Cine: Green Book: Una amistad sin fronteras

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Los premios para reconocer lo mejor del cine —y el quehacer en cualquier área— suelen ser cuestionados. Aunque deberían fundarse en la objetividad, es evidente que en numerosas ocasiones los resultados están basados más en el gusto e interés propio de quienes deciden a los nominados y ganadores; de ahí que muchas veces se cuelen en las listas actores y películas que para algunos no merecen ser galardonados.

Green Book: Una amistad sin fronteras (Green Book/EU/2018), dirigida por Peter Farrelly y escrita por él junto a Brian Hayes Currie y Nick Vallelonga, basados en la historia real de la amistad entre el pianista estadounidense Donald Walbridge Shirley y Tony “Lip” Vallelonga, es uno de esos casos en los que se le da mucha importancia —nominaciones al Oscar, Globos de Oro y los BAFTA, entre otros— a una cinta que no lo amerita tanto.

A inicios de la década de los sesenta, el extrovertido Tony Lip (Viggo Mortensen) se queda sin trabajo, por lo que busca otra fuente de ingresos para mantener a su esposa (Linda Cardellini) y sus dos hijos (Gavin Lyle Foley y Hudson Galloway). Gracias a su seguridad, intrepidez y audacia, le recomiendan emplearse como chofer de Don Shirley (Mahershala Ali). Aunque las condiciones no son de su completo agrado, Tony acepta la propuesta del refinado pianista, a quien acompaña en una gira por varias ciudades de Estados Unidos.

En apariencia, nada desagrada de Green Book. Su tema central es la amistad —Tony y Shirley conservaron esa relación toda su vida y, curiosamente, murieron el mismo año: 2013— que surge a partir de que los protagonistas encuentran un punto medio entre lo elegante, formal, delicado y fino, con lo tosco, rudo, ordinario y vulgar, en esos recorridos por la carretera que implica un crecimiento personal en Tony Lip y Don Shirley, por ese toque de road movie que tiene el filme —no solo se mueve el automóvil de un lado a otro, sino las emociones y sentimientos de los personajes. Pero no hay que dejarse engañar, simplemente se trata de complacer al espectador con un discurso que apela más a los estereotipos que a la creatividad.

La fortaleza del filme —sí, hay buena música y algunos paisajes son impresionantes— son las actuaciones de Viggo Mortensen y Mahershala Ali. Es muy divertido ver al primero como el impulsivo, sin modales, que no se detienen a reflexionar en las consecuencias de lo que dice y hace, y al segundo como el sofisticado, educado, que cuida cada detalle de lo que habla y de su comportamiento.

Si bien la película es divertida y no decepciona a la mayoría, es exageradamente predecible: no solo desde los primeros minutos se sabe en qué acabará, sino que se pueden adivinar algunos diálogos y escenas. Aunque su mayor problema es la facilidad con la que resuelve las problemáticas que aborda solo por encima y que son muy importantes, sobre todo porque aún en el siglo XXI, la discriminación en cualquiera de sus variantes se practica en gran medida, y no es tan sencillo de eliminarse, como se sugiere en la cinta.

Tampoco se trata de una mala película y es muy probable que agrade más de lo que desilusione, pero de eso a considerarla para los premios, es otra cosa. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 17 de febrero de 2019 en la edición 838 del semanario Ríodoce.

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