Sociedades solidarias (2)

ronda de todos loss jueves de lass madres de plaza de mayo en homenaje a sus hijos desaparecidos en la dictadura militar proceso

Llegué a Buenos Aires a mediados de octubre de 1986, los árboles de sus grandes avenidas empezaban a pintarse de verde y me instalé en un departamento de la avenida Corrientes, muy cerca del cementerio de Chacarita donde reposan los restos de Carlos Gardel, uno de los padres del tango.

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Había recibido una beca de la OEA para estudiar durante dos meses políticas públicas junto con colegas de una docena de países de América latina. Nunca había estado en la Argentina y la conocía por algunos de sus hijos que habían estado exiliados en México y con algunos de ellos forjé amistad que perdura.

Cuando los militares habían regresado a los cuarteles después de los años de la “guerra sucia” y estaba el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical, se respiraba un ambiente favorable para las libertades públicas y había manifestaciones en pro de los desaparecidos políticos que alcanzaban un aproximado de 30 mil personas. La mayoría de ellos habían sido detenidos y llevados a los cuarteles militares donde la tortura y el asesinato había alcanzado niveles insospechados.

En esos días cayó en mis manos el libro de Ernesto Sábato que lleva por título ¡Nunca más!, también conocido como Informe Sábato, donde miles de sobrevivientes de la “guerra sucia” habían dejado su testimonio, drama e impotencia.

Alfonsín había pactado con los militares el restablecimiento democrático y abrogado la llamada Ley del Punto Final, que llevaba la máxima de la “obediencia debida”, que no era otra cosa que si los militares habían torturado y asesinado era porque obedecían a sus superiores.

Y si era así no había culpable porque era un tema de seguridad nacional. Con el tiempo esa ley fue derogada y los militares fueron llevados a la justicia argentina y hoy todavía algunos purgan largas condenas y otros han muerto en cautiverio.

Bien, para que eso sucediera, fue necesaria una fuerza social que sentara en el banquillo a los torturadores y asesinos con placa. Y las manifestaciones eran múltiples como sucede en una sociedad participativa, agraviada, con sed de justicia, como es la hiperactiva Argentina.

Un jueves, una compañera del curso me invitó a la Plaza de Mayo, que se encuentra frente a la Casa Rosada. Al llegar a la Plaza me llamó la atención la multitud que estaba ahí. Era jueves, mediodía, un día laborable. Nos acercamos a la multitud y me sorprendió que la gente caminaba silenciosa en círculo. Destacaba entre la muchedumbre un grupo de mujeres mayores con pañoleta blanca. Le pregunte a la compañera argentina cual era el sentido de esa protesta.

Me dijo que esas mujeres mayores eran madres de desaparecidos y caminaban en círculo porque de esa manera representaban un performance por la tortura que les habían infringido a sus hijos. Se les ponía a caminar día y noche en pequeños espacios hasta que la gente caía por cansancio, hambre o sed. O todo a la vez. Nos integramos al grupo y caminamos con ellos. La gente salía y se incorporaban constantemente como nuevos solidarios. Me retiré y volví por la noche. La caminata continuaba. Y así hasta cumplir 24 horas. No había proclamas, ni discursos, ni emblemas, a lo sumo velas y antorchas luminosas.

Las Madres de la Plaza de Mayo son un ejemplo de resistencia contra el crimen de Estado y el olvido. Han sido una pieza clave para que los militares asesinos hayan sido llevados ante la justicia, como también para la recuperación de niños (o adultos, hoy) que fueron separados de sus padres en cautiverio y en la maldad sin límite los militares habían asumido como propios y en general, para el restablecimiento democrático.

Mientras estuve en Buenos Aires no dejé de ir cada jueves a la Plaza de Mayo para caminar con las madres. También me encontré con mi amigo argentino Gabriel Mateu que tiene un hermano desaparecido y qué vivió el exilio en Suecia y México. Me invitó a su casa donde conocí a su madre que era una de las “locas de la Plaza de Mayo”, este mote se lo había puesto la derecha para desacreditar infructuosamente el movimiento de las Madres.

Esa noche, la madre de Gabriel ya fallecida, entre humo de cigarrillos, viandas y vino, hablamos del valor de estas luchas que empiezan insignificantes, con muchos titubeos y una gran incertidumbre, pero terminan siendo un baluarte de la salvaguarda de derechos humanos, una reserva moral que las ha llevado a ser consideradas para el premio Nobel de la Paz.

Cuando regresé a México en diciembre de aquel año, me traje en mi mente la belleza de Buenos Aires, pero también el brío de estas grandes mujeres que siguen caminando los jueves por aquella o nuevas causas.

Algo podemos aprender de esa experiencia dolorosa que dicho de paso tiene un memorial frente al Río de la Plata y como se lo escuché hace poco a una argentina, guarda muchos secretos por aquello de los llamados vuelos de la muerte.

Artículo publicado el 22 de septiembre de 2019 en la edición 869 del semanario Ríodoce.

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