Nuestra Señora y ‘Chucho el Roto’

NOTRE DAME. La atención del mundo.

Los vientos de cuaresma no apaciguaron el ruido ensordecedor que acapara la escena pública en México. La atención mediática al vituperio y la ocurrencia del día del Presidente López Obrador no tiene rival con nada ni nadie, además le sobran contendientes para cada tema, y si no él mismo los sube al ring de la discusión eterna en que está convertido el país entero. Solo el incendio de la Catedral de Nuestra Señora en París, una de las peores tragedias al patrimonio de la humanidad en la época moderna, le arrebató las portadas principales al Presidente y su pleito del día, su diatriba de la semana.

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Los puntos de encuentro que deben existir en toda democracia funcional, donde el debate y la suma de fuerzas generan acuerdos, están borrados entre los personajes con poder e influencia en México. Hoy día la única coincidencia es que la opinión pública y la opinión publicada están contaminadas y polarizadas. En eso sí concuerdan los pocos que alcanzan a ver que el ruido y la ligereza de opinión se apoderan de todos los espacios.

Este es el mejor escenario para otros muchos personajes públicos, funcionarios, élites empresariales, caciques sindicales, poderos fácticos, gobernadores…porque la lupa está en otro lado, los faros apuntan excesivamente a un solo personaje, al Presidente, y el escrutinio público y periodístico no puede enfocarse en nadie más. Es condición del poder evitar en todo lo posible cualquier intento de transparencia.

Conformar los engranajes del sistema de transparencia fue tortuoso en México, llevó mucho tiempo y obligó a vencer pesadas resistencias. No estaba ni cerca de ser un sistema perfecto, pero era más-menos funcional. El actual escenario es propicio justo para lo contrario, para que la opacidad vuelva a ganar terreno. Es aquí cuando el resto de los personajes públicos, obligados a la rendición de cuentas, están en una cancha libre donde nadie les pone atención, porque toda está dedicada al Presidente y sus liviandades.

¿Dónde están ahora esas grandes operaciones de fiscalización a los poderes estatales o municipales? ¿O a las empresas paraestatales poderosas? ¿Quiénes están vigilando, desde los espacios ciudadanos, al aparato de procuración de justicia o las acciones policiacas y militares?

Con tanta centralización en este país, una de las respuestas debe partir desde lo local. Si en el centro solo les es posible verse el ombligo, debe existir quien entienda que las funciones vitales de un país están en otro lado, no en el ombligo.

No sería la primera vez que en un punto distinto al centro de México es de donde surge la sacudida para entendernos. Ocurrió en 1994 con el levantamiento zapatista, o antes con la Revolución Mexicana. Y recientemente con la ola de violencia que abarcó a todo el país, pero que desde el centro era imposible siquiera observarla, menos entenderla.

Margen de error
(Roto, rompido) En un capítulo aparte están las ocurrencias. Corren por una vía paralela a los pleitos verbales del Presidente. La más reciente ilustra las muchas otras que en los últimos meses se han presentado como políticas públicas: una oficina a la Chucho el roto para repartir rápidamente lo confiscado al narco o producto de la corrupción.

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La cabeza de la nota en el sitio sinembargo.mx, con tres palabras entre paréntesis redondea lo que sucede: (o algo así). Y sí, porque el Presidente López Obrador suele lanzar muchas ocurrencias de esta manera, se tienen que interpretar en el camino y completar en las discusiones del día.

Esto irrita a muchos que no son ni fifís ni chairos. ¿Quién pudiera estar en contra de que los bienes decomisados por acciones corruptas, sean entregados de manera expedita a organizaciones o civiles que los requieran en lugar de estar abandonados por años? Nadie. Pero actualmente hay un procedimiento para el aseguramiento de todos esos bienes, y lo mismo para que quienes se ostentan como propietarios pierdan el dominio de ellos, aun cuando estén siendo investigados por algún delito. Y ahí es cuando la ocurrencia del Presidente se derrumba, pierde sentido.

El Estado no es Chucho el Roto, no es un ladrón que roba a los ricos para darles a los pobres. El Presidente después agrega que basta de nombres tecnócratas a esos organismos e instituciones, que hasta en el lenguaje es fifí y no habla con claridad al pueblo. Otra vez vuelve a tropezar y pierde la brújula. Porque podrá nombra al Instituto Chucho el Roto, pero aun así parecerá que desvaría.

Mirilla
(Contracara) En tiempos de Enrique Peña Nieto, el que sería el gran retorno del PRI a Los Pinos, la estrategia era la contraria a la de López Obrador. La atención mediática tenía que estar en un lugar distinto al Presidente.

Es que el sexenio de Peña duró solo dos años, 2012-2014, cuando las grandes reformas estructurales tenían a Peña y su copete en las portadas de todos los medios internacionales. El Mexican moment, lo titulaban. Pero llegó Ayotzinapa y la Casa Blanca, y Enrique Peña se derrumbó como un castillo de naipes. Ahí giró la estrategia y la atención tenía que centrarse en los gobernadores corruptos. Entonces se abrieron procesos legales contra quienes antes fueron la nueva generación de priistas que los mantendría en el poder por otros 70 años.

Peña Nieto, Presidencia de la República, la élite en el poder, y el gran poder, intentaron deslindarse de la corrupción que era parte de sí mismos. Ya era imposible. Por más que abrieran fuego contra los Duarte —el de Veracruz y el de Chihuahua— o contra Padrés y Borge, estaban corroídos por la corrupción (PUNTO)

Columna publicada el 21 de abril de 2019 en la edición 847 del semanario Ríodoce.

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