Desobediencia

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El chileno Sebastián Lelio está imparable. Todavía no termina el año en el que ganó un Oscar por Una mujer fantástica (2017), y su cinta protagonizada por Julianne Moore, Gloria Bell (2018) —versión en inglés de Gloria (2013), dirigida por él mismo— se presentará estos días en el Toronto International Film Festival, y todavía puede verse en algunas salas la que nos ocupa ahora: Desobediencia (Disobedience/Reino Unido/2017), también escrita por Lelio junto a Rebecca Lenkiewicz, basados en la novela de Naomi Alderman.

Alejada por años, Ronit (Rachel Weisz) regresa a su ciudad natal para el funeral de su padre (Anton Lesser), un respetado rabino con el que no tenía contacto desde su adolescencia, cuando él la descubre en una situación inaceptable para sus creencias.

Ronit sabe que su llegada no solo es para despedir a su padre, por eso cuando se encuentra con Dovid (Alessandro Nivola) y Esti (Rachel McAdams), los amigos con los que solía llevarse y que ahora son esposos, reaviva las emociones de esa experiencia por la cual el rabino dejó de considerarla su hija.

Ahora, Ronit tiene la oportunidad de no irse sola del pueblo cuando termine el funeral, aunque eso repercuta en los intereses, deseos y planes que Esti y Dovid tienen como familia, y en sus lugares de trabajo.

Desobediencia tiene dos cartas fuertes. Una son las actuaciones de los tres protagonistas que expresan de manera precisa lo que sus personajes necesitan decir o callar. El de Weisz sabe que no puede reclamar el lugar de hija única, porque ya no lo tenía para su padre ni para la comunidad, desde hacía años, de ahí su timidez y pasividad: no exige nada ni quiere hacerlo, porque teme ser cuestionada. El de McAdams es más segura. Esta consciente del riesgo, pero no duda en hacer la llamada que la pone de nuevo en la posibilidad que tanto desea. Aun con que, hasta cierto punto, respeta a su esposo, sabe que no tardará mucho en perder el control, y dejarse llevar por sus instintos. El de Nivola es más discreto, conoce bien lo que implica la llegada de la hija del rabino y que no es solo para despedir al padre. Sin embargo, no hace nada para evitar lo que sospecha, aunque una vez que pasa, no se da por vencido tan fácilmente.

La otra virtud de Desobediencia es la habilidad de Sebastián Lelio para crear escenas precisas y emocionantes: cuando Ronit se encuentra con Dovid, sin decirlo con palabras, desde su saludo se sabe que algo pasa, y queda claro cuando Esti aparece. Los gestos, miradas y silencios de los tres, dice mucho más que cualquier diálogo. Los rituales judíos que se hacen para el funeral, comer y dormir, los discursos del inicio y del final, son otros ejemplos de la destreza del director para los detalles.

Una de las características de las películas de Lelio, al menos de las que se mencionan aquí, es esa recurrencia en presentar a mujeres en situaciones conflictivas, en busca de su libertad, ya sea de su esposo, de las restricciones de una religión o de las agresiones por discriminación. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 9 de septiembre de 2018 en la edición 815 del semanario Ríodoce

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