El carnaval del subsuelo

rechifla-carnaval de mazatlan

La edición del Carnaval Mazatlán 2020 pasará a la historia no por el oropel del fasto, tampoco por las comparsas que han estado al punto o por la belleza inocultable de sus reinas y princesas; menos todavía por las interpretaciones mágicas de la OSLA o el acompañamiento y las luces de las estrellas del espectáculo. Quizá, sí, un poco o mucho, por un puñado de drones, capaces de dibujar figuras de la mitología griega y el ¡ohhhh! infinito que el pueblo lanzó al ver la figura de Poseidón en medio de la bruma marina nocturna.

Lea: El año que nos robaron a la reina del carnaval https://bit.ly/39hyarp

Pasará a la historia más bien por lo intrépidamente vulgar, el reclamo altisonante del anonimato. Ese que en estas circunstancias hace valer su inconformidad. Su molestia ante lo cotidiano. Lo de todos los días. La falta de atención ante lo básico. Seguridad en el barrio, recolección de basura, represión al ambulantaje, prepotencia como forma de relación política en el poder político y los ciudadanos. Se escuchó altisonante en el estadio de beisbol convertido en escenario de coronación de la reina y volvió a manifestarse en la calle con un sonoro y grosero ¡Viejo …! ante la complacencia de una masa dispuesta a festejar hasta lo impúdico.

Quizá nunca visto en los más de 100 años de carnavales sinaloenses. Y es que el carnaval es catarsis colectiva. Es sacar a pasear lo más recóndito de las entrañas y humores privados. Minimizar el poder a su más violenta expresión. Hacerlo sentir la igualdad a golpe de gritos y murmullos. Que la igualdad exista al menos por un momento. El momento estelar de la masa anónima. Esa que expresa violentamente sus rencores e insatisfacciones. A sabiendas que no pasará nada con ese grito destemplado, perdido entre la muchedumbre invitada para presenciar y escuchar a sus ídolos de la televisión y las redes sociales.

Muy a pesar del malestar que debe sentir el destinatario que en lo más recóndito y sonriente a fuerza se preguntará: ¿Qué he hecho mal? ¿dónde me he equivocado? ¿qué hacer para revertir esa tendencia que se antoja irreversible mientras exista un público insatisfecho? Y es que duele más cuando en un ejercicio de comparación espontanea, el gobernador ganó aplausos y sonrisas mientras el alcalde recogía masivamente denuestos, improperios, groserías.

El problema de cuando ocurren este tipo de expresiones no parece tener vuelta. Se repetirá una y otra vez con la misma o mayor intensidad e insolencia. Más temprano que tarde. Están en el ADN de una psicología frustrada e insatisfecha. Y duele más cuando las ambiciones políticas están como en el Bolero de Ravel in crescendo rompiendo la armonía de un gobierno que provocó grandes expectativas de justicia social. Y en el camino resultó que era una quimera. Insulsa como un árbol de manzanas que termina ofreciendo cacahuates.

Que no correspondió con las expectativas depositadas en la urna de los votos. Y que para muchos es y seguirá siendo más de lo mismo. Que no hay distingo entre los anagramas de partidos o coaliciones electorales. Y al final se imponen los valores personales, y si no los hay, pues son los antivalores de las frustraciones que se arrastran a lo largo de la vida.

Por eso el pasmo. El sentido inequívoco de la perdida y el fracaso. El final de una carrera que pudo ser la antítesis de lo que se criticaba como oposición. Aquello que se cuestionaba por la escasa ética en la gestión pública. Y que los nuevos estaban destinados a sepultar lo viejo para que de ahí surja algo mejor. El cambio de valores en la política.

Pero, aquello, no ha sucedido porque al final esos valores se comparten independientemente de las filiaciones políticas pues es la cultura misma. Aquella de que todos llevamos un priista dentro. No obstante, exista la adhesión a un programa, a un líder como es López Obrador, a una política esperanzadora. Vamos, un proyecto alternativo de nación. La panacea a todos nuestros males heredados de los anteriores gobiernos, los del llamado “periodo neoliberal”.

Aquellos moralmente inaceptables por impuros, nada dignos para una nueva forma de hacer política. Y, entonces viene la rechifla, el abucheo masivo, lo que lleva a preguntar nuevamente ¿qué hicimos mal? Por qué ese trato cuando hemos hecho el mejor de los carnavales en mucho tiempo. El más largo. El más vistoso. Al que no le regateamos ningún gasto por grande que fuera el desembolso. Y la rechifla sigue estando en el inconsciente como un martilleo que lleva a decir en el inconsciente ¡Qué se chinguen!

PD. En mi anterior colaboración “El año que nos robaron a la reina del Carnaval” hay un error significativo en cuanto a las fechas del suceso. Esta efectivamente desapareció, pero no en el momento preciso del Carnaval, sino meses después de la fiesta. Extiendo una disculpa a los lectores de Ríodoce y mi agradecimiento a quienes me hicieron ver el yerro.

Artículo publicado el 1 de marzo de 2020 en la edición 892 del semanario Ríodoce. 

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