para calmarla.

A un señor una médico le da un informe nada consolador sobre su esposa: “sigue muy delicada y muy grave, el respirador nos ayuda a meter oxigeno pero el pulmón está muy dañado, ¿es hipertensa verdad?, por eso se le complica, se le dañó el pulmón pero se le puede dañar el hígado u otro órgano”.

A dos mujeres les llega un diagnóstico esperanzador pero también preocupante. A su familiar ya le suspendieron el antibiótico, no tiene temperatura, ya se sienta a comer, aunque está muy débil mueve los muslos y los brazos pero cuando salga no podrá volver trabajar porque quedará con daño pulmonar y no podrá oxigenar normal.

A otra persona le dicen que a su familiar la tuvieron que intubar y está en coma inducido para que no sienta nada.

Cuando los médicos terminan muchas personas se retiran y los que duermen ahí vuelven a sus sillas.

A la puerta llega una ambulancia del IMSS y bajan una camilla vacía, la meten al hospital y al rato sale con un paciente. Minutos después llega otra y pasa lo mismo, se llevan a otro enfermo.

Abajo de la carpa comentan que “dicen” que anoche hicieron un reacomodo de pacientes, porque “dicen” que a los que están mejorando los van a mover al área Covid improvisada, también “dicen” que a unos ya los movieron anoche.

Cuando se habla de lo que ocurre dentro del hospital es “dicen”, porque nadie tiene certeza de nada, nadie sabe realmente lo que pasa allá adentro.

Los familiares se asoman para ver si es su pariente el paciente que están sacando pero parece que no eran de ninguno de los que estaban ahí porque nadie se acercó hasta la ambulancia. Todos se vuelven a sentar, a seguir esperando cansados y angustiados debajo de la carpa que a ratos sofoca. Para distraerse, una señora busca palabras en un libro de sopa de letras, otra borda una servilleta, otra lee una biblia de bolsillo y los demás agarran los celulares o platican con personas que conocieron ahí, pero siempre atentos a la puerta. Voltean cada vez que hay movimiento. Todo el día voltean hacia ella con la esperanza de que un día, por ahí, su familiar salga recuperado de Covid-19.

Artículo publicado el 14 de junio de 2020 en la edición 907 del semanario Ríodoce.

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