La tragedia se repite en Valle Alto

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Cientos de familias por salvarse de morir pierden su patrimonio

“Vecino, vecino, ayúdame a sacar a mis hijas”, gritaba desesperada una mujer. Eran las nueve de la mañana y algunos habitantes de Valle Alto apenas descubrían por sus ventanas la tragedia que se aproximaba a ritmo veloz.

La lluvia había comenzado desde la madrugada pero sin ninguna advertencia oficial, ni suspensión de clases, los vecinos seguían su rutina cotidiana al interior de sus hogares.

Los gritos de la madre de familia alertaron a una pareja que observaba desde su cama las noticias sobre las inundaciones en Ahome, no había nada hasta ese momento de la inundación que se formaba ya en Culiacán.

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Al asomarse por su ventana, la pareja observó el parque frente a su casa bajó el agua, el camellón y las banquetas habían desaparecido y entonces soltaron un grito de angustia. “Tenemos que irnos”.

El instinto de algunos les permitió subir sus muebles, uno sobre otro. Una base de la cama arriba de la otra y luego los colchones, hasta arriba el refrigerador.

Guardar el pasaporte, el título profesional, las computadoras portátiles. Todo dentro de una bolsa de plástico y ésta adentro de una mochila. Un cambio de ropa y la cartera.


En menos de 30 minutos, la pareja logró salir de su casa con todos sus muebles apilados. En los brazos, un perro cada uno y en la espalda, mochilas con los documentos más importantes. Afuera el agua ya les llegaba al pecho y desde el cielo la tormenta seguía sin cesar. El agua helada congelaba la sangre pero la adrenalina daba los empujes para avanzar.

“¿Hacia dónde caminamos?”, se preguntaron una vez en la calle. El lugar estaba desolado y el nivel del agua seguía creciendo.
Casi todos los vecinos ya habían salido, la mayoría no perdió el tiempo en alzar sus muebles y prefirió salvar sus vidas. Poco a poco, los pasos se volvían tan lentos, frenados por millones de litros de agua corriendo contra el cuerpo.

“Hacia la iglesia, caminen hacia la iglesia”, gritó un hombre que caminaba detrás de la pareja y que en 2013 había vivido ya la misma experiencia.

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Desde el boulevar Valle Alto hasta la iglesia del fraccionamiento hay unas cinco cuadras, pero el trayecto que normalmente se recorre en cinco minutos, tardaría más de 20 minutos con fuertes corrientes de agua en contra de los sobrevivientes.

Una cuadra antes de llegar a la iglesia, un edificio de oficinas administrativas de la Sepyc había abierto sus puertas a los vecinos.

“Vénganse para acá, acá está más alto”, gritaban desde lo lejos un grupo de trabajadores de la educación, que al igual que miles de docentes y estudiantes se quedaron atrapados en sus oficinas y escuelas, debido a la falta de reacción temprana de las autoridades.

Ya en el edificio los vecinos en éxodo se fueron sumando poco a poco. Familias con sus niños y hasta con sus perros. Una joven pareja logró llegar con su bebé de apenas 6 meses.

Afuera la lluvia continuaba y por un momento el nivel del agua casi entró también al edificio que daba refugio improvisado a los vecinos.

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En el otro refugio improvisado, en la iglesia de Valle Alto cientos habían llegado desesperados. Ahí, además de niños y mascotas, decenas de adultos mayores esperaban ansiosos por la ayuda. Pero la ayuda tardó llegar más de tres horas.

Fue apenas a las 12:30 del día cuando elementos de seguridad pública y algunos camiones urbanos lograron llegar a la iglesia y comenzaron la evacuación hacia uno de los refugios oficiales en la Universidad Autónoma de Occidente. Para esa hora, la mayoría de los habitantes en la zona habían salido por su propio pie en medio de la tormenta y hundidos entre las corrientes de agua.

Después de las 15:00 horas, el sol comenzó a secar las calles. El agua bajó de nivel y entonces la catástrofe quedó al descubierto.


Cientos perdieron todo

El lodo era tan espeso que se tornaba imposible barrerlo o lavarlo. En las paredes, pedazos de hierbas, lodo y agua marcaban el nivel hasta donde había llegado la inundación.

Salas, comedores, colchones, refrigeradores, estufas, lavadoras, armarios, alacenas, todo marcado por un espeso lodo que lo mismo había arrastrado agua de las lluvias que del drenaje. El olor era insoportable.

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La noche del jueves 20 de septiembre, pocos durmieron en sus hogares. Los que sí decidieron quedarse pasaron toda la tarde intentando limpiar el lodo y sacar los muebles inservibles pero el esfuerzo parecía en vano, el lodo seguía saliendo de cada rincón.

La mañana del viernes 21 de septiembre, un bullicio despertó de nuevo a los vecinos. Ahora se trataba de cientos de personas que habían llegado a la zona para ayudar. Amigos, familiares y hasta desconocidos

Ese viernes el bullicio fue interminable. Ninguna fiesta exitosa en la colonia había logrado reunir a tantas personas. Aunque el ambiente no era para nada de fiesta. En el aire se respiraba el desastre.

Poco a poco y con la ayuda de cientos, los vecinos fueron vaciando sus casas. En las cocheras se observaban los muebles destruidos, los portones doblados y los vehículos destrozados por el agua que también había entrado al interior de los autos, destrozado sus tapicerías y dañado los sistemas eléctricos.

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Desde temprano, el Ejército y la policía estatal blindaron la zona. Militares del Plan DN-III recorrían las calles mientras los habitantes realizaban las labores de limpieza. El zumbido de las hidrolavadoras se apoderó durante horas del sonido.

“Sándwiches, sándwiches”, gritaban unos jóvenes desde una camioneta que recorría el boulevar con alimento gratuito para los afectados. A lo largo del día, desfilaron cientos de ciudadanos que llevaron a regalar despensas, desinfectantes, trapeadores, agua embotellada y hasta insecticida contra los zancudos.

Por la tarde, el Ejército cerró el acceso al boulevar principal de Valle Alto, el número de carros estacionados en la zona era tanto que el tráfico se había colapsado. Sólo pueden pasar los que vengan a trabajar, ordenaba un militar que controlaba el acceso a la calle.

Más de 24 horas después, sin nada más que las paredes y algunos pocos muebles que lograron rescatar, el lodo finalmente cedió.

Artículo publicado el 23 de septiembre de 2018 en la edición 817 del semanario Ríodoce.

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