En Culiacán le robaron los dulces a la DEA

DEA y delegacion Alabama1

Eran las 18:22 cuando varias camionetas se estacionaron en una esquina. Se bajaron cuatro hombres armados con fusiles. Todos jóvenes, salvo por los chalecos antibalas y los fusiles, parecían vestidos para una tardeada en ese barrio, la colonia Chapultepec, la primera que se formó de aquel lado del Río Tamazula, símbolo y orgullo de la burguesía culichi en otros tiempos y, de 15 años acá, recinto de narcotraficantes de nuevo cuño.

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A unas cuadras de la zona más caliente ese jueves aciago, no se percibían en alerta, sino festejando. Llegó otra camioneta y se estacionó adelante de la primera, se bajaron otros tres o cuatro y cruzaron saludos de júbilo, chocadas de mano. Llegó otra y lo mismo. Festejaban. Para esa hora, los disparos al aire y los enfrentamientos habían mermado. Hacían ya tres horas y media que había empezado el hostigamiento de los Chapitos a las fuerzas federales para que liberaran a Ovidio Guzmán López, detenido en su casa, en el Desarrollo Urbano Tres Ríos.

La imagen indicaba que estaban llegando o habían llegado a un arreglo. Para esa hora al menos tres decenas de militares habían sido tomadas como rehenes para un intercambio. Había amenazas de atacar a las familias de los soldados que viven en la Unidad Habitacional ubicada en la colonia 21 de Marzo, en el sur de la ciudad. Los pistoleros se habían apoderado de aparatos de comunicación del Ejército Mexicano y enviaban mensajes amenazantes, emplazamientos. Parecían dispuestos a todo. De Durango y Sanalona, de Badiraguato y Mocorito, de Los Mochis y Guamúchil, de Villa Unión, Mazatlán, Eldorado, Navolato… de todas partes, grupos de hombres armados se dirigían a Culiacán. La orden era sitiarla.

No es ocioso preguntarnos qué hubiera pasado si el gobierno no devuelve al hijo del Chapo Guzmán. Me quedo con el testimonio de una señora empleada de una farmacia ubicada en el oriente de la ciudad: “Hubiéramos muerto muchos”.

No es verdad que Culiacán regresó a la normalidad. Así quieren verlo el alcalde y el gobernador. Si el estadio Ángel Flores se llena al día siguiente no significa que ya todo pasó. Habrá siempre un antes y un después de ese jueves. “La vida sigue”, le escuché decir al gobernador. Sí, la vida sigue, pero no igual. La sociedad quedó secuestrada de antemano y está inerme. Ya no sabemos si ésta será la forma de reaccionar de los grupos criminales cada vez que sientan amenazado su imperio. Y menos sabemos qué hará el gobierno federal de aquí en adelante. El gabinete de seguridad es un caos, la información que ha estado dando es contradictoria y mentirosa. También para el gobierno hay un antes y un después del 17 de octubre en Culiacán.

Hay algo más que quedó en evidencia esa tarde y es la torpeza del gobierno estatal, su ingenuidad y su falta de perspectiva histórica. Semanas antes de estos hechos habían visitado la entidad dos delegaciones de los Estados Unidos: una venía de los estados de Alabama y Nueva Orleans y estaban conformadas por fiscales y agentes antidrogas, las dos delegaciones organizadas por personal de la DEA. La otra delegación fue propiamente de la DEA, encabezada por su director interino Uttam Dhillon, y lo acompañaba personal de la embajada de los Estados Unidos en México.

El gobierno quiso disfrazar estas visitas pero no había forma de hacerlo. Dijeron hasta que les habían mostrado a los visitantes las bondades gastronómicas de Culiacán. En realidad vinieron porque quieren —y así lo dijeron a su regreso a su país en una conferencia de prensa— descabezar al Cártel de Sinaloa. Y el gobierno estatal les puso la alfombra. Si la pretendida aprehensión de Ovidio Guzmán tuvo o no que ver con estas visitas, eso no lo sabemos pero, en todo caso, el gobierno federal debiera aclarar si ellos le pidieron al de Sinaloa que actuara como anfitrión a esas delegaciones.

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Pudo ser así, porque según contaron los propios gringos, durante su primer día en México estuvieron en reuniones de alto nivel con el gobierno mexicano y el segundo fue su visita a Sinaloa, donde hicieron un recorrido por narcolaboratorios que previamente habían sido desmantelados.

Bola y cadena

Y ENTONCES, AL FRACASO DEL OPERATIVO, a la contradicciones en que han caído al tratar de responder las preguntas al respecto, a la mentiras evidentes que nos han dicho, habría que agregar la gran irresponsabilidad de enviar al mismísimo director de la DEA a Sinaloa para “supervisar” lo que se está haciendo aquí en materia de lucha contra el Cártel de Sinaloa. ¿No conocen la historia del narcotráfico? ¿No sabían el riesgo en que ponían al gobierno estatal? ¿Por qué no vinieron a esa misión los integrantes del gabinete de seguridad, Alfonso Durazo, el secretario de la Defensa y el de la Marina?

Sentido contrario

DURANTE ESTA SEMANA QUE PASÓ circularon versiones que hablaban de un gran descontento entre los generales del Ejército Mexicano, que se deslindarían de los hechos de Culiacán y que exigirían un cambio en la política antidrogas de la Cuarta Transformación. Pero todo fue jarabe de pico.

Humo negro

ALGO PASA EN EL MUNDO QUE LA GENTE está tomando las calles; protesta si no está conforme con una elección, si suben el precio de la gasolina, si aumentan el precio del boleto del Metro, si crean un nuevo impuesto, contra la violencia. Protestan contra una ley de extradición, como en China. Protestan contra gobiernos de izquierda y de derecha, sin distinción. En Chile nunca, ni contra la dictadura de Augusto Pinochet hubo protestas tan numerosas como la manifestación que se llevó a cabo el pasado viernes y a donde asistieron, según diversos cálculos, más de un millón de chilenos. En muchos de estos países la protesta empieza por un asunto específico y la gente termina pidiendo el fin de un régimen. Un buen tema para los politólogos.

Columna publicada el 27 de octubre de 2019 en la edición 874 del semanario Ríodoce.

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