Max Ruiz

Max Ruiz

A Max lo conocí en 1992 cuando en el Consejo Estatal Electoral (CEE) intentaron quitar mañosamente la diputación a Raúl Elenes, cuando iba como suplente de Gerardo Rosete en la lista de representación proporcional (RP) quien insólitamente ganó el escaño de mayoría y entonces ante la ausencia de un titular de RP, correspondía a su suplente.

Yo era miembro del CEE y me opuse a que sucediera ese atraco a la legalidad del órgano que presidía Rigoberto Ocampo y Raúl me invitó a conversar sobre el tema en el desaparecido restaurante Shrimp Bucket, donde aquella mañana veraniega estaba Max y recomendé a Elenes que se fuera al Tribunal Estatal Electoral (TEE) a reclamar su derecho, lo cual hizo y se impuso la razón jurídica y formó parte de aquella legislatura.

Años más tarde encontré a Max con mis amigos Elio y Mahatma Millán, en aquellas grabaciones de interés político y social que subían a las redes sociales en un acto de educación política. Creo que Max, además de participar en las mesas de análisis ayudaba también en la producción de los programas, recuerdo haber visto uno hecho especialmente para él, sobre la región de las piedras labradas de las playas de San Ignacio, donde con mucha desenvoltura y conocimiento explicó su origen, naturaleza y los signos inscritos en esas rocas milenarias.

Era un hombre culto sin duda, de esos que van por la vida discretamente sin buscar los reflectores. Cuando aparece el proyecto de Morena se afilia inmediatamente y hace par con Luis Guillermo Benítez el Químico, con quien trabaja duro para aportar y lograr el registro que exigía obtener el 3 por ciento de la votación emitida y así lograr el registro definitivo como partido político nacional, lo que logró con creces.

Alguna vez conversando con Max sobre su militancia me confió que antes de Morena nunca había militado en un partido político y que lo había hecho en reconocimiento a la tarea titánica de Andrés Manuel, dejando muchas muestras de que lo hizo con mucha entrega y pasión.

Se entregó en todas sus tareas en cuerpo y alma al lado de su compañera Lorena Tamayo, llegando a ser unas de las caras más visibles en el sur de Sinaloa y contribuyeron enormemente en el posicionamiento de la marca Morena.

Cuando gana la elección como diputado federal le hablé para felicitarlo y conversar sobre los primeros traspiés del gobierno de su compañero Luis Guillermo, nos citamos una noche en La Fonda del Chalío, ubicada en Olas Altas, cuándo llegue estaba con su esposa y otras personas, me pidió que nos sentáramos en otra mesa y así lo hicimos.

Luego del refrendo de las felicitaciones, me di cuenta su gran lealtad al Químico Benítez, pero eso no significaba sumisión, en esa charla nocturna expuso un punto de vista muy crítico sobre el actuar de su amigo y correligionario, al que no entendía en su manera de ganarse animadversiones innecesarias y los daños que ocasionaba al proyecto de Morena.

Nunca lo hizo público, ni yo lo había comentado, pero ahora que ha fallecido es justo decirlo para tener una visión más exacta de nuestro personaje que muchos que los acompañaron en la construcción de Morena lo sentían acrítico con el Químico.

Supongo que aquella visión de principios de este año fue creciendo conforme transcurrieron los excesos y desaciertos frecuentes del alcalde porteño y los efectos que tiene sobre el proyecto convertido en Morena.

Max era de la idea de que cada uno de los morenistas debe responder en su ámbito de acción, así lo dijo en una ocasión que critiqué en redes el silencio de los diputados federales de Mazatlán sobre lo que estaba ocurriendo en el puerto.

Incluso, aquello coincidió con la marisquiza fallida que el Químico junto con restauranteros del puerto, llevó en las instalaciones de la Cámara de Diputados, alguien preguntó en Facebook dónde estaban los diputados federales del sur yo respondí con enfado que seguramente no opinaban sobre Mazatlán porque estaban ocupados preparando el ceviche que se ofrecería a los comensales.

Max inmediatamente respondió molesto, pero con corrección, diciéndome que era una falta de respeto y que si no opinaba era porque no era su ámbito de actuación, que eran asuntos del Químico. Olegaria también me contestó pidiéndome encontrarnos en una próxima visita al puerto. Nunca se realizó el encuentro, aunque ella ha roto y criticado severamente al Químico.

Max ya no está entre nosotros, pero sí su obra humana y política que pudo haberlo llevado a la alcaldía, se va un buen hombre que al final de su vida decidió dar el paso a favor de los cambios que se están dando en el país y puso su grano de arena para las siguientes generaciones.

Que en paz descanse, un abrazo para su familia y sus compañeros.

Artículo publicado el 8 de diciembre de 2019 en la edición 880 del semanario Ríodoce.

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