Ahí estaba Peña Nieto, tenso y solo en medio de esa muchedumbre de senadores, diputados, invitados especiales que habían llegado para ser testigos del acto republicano de asunción del poder de Andrés Manuel López Obrador.
Sus movimientos mostraban inquietud, desazón, había caído el telón de su gobierno y ahora era un ex presidente, lo que esto signifique en ese momento estelar cuando se pasa de ser el gran tlatoani para volverse un simple ciudadano, y vaya que como gobernante se comportó como un soberano donde no faltaron los excesos, sino que fueron la constante hasta llegar a la infamia.
Un día le preguntaron a alguien qué se sentía cuando se perdía el poder y la respuesta fue lacónica y amarga: de la chingada.
Me imagino que para Peña Nieto significó eso y más, seguramente la zozobra de saberse desprotegido, frágil ante las asechanzas, de que su vida como mexicano será otra muy distinta a la de Palacio, la de los Pinos y sus grandes ceremonias protocolarias o sus frivolidades y negocios turbios.
Por eso resintió el tránsito de reconocimiento de AMLO de no haber sido un obstáculo para su triunfo y dejó, como lo hizo Ernesto Zedillo con Vicente Fox, que los votos mandaran y eso quizá signifique, cuando hayan desaparecido los nubarrones que hoy lo acechan, un gobernante demócrata capaz de aguantar los resultados del juego democrático, para luego escuchar no sin una notoria inquietud, el balance negativo que AMLO hizo de los gobiernos neoliberales, entre ellos el suyo.
Para empezar algo que fue la marca, el estigma de su gobierno: “Como lo hemos repetido durante muchos años, nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo”.
Pero no se quedó ahí el tabasqueño: “La política neoliberal ha sido la más ineficiente en la historia moderna de México. En este tiempo la economía ha crecido en 2 por ciento anual. Como la riqueza está en pocas manos se ha empobrecido a la población. La política neoliberal ha sido un desastre, una calamidad”.
Más todavía, vino una recriminación por lo que representó una gran mentira de los días de jauja discursiva de las reformas estructurales: “La Reforma Energética solo ha significado la caída en la producción del petróleo. Cuando se aprobó hace cuatro años, se afirmó que se iba a conseguir inversión extranjera a raudales. Apenas llegaron a 760 millones de dólares, el 1.9 por ciento de la incipiente inversión pública realizada por Pemex y apenas el 0.7 por ciento de la inversión prometida”.
Pero en medio de estas recriminaciones hubo un respiro, un aire fresco de absolución en medio de la muchedumbre que quiere el patíbulo, que grita sangre al unísono:
“Esta nueva etapa la vamos a iniciar sin perseguir a nadie, porque no apostamos al circo y a la simulación. Queremos regenerar de verdad la vida pública de México. Además, siendo honestos, si abrimos expedientes dejaríamos de limitarnos a buscar chivos expiatorios y tendríamos que empezar con los de mero arriba. No habría juzgados ni cárceles suficientes, pero lo más delicado es que meteríamos al país en una dinámica de fractura, conflicto y confrontación”.
AMLO, entonces se vio como estadista de estatura al señalar dos fuertes ideas, dignas de ponerse en todos los juzgados del país:
“En el terreno de la justicia se pueden castigar los errores del pasado, pero lo fundamental es evitar los delitos del porvenir”.
“Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia y mejor empecemos de nuevo. Que no haya persecución a los funcionarios del pasado y que las autoridades encargadas desahoguen en absoluta libertad los asuntos pendientes. Desde mi punto de vista, en las actuales circunstancias, es más importante la condena al modelo neoliberal que someter a procesos judiciales a sus personeros”.
Esto obviamente no gustó al sector duro de la otrora coalición de Juntos Haremos Historia y los ciudadanos directamente afectados por sus políticas, a quienes quieren ver a los ex presidentes en el banquillo de los acusados por crímenes de lesa humanidad y esperan que su castigo sea en la tierra para que no intenten revivir para seguir haciendo daño en el poder público, como es el caso de Felipe Calderón, quien busca crear un nuevo partido para combatir el “populismo de López Obrador”.
Al final, Peña Nieto saldría con absoluta discreción y algo no menor, en medio de la civilidad de los legisladores que se comportaron como buenos demócratas.
Artículo de opinión publicada el 9 de diciembre de 2018 en la edición 828 del semanario Ríodoce.